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El Telégrafo
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¡Misión cumplida!

¡Misión cumplida!
Foto: Miguel Castro / El Telégrafo
04 de diciembre de 2016 - 00:00 - Víctor Haz

El miércoles de la semana pasada fue un día distinto para Fausto Eduardo Escobar Ronquillo, reportero gráfico que colaboró por casi 30 años en Diario EL TELÉGRAFO. El habitual trajín de llegar a la empresa, que durante ese tiempo la sintió siempre suya, debía cambiar. Ya no tenía que alistarse para las coberturas, sino para emprender la retirada.

Paradójico. Su espíritu incansable de captar a través del lente de su cámara la noticia del día estaba latente, incólume; mas su cuerpo, agotado por el paso del tiempo, desde hace mucho le demandaba descanso. Y como él mismo lo mencionó, ya debía tomar la decisión de jubilarse.

Y esta decisión llegó ese día, el último que compartió con sus compañeros. Hizo una pausa a la tarea de dejar todo en orden dentro de la institución, para hacer una retrospectiva de lo que fue su aporte en el Decano de la Prensa Nacional.

Como una película, su memoria echa a rodar en media hora, pinceladas de su labor como fotógrafo. Desde sus inicios, cuando de chiquillo, le nació la inquietud de emular a su abuelo José Enrique Escobar Ramos y su padre Fausto Eduardo Escobar Papaseits.

“Mi abuelo era uno de los pocos fotógrafos de la ciudad y trabajaba también para EL TELÉGRAFO, mi padre siguió sus pasos y yo le seguí a él”, fueron sus primeras impresiones.

Como fragmentos de fotografías, sus recuerdos lo llevan al instante en que, siendo un niño, veía a su padre que nunca dejaba la cámara. “La tenía colgada siempre en su hombro derecho,  yo le pregunté una vez: ¿por qué siempre la llevas? y él me respondió: en cualquier momento puede pasar algo. Nunca la dejó, ni siquiera en sus momentos libres la soltaba”, rememoró.

Sus recuerdos se trasladaron a la época en que su progenitor lo llevaba al estadio Modelo. Mientras él veía los partidos de equipos como Everest, Luq San, 9 de Octubre y Patria, a más de los del Astillero, Barcelona y Emelec, su padre laboraba.

De adolescente comenzó a ayudarlo en la fotografía, entregando el material a los 3 diarios en los que colaboraba: La Prensa, La Razón y EL TELÉGRAFO. Allí cultivó amistades con otros fotógrafos y periodistas de la época.

No recordó la fecha pero sí el instante en que se vinculó con lo que sería su profesión. “Era un día viernes, sonó el teléfono y cuando contesté era Eduardo Arosemena Gómez, entonces director de EL TELÉGRAFO, quien buscaba a mi papá; como le respondí que no estaba me preguntó si sabía tomar fotos; con nerviosismo le dije que sí. Don Eduardo me instó a que fuera rápido al periódico”.

Sostuvo, con una leve sonrisa, que casi sin pensarlo tomó una cámara  de su padre y  se dirigió al diario. Allí, Arosemena le encomendó la cobertura de la tragedia de la lancha Jambelí; estaba nervioso pero tomó algunas fotografías. Ya en el laboratorio del diario se dio cuenta de que algunas le salieron desenfocadas, pero el Director observó una y dijo: “Esta es la foto” y, en efecto, se publicó.

“Yo era apenas un muchacho”, pero su padre, al ver que de a poco se involucró más con el trabajo, le enseñó las técnicas y artes de la fotografía y cómo optimizar el recurso, ya que las cámaras funcionaban con rollo.

Sus primeras fotografías fueron de aspectos cotidianos de Guayaquil y poco a poco retrató a personalidades de la política o artistas que llegaban al país.

También tuvo momentos que le impactaron. Como la tragedia de la lancha ‘Jambelí’ que se hundió frente a la isla Puná, en la Nochebuena de 1973. Le tocó ir a la morgue y aquellas imágenes lo marcaron para siempre.

Presente en hitos históricos

Siempre para EL TELÉGRAFO, Eduardo Escobar estuvo presente en acontecimientos que dejaron huella en el país. Los conflictos de Paquisha (1981) y el Cenepa (1995), el desastre de La Josefina, en la provincia de Azuay (1993), el encuentro entre los presidentes de Ecuador, León Febres Cordero y de Cuba, Fidel Castro; las últimas presentaciones en público del ‘Ruiseñor de América’, Julio Jaramillo, incluso su sepelio; el último acto público del presidente Jaime Roldós Aguilera en el Olímpico Atahualpa, en Quito (1981), son solo retazos de la historia que labró gracias a su trabajo periodístico.

No obvió los sinsabores, alegrías y sacrificio que demanda la profesión. Como muestra recordó una anécdota. Fue durante el gobierno de León Febres Cordero (1984-1988). La ciudad y el país, en general, vivía un estado de agitación y las protestas ciudadanas se convertían en algo casi cotidiano.

“Hubo un incidente entre estudiantes del colegio Leonidas García y la Policía, frente al Quinto  Guayas (hoy Fuerte Militar Huancavilca, en la vía a Daule). La periodista Janeth Delgado y yo nos ubicamos cerca, cuando alcé mi cámara para tomar algunas fotos un policía dispara y le impacta a un estudiante”.

Para sorpresa de él y su compañera, varios policías los detuvieron; uno incluso quiso que le entregara la cámara, “pero me negué a hacerlo porque era mi herramienta de trabajo”. El director del Diario, en ese entonces, Roberto Hanze, llegó a la dependencia y logró que la Policía los dejara libres.

“No sé cómo fue la gestión, pero en el periódico vieron las fotos y se publicaron algunas menos la del momento del disparo, porque según el director,  si la Policía quería alguna evidencia, nosotros la teníamos para defendernos”. Ventajosamente la situación no pasó a mayores, aunque sí lamentó lo ocurrido con aquel estudiante.

Aún tenía otras historias pero prefirió hacer una pausa. Sus ojos en ese momento se iluminaron y enfatizó con orgullo que durante los casi 30 años en EL TELÉGRAFO nunca tuvo problemas relacionados con demandas, ni a él o al periódico. Destacó los sinnúmeros de reconocimientos que recibió de gremios periodísticos por toda su trayectoria.

Pese a los avatares que le tocó vivir cuando la institución sufrió cambios de directiva y de propietarios, siempre se mantuvo fiel a la empresa. Desde Eduardo Arosemena Gómez, pasando por Xavier Benedetti Roldós, Roberto Hanze (cuando la familia Antón adquirió el periódico), Fernando Aspiazu, la incautación en 2002 cuando la mayor parte de las acciones pasaron al Estado a través de la Agencia de Garantía de Depósitos (AGD), para finalmente, convertirse en periódico público en el actual Gobierno, a Fausto Eduardo Escobar nunca se le ocurrió dejar la institución.

Al terminar su repaso a la historia de su trabajo, se da cuenta del presente y reacciona con nostalgia. Hace un largo silencio mientras enjuga las lágrimas que corren por sus mejillas surcadas por el tiempo. Solo dice: “No tengo palabras para agradecerles  a ustedes, a mis compañeros y amigos, a un Gobierno que se portó a la altura con una persona que no conoció; creo que me he ganado el respeto de todos”.

Antes de retirarse de la sala donde transcurrió el diálogo añadió: “Parte de mi vida está en estas paredes, en las oficinas, en la redacción. Todo me lo llevo en el cofre de mi memoria. Adelante compañeros”. (I)

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