Publicidad
"Llego a las competencias a romper sueños"
“¡Dale Majoooo! ¡Tú puedes! ¡Dalee, dalee!”. María José cuenta cada repetición en su cabeza. Intenta no escuchar el griterío a las otras veinte competidoras; más fuertes y multitudinarios que los ánimos que le lanzan. Por ella gritan solo dos personas.
Es 2013, y es nueva en esto, empezó hace tres meses. Es su primera competencia y está en la categoría de los intermedios y no en principiantes.
Se cuelga de la barra, estira los brazos con los pies al aire e intenta pasar la barbilla por encima con la fuerza del balanceo de sus caderas. Uno, dos, tres... diez... cincuenta, hasta llegar a cien. “Esto es eterno”, se repite lengua afuera. Hace burpees. Pone sus manos en el piso, lo toca con el pecho y salta al otro lado de una valla de caña, una y otra vez.
Hace demasiado sol. No para de sudar. Observa al resto. Algunas ya no dan más; otras lo intentan. Verlas le hace acelerarse. Tiene que llegar de nuevo a cien. Termina los burpees agotada; los odia. Tiene la adrenalina a mil.
Coge la barra, la levanta con sus brazos por encima de la cabeza y camina en pasos de tijera. Una rodilla se dobla al piso, la otra espera. Aunque está cansada no baja la barra. Va así por toda la cancha de la competencia.
“Lo estás haciendo bien Majo, no pares, daleee”, alcanza a escuchar entre el gentío. Para y regresa. Tira la barra al piso, se tira ella. Terminó con algo inimaginable, el primer lugar, entre desconocidos le pertenece.
“Esto solo funciona si llegas pensando en tomar el puesto que es tuyo. La gente se amarga cuando yo digo que el podio es mío, que tiene nombre. Llego a las competencias a romper sueños; soy así, tengo que ponerle nombre a mi primer lugar sino no funciona”, dice María José Guillén, quien después de su primera prueba, hace ya cuatro años, pensó que debía meterse de lleno en los entrenamientos. Lleva 15 competencias, casi todas ganadas.
Tiene 30 años, mide 1.64. Se levanta todos los días a entrenar. Está en el gimnasio a las seis de la mañana. Es lo primero que hace en el día. Desde las 10 es entrenadora personal, en el gimnasio Taurus de Samanes. A las cuatro de la tarde entrena jiu jitsu por dos horas más. No para. El miércoles es el único día que no entrena.
Cuando el ejercicio libera la tensión
Hace cuatro años atropellaron a su novio. Un carro aceleró para cruzar la intersección de la avenida Quito y Maracaibo, donde una gasolinera funciona como puente y ha ocasionado ya algunos muertos.
“Él ni siquiera tenía que haberse bajado del carro”, dice, Majito, con el sol pegándole en la cara, por la transparencia del vidrio del gimnasio en el que da clases. Se iba a casar, vivían juntos. Estuvo encerrada un tiempo. Era chef y dejó de ejercer. Estuvo en terapias y le recomendaron hacer ejercicios para desahogar la furia que tenía contra la ciudad.
Empezó a correr todo lo que podía. Participaba en competencias. Ella que tiene piernas largas y delgadas empezó a verse muy flaca. “Es demasiado”, le decía su padre. Él nunca quiso que haga deportes. “No, eso es malo”, le dijo desde que a los 12 años, cada vez que iba a las presentaciones de su prima en gimnasia olímpica insistía que quería hacer lo mismo.
Su mamá fue cinta negra de taekwondo. Era fumadora compulsiva y enfermó de los pulmones. El tratamiento para enfrentarlo era comer más y tomar medicinas. Pero ella no quería engordar para no cambiar la categoría de competencia y prescindió de la comida. Su madre murió de un paro cardiorespiratorio y anemia aguda. Desde entonces, a ella, hija única, se le prohibió el ejercicio.
‘Pareces hombre’
María José es musculosa Tiene 10 % de grasa. Tiene el trapecio grande, el abdomen marcado y cuadrado, las piernas definidas y las venas brotan de sus antebrazos aun sin hacer fuerza.
