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El Telégrafo
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"Me siento comprometida con todo el cuerpo de vigilancia y con la ciudadanía"

"Me siento comprometida  con todo el cuerpo de vigilancia y  con la ciudadanía"
Foto: Alfredo Piedrahíta / El Telégrafo
03 de septiembre de 2017 - 00:00 - Silvia Murillo

Rosa Aracely Hernández Morán nació en Simón Bolívar (Guayas). Su niñez estuvo marcada por la presencia de 3 hermanos mayores (de 5) y 2 primos, con los cuales obviamente no jugaba a las muñecas sino a las bolillas.

Ese recuerdo la hace sonreír, más aún al declararse mala perdedora. “Cuando veía que tenía poquitas bolas, las cogía y salía corriendo”. En ese entonces apenas tenía 8 años.

Esa revelación la hace desde su despacho, localizado en Chile y Cuenca, donde está ubicada la Comisión de Tránsito del Ecuador (CTE), institución que desde el pasado 25 de agosto dirige como comandante, la primera mujer que ostenta este cargo en 69 años de vida institucional.

Confiesa sentirse feliz y su familia es precisamente la que le hacer ver que su sacrificio y disciplina tuvieron su recompensa. Aún está asimilando su nueva función y por eso organiza su agenda, para no descuidar ni su trabajo ni su hogar.

Su hablar es sencillo, pero concreto. Enfatiza que es una mujer de trabajo y eso se vio reflejado desde que se convirtió en bachiller del colegio Arsenio López, en su pueblo natal.

En aquel entonces su madre le dijo que ya no podía ayudarla más, pues los recursos económicos en su casa eran limitados. Su padre -recuerda- abandonó el hogar cuando ella aún estaba en el vientre de su mamá.

Alcanzada la mayoría de edad optó por ser alfabetizadora en una escuela que abrieron en Simón Bolívar, que aún no era cantón. Dicha obra social la patrocinaba el Municipio de Yaguachi. “Tenía que caminar como 2 horas y el polvo llegaba a las rodillas. En ese trabajo me pagaban 3.000 sucres”.

A los 19 años, un amigo la alertó a ella y a otras chicas que se había abierto un curso en la entonces Comisión de Tránsito del Guayas (CTG). No dijo nada, pero se trasladó a Guayaquil a dar las pruebas.

Pensaba que sería aceptada parte ser parte de la tropa, pero fue aprobada para el curso de oficiales.

Previo a ello quiso estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de Guayaquil; se matriculó y una amiga se ofreció a costearle los estudios, pues ambas se harían compañía. Rosa no aceptó; necesitaba dinero para ayudar a su progenitora en los gastos de la casa y además no quería depender de nadie.

“Dios me ayudó porque yo no tenía los recursos. El sacerdote de Simón Bolívar me prestó la garantía (para ingresar al curso de la CTG), después una allegada me facilitó lo demás”.

Cuenta que de un total de 126 aspirantes aprobaron el curso 46, pero 4 se quedaron afuera a la espera de que hubiesen más vacantes. “Teníamos que usar tacones, medias nylon y falda, y hacer las rondas así. Cuando el jefe nos veía con zapatos bajos nos decía ‘chancletudas’”, cuenta entre risas.

Al aprobar el curso y ser incorporadas con los demás uniformados (antes estaban aisladas), los subtenientes, mayores que ellas, las miraban con ojos de conquista.

“En ese tiempo mirar a los comandantes y a los coroneles era como ver hacia la luna; era una diferencia tremenda. Nos decían (los jefes) que si nos enamorábamos nos daban la baja. Yo estaba concentrada en mi trabajo”.

Destaca que tenía que responderle a su madre y por eso se cuidaba de que sus compañeros no se le acercaran con otras intenciones -que no fuera por trabajo- y que no le hicieran daño.

Añoraba el azul y blanco

Al transformarse la Comisión de Tránsito del Guayas (CTG) en Comisión de Tránsito del Ecuador (CTE), este proceso -dice- no la afectó; para entonces estaba en un curso.

