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La "depre" se ancla a dos grupos

La "depre" se ancla a dos grupos
25 de junio de 2018 - 00:00 - Henry Andrade J.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) revela en un informe que el 4,4% de la población del planeta padece de depresión.

Si hasta 2016 vivían en la tierra aproximadamente 7,442 miles de millones de personas, eso quiere decir que cientos de millones de humanos de ambos sexos y de diferentes condiciones sociales sufren de este trastorno en su salud mental. Ecuador, según el mismo documento de ese organismo, tiene al 4,6% de su población deprimida.

El ente máximo de salud, en un ranking regional, ubicó al país en el puesto 11 entre 19 naciones. Es decir, de 16’770.458 habitantes en todo el territorio nacional, 771.441 ecuatorianos están abatidos por distintas razones.

El primer lugar lo ocupa Brasil con el 5,8% de sus ciudadanos, mientras que el último le corresponde a Guatemala, con el 3,7%.

El Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos (INEC) revela en un estudio efectuado en 2015 que entre los 19 y 59 años son las edades en las que más se registraron personas atendidas por episodios depresivos.

Del mismo modo, el 64% de las personas que fueron examinadas por esta alteración eran mujeres.

La sicóloga Antonieta Alvear, con más de 25 años de experiencia atendiendo diferentes tipos de problemas, y la siquiatra Julia Sagñay, también con amplia trayectoria en el manejo de trastornos, coinciden en que menores y adolescentes, así como personas mayores, son los más afectados por esta alteración.

La primera profesional señala que contrariamente a lo que creen muchas personas y galenos de distintas ramas, los niños que tienen entre 8 y 10 años son propensos a sufrir depresión.

“Es la edad en la que recién empiezan a aparecer sus gustos, sus afectos y otros. Los papás y algunos educadores piensan que no hay depresión infantil, pero sí existe. Es común ver en pasillos y salones de clase a chicos que se encuentran en esa condición”, sostuvo.

Pero, ¿qué les provoca esa melancolía excesiva?

De acuerdo a la sicóloga egresada de la Universidad Católica de Guayaquil son varios los motivos y lo grave es que en la mayoría de casos los padres no se dan cuenta.

Añade que los menores caen en el desaliento por las exigencias impuestas casa adentro.

Los progenitores, según Alvear, piensan que “como es apenas un niño con suficiente fortaleza, lo meten a que realice diversas actividades como estudiar en el conservatorio, ballet, natación, inglés y demás tareas”.

“Es decir, se les exige demasiado y no hay tiempo para el afecto ni el calor de los padres. Por si ello fuera poco tienen la presión de que deben ser los mejores en todo”.

La sicóloga de varios establecimientos educativos de Guayaquil manifiesta que si esos pequeños no ocupan los primeros puestos en las actividades extraescolares que practican, entonces llega el maltrato, el grito y el acoso.

“He observado el maltrato sicológico. Hay jefes de familias que les dicen a sus hijos que no quieren a mediocres. Eso se observa en todos los estratos sociales”.

Otro escenario que observa esta profesional con más de un cuarto de siglo en el ejercicio es la depresión que causa a los niños y niñas el descuido parental.

“Esto sucede cuando ellos pasan por largas horas solos en sus casas. Existe la errada idea de que el vivir en ciudadelas cerradas es muy seguro para los hijos, mas el estar sin compañía la mayor parte del día los envuelve en la tristeza”.

Alvear enfatiza que los menores se refugian en los medios audiovisuales, internet, redes sociales, amistades o  adultos a los que no conocen.

“Entonces observamos que los padres llegan por la noche solo para firmar agendas o libretas. No hay conversaciones, no existe tiempo para el afecto”.

De acuerdo a su óptica ese exceso de tiempo, por ejemplo en los juegos de video, conlleva a que los chicos se conviertan también en personas agresivas.

Asevera que ellos solo trasladan la violencia con la que “juegan todo el día” en las consolas, a sus compañeros de aula o demás personas de su entorno pensando que todo eso es normal.

Los papás, remarca, no se percatan de esas señales y lo ven solo como un mal comportamiento, incluso los castigan. “He tenido casos de niños violentos que luego de escarbar su situación nos damos cuenta de que hay un descuido parental”.

En el caso de los adultos, la sicóloga guayaquileña precisa que la depresión afecta más a quienes tienen limitaciones para cumplir por sí solos sus actividades.

Lo mismo a aquellos que se ven como un “adorno” en sus casas y ya no son útiles en determinadas tareas.

“El temor a la muerte también les baja la autoestima. El pensar en qué va a pasar y con quiénes se quedan”.

Un círculo depresivo

Sagñay es profesora de Psiquiatría en la Universidad de Guayaquil y también trabaja en el Instituto de Neurociencias del puerto principal. A diario escucha al menos a 20 pacientes de los cuales la mitad presenta graves problemas depresivos.

Ella coincide con Alvear en que hay dos grupos en donde el trastorno está prácticamente anclado: los menores que son víctimas de acoso, maltrato y traumas; y los adultos mayores que se quedaron a cargo de nietos, sobrinos y otros parientes. El agravante de estos últimos es que son chicos con problemas de drogadicción.

En el primer grupo, subraya, están las “víctimas” de padres proveedores pero que no dan cariño o afecto a sus descendientes.
“Hay padres y madres que les hacen bullying a sus vástagos por malas notas o porque tienen sobrepeso o están muy delgados; porque comen demasiado o porque no se alimentan bien. Es complejo de entender esto”.

Lo que pasa a continuación es que los menores encuentran refugio en las drogas y allí todo se complica más.

La también psiquiatra en la Clínica de la Conducta cree que el origen de los inconvenientes está en la disfunción de las familias. “Es desde casa donde debe nacer la orientación, la motivación y el afecto para que no haya chicos tímidos o retraídos. Hay papás que no se dan cuenta de que sus actos o acciones marcan la personalidad de sus vástagos”. El otro segmento que identifica Sagñay con problemas de abatimiento es el de las personas que tienen a su cargo menores con adicciones.

“Estos adultos no saben qué hacer ni cómo actuar, pues incluso han sido amenazados por microtraficantes cuando los enfrentan por la venta de alcaloides a sus familiares”.

Alvear y Sagñay exhortan a los padres de familia para que no sean solo “proveedores” de sus hijos y den más afecto que cosas materiales.  El cariño, de acuerdo a ambas, también debe llegar a quienes están en los últimos años de su vida. Ellos ya lo dieron todo y ahora es el tiempo en el que solo deben recibir. (I)

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