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Entre fuego y sudor, las mujeres se han ganado un espacio en los bomberos

Entre fuego y sudor, las mujeres se han ganado un espacio en los bomberos
Fotos: Alfredo Piedrahíta y Juan Carlos Holguín / EL TELÉGRAFO
19 de marzo de 2017 - 00:00 - Juan Carlos Holguín

“Ser bombero es una pasión, es pensar en otras familias y dejar a las nuestras. Es importante retribuir esas bendiciones que tenemos a diario, dando una mano solidaria a los demás, para ayudar. Si recibimos bendiciones, también podemos dar nuestro granito de arena para ayudar a otros”.

Esa es la filosofía que Ana María Weisser ha forjado desde 1995, cuando ingresó al Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. En ese entonces la institución estaba conformada exclusivamente por hombres y ella se convirtió en la primera bombera de la urbe.

Son muchas las anécdotas como que su primer rango fue Ayudante de protocolo a órdenes de la Primera Jefatura, creado exclusivamente para ella, pues al ser la única mujer todavía no sabían en qué jerarquía ponerla.

“Después fui ratificada como Ayudante de Compañía”, relata Weisser, quien al momento ostenta el rango de Capitana.

“La institución está más organizada”. La capitana Ana María Weisser ha visto cómo en los bomberos se han creado divisiones especializadas: rescate, forestales, materiales peligrosos, etc.

O como aquella vez que salió desde la oficina donde trabaja hasta un incendio, pero al llegar no tenía dónde cambiarse de ropa, por lo que se encerró en la cabina de un camión bomberil para ponerse el pantalón encima de sus medias de nylon.

Al final sufrió cortes en las rodillas por unos vidrios quebrados, y, cuando intentaron curarla, se dio cuenta de que las medias se le hicieron ‘chicle’ en las piernas. Ella abrió la brecha para que más mujeres ingresaran a este organismo que, en la actualidad, cuenta con 245 féminas.

Ya no es raro ver a las bomberas luchar contra el fuego al lado de los hombres. Así rompen el mito de ser el ‘sexo débil’ y demuestran que, como afirma la subteniente Paola Cevallos, también del Cuerpo de Bomberos, “las mujeres se han dado cuenta de lo que son capaces de lograr. Han ido rompiendo esos esquemas que les han impuesto”.

No dudan en dejar los tacones y enfundarse unas gruesas botas para salvar una vida o apagar las llamas que consumen una vivienda. Superan las mismas pruebas físicas que sus compañeros para entrar a la institución. Saben de primeros auxilios y conocen técnicas de rescate en accidentes.

Han luchado por ganarse un espacio que antes no existía, pues, por ejemplo, en los cuarteles no había baños para damas. Fue un proceso de adaptación, cuenta el mayor Reinaldo Carbo, quien lleva más de 20 años en la institución.

“El proceso con las mujeres fue bastante interesante. Hoy en día los cuarteles tienen baños para ellas y para los hombres, antes no había. No era normal tener féminas en una guardia ni verlas en un incendio”, relata el oficial.

“Poco a poco nos fuimos acostumbrando, al punto de que entre los aspirantes a bomberos hay un gran número de chicas”.

“Mi familia está encantada”. Elizabeth Vela es la primera entre sus amigos y su familia en ser bombera. Es duro, dice, ver a la gente desesperada cuando se le queman sus cosas. Foto: Alfredo Piedrahíta / EL TELÉGRAFO

Aunque formalmente la capitana Weisser es la primera mujer en la institución, se comenta que años atrás ya había bomberas, pero no existen registros de ello en las tarjetas de identidad. “Ese fue un control que se empezó a realizar en la década del cincuenta”, dice el mayor Carbo.

Hoy en día las mujeres tienen participación activa en todas las áreas del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil: ambulancias, control de incendios, rescates y materiales peligrosos, entre otros.

Según Carbo, “la apertura de género es una tendencia mundial, la igualdad de derechos y condiciones. A eso se suma la capacidad de ellas para realizar diferentes actividades. El Cuerpo de Bomberos de Guayaquil ha potencializado dichas capacidades”.

Las pruebas físicas son las mismas para ambos sexos. El fuego es el mismo, no distingue si eres hombre o mujer.