“Nosotros somos líderes en tránsito y ya eso está en la sangre, por la experiencia. Lo que sí me dio un poco de tristeza fue ver que Guayaquil estaba como apagado porque ya no iluminaba el azul y blanco en las calles (refiriéndose al uniforme). Luego me alegré porque íbamos a llevar nuestro mensaje de seguridad a las carreteras”.

Por el ritmo de trabajo y exigencia del horario se trasladó a vivir a Guayaquil. Su primer ascenso fue a los 21 años como subinspector segundo.

Ser jefe en una institución que siempre fue de hombres y liderada por uno de ellos no le fue fácil. Al principio hubo resistencia. Comenta que tenía subalternos de 35, 40 y hasta 50 años, a quienes debía dar directrices y “mandar”.

“No me desobedecían; mi voz siempre fue enérgica. Desde muy joven me gustó el trabajo más difícil, el de los hombres...”.

La prefecto jefe (su rango actual) explica que en los cursos que estuvo la capacitaron para liderar al personal y debía hacerlo bien, caso contrario la sancionaban.

En ese sentido, destaca que sintió cierta marginación ya que sus superiores la enviaban a puesto que, según ellos, no podría desempeñarse, “y lo hacía mejor que todos, porque me gusta el camino a la perfección”.

La mujer, de tez trigueña y    1,64 de estatura, enseñó a sus compañeros que todos son iguales, que no hay diferencias de género, que “hombres y mujeres hacemos la Comisión de Tránsito, que ellos tienen su familia y nosotras la nuestra”.

El año pasado fue parte de un curso donde era la única mujer en medio de 63 hombres. Ellos ascendieron de subprefecto a perfecto y ella de prefecto a prefecto jefe.

Allí le enseñaron cómo ser un líder, actualización de todos sus conocimientos, el avance tecnológico, el trato con el personal, cómo controlar la violencia intrafamiliar, cómo dar un mejor servicio y otros.

La educación vial

Antes de asumir la comandancia del Cuerpo de Vigilantes de la CTE, se desempeñó, por 2 años, como jefa de la Unidad de Educación Vial.

Revela que ahora la gente hace más conciencia sobre cómo conduce. Sin embargo, reconoce que en las carreteras es más difícil llevar el mensaje. “Nos hemos acercado a los medios de comunicación a través del departamento de Relaciones Públicas, para que nos apoyen”.

Indica que actualmente están trabajando en una campaña agresiva para el uso del casco en las zonas rurales, porque este salva muchas veces la vida.

La seguridad y el control del tránsito lo hace en todo momento, incluso cuando está con su familia, pues si ve a algún contraventor, se le acerca, lo cita o pide refuerzos.

Dice que el hecho de que vista de civil no le impide corregir y sancionar, porque “hay cosas que deben hacérselas al momento”.

Si la falta es grave -resalta- llama al departamento correspondiente para que intervenga. “No voy a aceptar ningún acto de indisciplina ni de corrupción que se haya comprobado...”.

Al hablar sobre el tema de la corrupción, especialmente de las coimas, por las que, en casos puntuales, se ha visto involucrado uno o varios agentes de la institución, resalta que “cada uno es responsable de sus actos; tienen que ser claros y transparentes en todas sus acciones”.

Rememora que “a mi no me tenían que dar nada; tenía mi sueldo”. Al tiempo que aconseja a sus subalternos a que piensen bien lo que van a hacer.

“Si alguno cayó tiene que responder. A nosotros nos preparan, nos dan un curso, así que no es que desconocemos las leyes y reglamentos”.

Para ella estar al frente de esta institución es una gran responsabilidad y un gran compromiso con el cuerpo de vigilancia de la CTE y con la ciudadanía.

“Es un trabajo arduo para conseguir algo que va (relacionado) con la felicidad de las personas, de las familias. Las secuelas de un accidente de tránsito son fatales. Si evitamos  que hayan percances en las vías y que las personas hagan conciencia del respeto a las señales de tránsito, conseguimos mucho. Yo soy muy feliz cuando ayudo a los demás”.

En esta institución lleva colaborando 33 años con 9 meses, tiempo en el que aprendió a amar su trabajo, el uniforme y, sobre todo, a que los ciudadanos asuman con responsabilidad la conducción de un vehículo.

