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En Tigua, el arte es una expresión de la realidad
Armando Cuyo tiene 5 años, aún no aprende a leer ni escribir, pero es capaz de dibujar árboles, gallinas y montañas. Entiende sus manos como instrumentos que le permiten interpretar la realidad que lo rodea.
Armando creció en un ambiente frío, pero abrigado por el sentimiento artístico de sus familiares y vecinos que desde hace más de 40 años se dedican a plasmar en cuero de borrego la majestuosidad del páramo andino que los vio crecer.
Es por ello que la comunidad de Tigua, en la parroquia Zumbahua, del cantón Pujilí (Cotopaxi), dejó de ser únicamente un pedazo de tierra perdido en la espesa paja del callejón interandino, para convertirse en la expresión de un pueblo, que luego de 500 años de la conquista española, lucha por mantenerse y, sobre todo, por expresarse.
Todo empezó allá por 1970, cuando al entonces músico Julio Toaquiza se le ocurrió decorar su tambor de cuero de borrego con imágenes sencillas como ríos o montañas coloridas, logradas con rústicos materiales como la pluma de gallina y las pinturas artesanales.
Durante una de sus varias presentaciones en Zumbahua, un turista extranjero atraído por la vistosidad del instrumento musical adornado, se mostró interesado en adquirirlo. En primera instancia Julio se negó, pues aquel antiguo tambor era su instrumento de trabajo. Pero más tarde y por la necesidad de dinero aceptó el negocio. Así se logró la primera venta de una pintura de la firma Toaquiza, que hoy, varios años después, puede llegar a costar miles de dólares.
A raíz de esta venta, llegaron otros pedidos, entonces Julio compró tambores de la comunidad y les añadió diseños nuevos, paisajes, labrado de tierra, hilado de lana, cosechas de maizales, que poco a poco fueron adquiriendo originalidad y estilo propio.
“Nosotros (los hijos) fuimos los primeros ayudantes y también los primeros en aprender este arte”, comenta Alfredo Toaquiza, de 48 años. Él elogia de su padre la capacidad para desarrollar un talento sin las enseñanzas de un maestro y sin los instrumentos necesarios.
Con el éxito que Julio tuvo al incursionar en las artes plásticas, la comunidad que hasta entonces se dedicaba únicamente a la agricultura y ganadería, comenzó a interesarse en la pintura. Hasta 2005 se contabilizó la existencia de 300 pintores de Tigua; unos se quedaron en su tierra y otros radican en diferentes lugares del país, especialmente en Quito y Cuenca.
“Son maravillosas, si dejas que tus sentidos se sumerjan en ellas, te transportan a otra realidad”, manifestó Adriana Pérez, turista quiteña, que por recomendación de sus amigos llegó hasta las galerías de Tigua.
La joven estudiante de Literatura adquirió un pequeño cuadro en el que se puede apreciar las turquesas y místicas aguas del Quilotoa, cobijadas con las imponentes alas de un hermoso cóndor y adornadas con las cándidas sonrisas de las nativas del lugar, luciendo sus coloridos vestuarios.
Las galerías están ubicadas 50 kilómetros al sur de la capital. Para llegar es posible viajar hasta la terminal de Latacunga, y de ahí tomar un bus de las cooperativas Vivero o Pujilí, que llegan hasta Zumbahua. Cuatro kilómetros antes de arribar al centro de la parroquia, letreros vetustos y coloridos indican la llegada a la “Galería de Tigua”.
Desde la orilla de la carretera de primer orden que comprende la vía Latacunga–La Maná se visualizan pequeñas casas de adobe y teja, pintadas de colores sobrios, que guardan en sus entrañas las pinturas que retratan la ingenuidad plástica de los Andes septentrionales.
Estas rústicas casitas se hallan camufladas entre montañas amarillas cobijadas por el azul de los cielos, pintadas por espesa neblina, cuyas temperaturas pueden descender hasta los 05 grados centígrados.
En el lugar también se exponen caretas de todos los tamaños y formas talladas en madera, además de gorros, guantes, bufandas y otras prendas de vestir tejidas en lana de borrego y llama. De ahí que las vestimentas de los nativos son abrigadas chalinas y rojos ponchos que se representan tal cual en los impresos de esmalte, que hasta ahora son motivo de discusión entre los entendidos que no se ponen de acuerdo sobre si los cuadros son arte o artesanía.
Estas fueron las interrogantes con las que Alfredo Toaquiza se encontró durante sus múltiples salidas a Europa para exponer y promocionar sus trabajos. Ha llegado a Francia, España, EE.UU., y hace poco menos de dos meses estuvo en Italia, donde se sintió honrado al ser testigo del aprecio que los extranjeros sienten por la expresión viva de su pueblo. En el lugar tuvo la oportunidad de compartir criterios y también de aprender otras aristas de la expresión artística.
“También en la galería se puede notar que el turista extranjero es quien más valora los cuadros; son ellos quienes los adquieren mayormente”, dice el artista cuyo sueño es ver convertida a su comunidad en capital del arte y la cultura de la región. (F)