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¿Listo para dejarse embaucar?

Hay quienes creen que es el heredero de Houdini, tanto por su talento para la magia como por su entrega a la hora de aprovechar su sabiduría para desenmascarar a los charlatanes.
Hay quienes creen que es el heredero de Houdini, tanto por su talento para la magia como por su entrega a la hora de aprovechar su sabiduría para desenmascarar a los charlatanes.
Foto: Internet
02 de abril de 2017 - 00:00 - Ramiro Díez

Lo que más dinero mueve

El cerebro humano trabaja con un switche: Es decir, o sabe, o cree. Si el cerebro sabe, entonces no cree. Y si se cree, es porque no sabe. Parece que preferimos, dolorosamente, creer en vez de saber.

Los filósofos más agudos dicen que no es cierto que amemos la verdad. Que los humanos, en nuestra fragilidad, soportamos y buscamos todas las mentiras, pero nos estremecemos con una sola verdad. Por eso algún sabio socarrón advertía que aquellos que buscan la verdad corren el peligro de encontrarla.

No es verdad, tampoco, que busquemos la libertad. Dostoievsky afirmaba que la tragedia del esclavo era que terminaba por amar las cadenas, en especial aquellas que amarran el pensamiento. Por todo eso, lo que más dinero mueve en el mundo no son ni las armas, ni el petróleo, sino la industria del engaño en todas sus formas.

El espíritu reencarnado

Quien lo dude, basta con este ejemplo. Sucedió hace algunos años en Sidney, Australia.

Fue obra de un implacable cazador de charlatanes. Se llama James Randi, un hombre que amasó gran fortuna en los grandes escenarios del mundo, con trucos de magia y supuestos poderes sobrenaturales que alucinaban a públicos ingenuos y delirantes.

En uno de los últimos shows en Sidney anunció, por distintos medios, la presencia de Carlos, un ser que era la encarnación de un antiguo espíritu azteca, poseedor de inimaginables poderes de sanación, producto de una sabiduría milenaria. La entrada al auditorio costaba cientos de dólares y los mil cuatrocientos boletos se agotaron una semana antes. En el escenario había cámaras y periodistas, médicos y enfermeras, porque Carlos iba a morir en cualquier momento, para resucitar convertido en un sabio sacerdote azteca.

Y sucedió. Carlos entró vestido de una túnica blanca, con un colgandejo de oro sobre su pecho, se acostó en una camilla, y un equipo de médicos le tomó el pulso. De repente, su corazón se detuvo. Estaba muerto. Los médicos lo certificaron. En una pantalla gigante se mostraba la señal electrónica: cero latidos. Un escalofrío estremeció al público que no espabilaba.

¡Milagro, milagro!

Pero tras momentos de terror y consternación, hubo latidos suaves, irregulares, y el corazón empezó a latir con total intensidad. Un “¡ohhhhh!” de asombro inundó el teatro. Carlos, entonces, habló con extrañas palabras, quizás en su antigua lengua azteca, y se levantó, sonriente, luminoso, abriendo los brazos como un mesías, un poco desconcertado ante lo que veía.

Después de un minuto había aprendido inglés, -- curiosamente con acento californiano--, y respondió preguntas de enfermedades curables e incurables, de lo que había después de la muerte, y cómo aliviar las grandes angustias filosóficas y existenciales que acosaban a los presentes. Sin duda era un sabio, un espíritu reencarnado.

Durante una hora el escenario se iluminó con la presencia de Carlos. El público, en éxtasis religioso, era testigo de un acontecimiento sobrenatural. Y, al final, se ofrecieron a la venta siete piedras mágicas. Eran las Siete Piedras Jupiterinas, con siete metales mágicos, capaces de curar todo tipo de enfermedades. Cada una fue vendida en 10.000 dólares y entregada en ese momento a quienes pagaron con su tarjeta de crédito.

Al final de la presentación hubo gente de rodillas, lágrimas y desmayos reales. Carlos era la prueba de la existencia de entidades y poderes sobrenaturales. Eso estaba fuera de toda duda.

Ahora sí, la verdad

Lo que realmente estaba fuera de toda duda, era que el público se había dejado engañar.

Carlos era un charlatán que ponía bajo su axila una pelota que oprimía para suspender la circulación de la arteria. Así, el equipo marcaba cero latidos del corazón. Y todo lo demás era igualmente una farsa burda. Al día siguiente James Randi y Carlos se presentaron en televisión, explicaron que era una trampa, y anunciaron públicamente que devolverían los 10.000 dólares de cada piedra jupiterina. Los compradores se negaron a devolverlas y rechazaron el dinero, porque aseguraron que esa misma noche la piedra jupiterina les había curado de manera sobrenatural más de un dolor.

¿Qué hacer con tanto dinero?

Después de ganar millones deleitando a la gente en los escenarios, durante más de 50 años, con actos de magia e ilusionismo, James Randi decidió dar un salto más. Pasó a presentar sus actos como obra de poderes sobrenaturales. Entonces ganó diez veces más. La gente estaba dispuesta a pagar más, mientras mayor fuera el engaño.

Pero Randi es un tipo honesto. Vive de manera simple, y lo único que le quita el sueño es su deseo de dedicar todo el dinero ganado, para difundir la ciencia, y luchar contra la industria del engaño. Para eso ha creado una Fundación que desde hace años ofrece un millón de dólares a quien demuestre un milagro, un fenómeno paranormal, o la existencia de ovnis. Los millones siguen ahí, tranquilos, sin que nadie se atreva a reclamarlos. Mientras tanto, Randi sigue difundiendo la ciencia, desenmascarando a charlatanes y estafadores.

“Cuando engañaba a la gente, me recibían con alfombra roja y me pagaban fortunas. Como fui ilusionista y mago profesional, puedo descubrir cualquier engaño. Hoy, cuando explico los trucos y cuento la verdad, doy las conferencias gratis, y le enseño a la gente a no dejarse engañar, entonces me sobran amenazas de muerte.”

Un poeta francés tenía toda la razón cuando se preguntaba: “¿Qué sería de los humanos sin la ayuda de las cosas que no existen?” Y hace 2.500 años Sócrates decía: “Si hablo en una plaza y digo la verdad y enseño a pensar, y a los pocos metros alguien se dedica a engañar a la gente, enseguida me quedaré solo.” Parece que los tiempos han cambiado poco. (I)

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