Para ascender a comandante pesaron mucho sus años de servicio, pese a que necesitaba 28 para postularse, pero “por problemas internos de la institución me ascendieron después. Cumplí con un perfil que se enmarcaba más que todo en el amor, la estabilidad, la paciencia, la energía”.

Las anécdotas que tiene en estas más de 3 décadas dentro de la institución han enriquecido no solo su carrera sino también su vida. Son muchas y, mientras recuerda alguna, en su rostro se dibuja una sonrisa.

“Una vez un hombre se pasó la luz roja por la calle Gómez Rendón, yo lo paré y le pedí la licencia, entonces me dijo: ‘lo peor que me puede pasar es que en mi casa me manda una mujer, en el trabajo me manda una mujer y ahora me viene a citar una mujer”, rememora que nunca se sonrió con aquel comentario, porque siempre debe demostrar seriedad, pero reconoce que le pareció gracioso.

La llegada de su primer hijo

Para la mayoría de las mujeres, la llegada de un hijo es una experiencia nueva que trastoca sus vidas e, incluso, adoptan una visión diferente de todo lo que gira a su alrededor. Sin embargo, la comandante Hernández dice que para ella fue algo normal.

“Pero sí me daba tristeza cuando tenía que dejarlo y estaba enfermo. A veces no tenía quién me lo cuide y lo sacaba a las 04:00 donde la vecina, para dejárselo encargado o lo llevaba donde mi suegra. Lo abrigaba hasta los dientes para que no le dé el sereno, pero tenía que cumplir porque sino me sancionaban y eso era peor, porque entonces me hubiesen arrestado 3 o 4 días”.

A sus 54 años, la comandante Rosa Aracely luce joven e impecable enfundada en su uniforme azul y blanco. No parece ser abuela de 3 niños ni madre de 5 hijos (uno fallecido).

En el poco tiempo que tiene libre y que se lo dedica a su familia le gusta atenderlos como ellos se merecen. Por ejemplo, preparándoles un encocado de pollo que tanto le gusta.

“Quiero que mi familia no sienta resistencia hacia mi nuevo cargo”.

Asegura sentirse tranquila al saber dónde está uno de sus hijos, el que le sigue los pasos dentro de la CTE, pero como parte de la tropa.

Los fines de semana que tiene libre suele viajar para reencontrarse con el pueblo que la vio nacer, Simón Bolívar.

Allá aún vive uno de sus hermanos. Ahí también vuelve a ver a sus amigos, esos que ya se enteraron por las noticias que subió un peldaño más en su profesión y que la felicitan enviándole mensajes en su Facebook o cuando la ven.

“Me siento feliz porque el alcalde de Simón Bolívar (Jhonny Firmat) hizo una publicación elogiando mi ascenso y la gente le dio bastantes ‘like’. Le piden que me haga un homenaje ahora que estoy viva”.

La oficial menciona que si no hubiera ingresado a esta institución, le habría gustado seguir la carrera de ingeniería civil o arquitectura.

“Creo que me hubiera ido a buscar mi futuro a otro país, porque siempre me ha gustado ser emprendedora”.

Un día en la vida de la uniformada comienza a las 04:00 y, a las 05:00, revisa los grupos de whatsApp de los que es parte para ver si hay alguna novedad (de trabajo); llama a su compañera al sitio de operaciones... si no logra desayunar temprano, no lo hace hasta las 13:00, 14:00 o 15:00, “porque mi labor es pesada, pero estoy contenta; hay un buen equipo de trabajo”.

Su próxima conquista será alcanzar el grado de Prefecto Comandante. (I)

Datos

En su último cargo como jefe de la Unidad Especializada de Educación Vial, en la que estuvo 2 años, realizó una labor titánica, al visibilizar ante la comunidad el trabajo de prevención que efectúa la CTE y lo que es la cultura vial.

Para ella, el vigilante es su amigo, y un amigo nunca falla.

Los valores transmitidos por su madre le dieron la pauta para abrirse camino en la vida.

En sus ratos libres gusta de ver películas que sean instructivas, de guerra y las cristianas. (I)

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