Su cuerpo ha cambiado en cada momento de su vida. Cuando estuvo en la escuela de chefs engordó y al empezar a correr se puso muy flaca. Al descubrir que era buena en el crossfit y debía meterse de cabeza en esa actividad se puso ancha y su copa de sostén se redujo considerablemente. Ahora, que también compite en culturismo su cuerpo se ha afinado más. Para ella, los cambios corporales son “gajes del oficio”. Cuando entrena y se ve frente al espejo, nota las curvas de sus brazos, los tatuajes de su hombro derecho, las venas que se brotan. Siente cómo su cuerpo evoluciona. Sonríe.
“Me gusta. Me siento más poderosa”, dice con los ojos que le brillan. A Majo el ejercicio le funcionó como terapia después de la muerte de su novio. Entonces, no le importa que le digan que parece hombre, que la acusen de ser lesbiana, ‘marimacha’ o que la miren raro al caminar por la calle. “Es complicado vencer los estereotipos. En mi familia nadie hace deportes y no les gustaban mis cambios. Luego vieron que estaba haciendo carrera y despuntando y cambiaron de opinión. Me gusta competir, me gustan los deportes de contacto, que me llenen de adrenalina, me llaman mucho la atención y me gusta hacer lo mismo, este es mi modo de hacerlo”.
Cardio y fuerza se ponen en juego
Angie Moya revisa Instagram. Tiene un mensaje en un video con su novio. “Eres horrible, pareces un niño”.
Otro, para él, decía “eres demasiado para ella”. Casi llora, quería hacerse bolita, luego lo pensó bien y no le importó. Ya se lo habían dicho antes: “Pareces niño”. En lugar de pensar en dejar de entrenar las críticas la hicieron sentirse dueña de su cuerpo y con ello puede mantenerlo como quiera. “Si a mí me hace feliz esto, para poder ser una de las mejores y por eso debo tener una espalda inmensa y unos grandes bíceps, lo voy a hacer, no importa”, dice Angie.
Tiene 27 años, mide 1.57, piernas gruesas, sus senos son pequeños, los brazos grandes y fornidos. Entre 2011 y 2014 era flaquita. Jugaba volley y quería algo que la ayudara a ser más ágil. Hizo crossfit.
Con un año entrenando decidió dedicarse de lleno al levantamiento de pesas, los saltos en aro, en cuerda, la agitación por moverse con fuerza en cortos tiempos. Empezó a destacar porque podía cargar con grandes pesos. Es rápida y tiene buen cardio.
Angie es coach por las mañanas. Entrena por las tardes entre tres y cuatro horas. Se enamoró de este modo de vida porque se dio cuenta de que no existe edad para empezar a hacer deporte; no hay límites, si eres niño, mujer, anciano. “Me enamoré de la manera en que llegaba gente, que me decían que en toda su vida habían cogido una sola bicicleta, ni una barra”, dice.
En Guayaquil están la mayor cantidad de sedes de crossfit de Ecuador. Una de las primeras mujeres que se inició en esta actividad, cuando solo había un gimnasio de este tipo y con un solo horario en los Crossfit Games fue Nelly Rodríguez, ella considera que la razón por la que pululen tanto en la ciudad porque aquí se inició todo. Cuando se abrió el primero en Guayaquil era 2008. En Quito la actividad empezó en 2011.
A pesar de que cada vez hay más mujeres entrenando, las diferencias con los hombres son abismales. Se nota en las competencias, “y la mayoría deserta, no es perseverante”, dice Joel Dávila, coach en Horda Crossfit y compañero de entrenamiento de Angie.
Todos coinciden en que a ellas les cuesta más porque desde niñas las acostumbran a no hacer actividades pesadas, ni en clases de educación física. En las competencias se nota, según Rodríguez.
Como fundadora de Horda y organizadora de eventos como el Fit League y los Juegos Horda “las mujeres llegan al clasificatorio de la competencia y declinan su invitación. Para mí el único factor es el miedo”.
Aún así, cuando las aficionadas a este deporte se deciden por ejercerlo y competir, no les importa el cambio físico, ni los estereotipos. “Las mujeres le ponemos mucha más garra”, dice Angie. (I)
Datos
La diferencia entre hombres y mujeres en las competencias es abismal: 100 vs. 25.
En 2008 se abrió el primer crossfit en Ecuador, en Guayaquil. Se entrenaba en un solo horario. Después se fueron incrementando los espacios.
Crossfit es una marca privada, por la cual hay que pagar una membresía anual. Actualmente, los entrenamientos son menos fuertes que al inicio.
Joel Dávila dice que la actividad ahora es más light para tener más adeptos. Sin embargo, quienes se dedican a esto tienen jornadas más fuertes. (I)