De eso está consciente la capitana Ana María Weisser, quien recuerda el impacto que sintió en una de sus primeras emergencias, a mediados de la década del noventa, en el incendio de unas 30 casas en el sector del Guasmo, sur de Guayaquil. “Se veía la situación en que vivían las víctimas y la desesperación de perder sus cosas. Había gente que en vez de apoyar trataba de robar. Eran indolentes”.

El ‘bichito’ del servicio bomberil le llegó a Ana María por herencia de su bisabuelo, Sixto Díaz, quien formó parte de los  ‘casacas rojas’. Además tiene amistades en la institución.

De ahí surgió su deseo de ingresar, de que podía servir a muchas personas. “Mi familia siempre respetó mi decisión y me apoyó, pese a que es una profesión de alto riesgo”.

Arrancar siendo la única mujer en los bomberos fue duro, reconoce la capitana. “Vivimos en una sociedad machista. Pero así como hubo un grupo pequeño que era reacio a este cambio de ideología, también muchos compañeros desde el principio me brindaron su conocimiento, su apoyo incondicional y me daban fuerzas para continuar”.

Ana María es casada y tiene 2 hijos de 12 y 15 años. Afirma que su esposo, Marcelo Correa, la comprende al 100%.

Su hija, Ana Paula, de 15 años, al parecer heredó el gusto bomberil y ha expresado que le gustaría entrar al organismo. Su hijo, Sebastián, de 12 años, aún no ha decido a qué dedicarse en el futuro. “Si lo desean, los apoyaré. No les voy a exigir porque es una vocación”.

Pero el tener unos hijos por los cuales velar, la ha hecho ser más cauta. Recuerda que al principio, cuando era soltera, era arriesgada. “Cuando se incendió el barco de Noboa, más de 60 bomberos estábamos ahí, pero nos dijeron que iba a estallar; que el que quisiera quedarse, lo hiciera, pero bajo su responsabilidad. Nos quedamos solo 18”, comenta riendo.

“En ese entonces no medía tanto las consecuencias, pero desde que nacieron mis hijos me cambió la vida. Tengo prioridades, la atención es para ellos, que son mi vida, mi motor”.

Aun así, Ana María no duda en acudir a una emergencia cuando le es posible. “Así ayudemos poco o mucho, los 7 días de la semana o una vez, es poner nuestro aporte, nuestra ayuda a esta institución en la que soy voluntaria. A veces recibimos una sonrisa, un ‘gracias’, y otras ni siquiera eso. Pero lo importante es la satisfacción del deber cumplido”.

La oficial envía un mensaje para otras mujeres que deseen ser bomberas: “Creo que siempre hay temor al ingresar a algo desconocido, algo que uno piensa que está muy lejos de alcanzar. Yo les digo a las interesadas que se den una oportunidad de conocer esta institución. Las puertas están abiertas”.

Con ella coincide Elizabeth Vela, ingeniera en Gestión Empresarial Internacional de la Espol, quien lleva 11 meses en el organismo de socorro. Ella siempre quiso ser parte de los bomberos para servir a la gente, para ayudar, para sentir que está colaborando con la comunidad.

Recuerda las pruebas de ingreso y sonríe porque, a pesar de que fueron fuertes, las mujeres las soportaron más que muchos hombres.

“Fue en la Academia. El primer día hacía un fuerte sol, e incluso muchos varones se tuvieron que retirar porque se lastimaban las manos, hubo gente que se desmayó o se quedó sin aire. Hubo hombres que resistieron menos que nosotras. En mi promoción somos cerca de 10 y todas ingresamos. De los compañeros se quedaron algunos”.

De esa experiencia destaca que hubo mucho apoyo en todo momento. “Cuando sentía que no podía más estaban los auxiliares, que te daban voces de ánimo para seguir adelante”.

El primer incendio en el que estuvo fue en una urbanización de la vía Terminal Terrestre-Pascuales. Iban en grupo a un entrenamiento de la División Rural, cuando una persona llegó en medio de la calle gritando: “¡Incendio, se quema la casa!”.

“El comandante nos llevó. Primero intentamos apagarlo por atrás, pero era complicado, de ahí entramos directamente a la casa. Fue emocionante usar todos los equipos, pero hay un lado triste: ves a las personas llorando porque se les están quemando sus cosas. Es lo deprimente”.

Considera que ser bombera le ha ayudado a crecer como persona; e invita a otras mujeres a que sigan su ejemplo. “Si les gusta servir y ayudar, esta es una institución que está muy bien organizada y te dan todo el apoyo para aprender y seguir adelante”. (I)

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