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El valor del cóndor andino va más allá de su función ambiental

En la Hacienda Zuleta, en Imbabura habitan 8 de los 19 cóndores que, a escala nacional viven bajo el cuidado humano. Hay 2 parejas y un macho.
En la Hacienda Zuleta, en Imbabura habitan 8 de los 19 cóndores que, a escala nacional viven bajo el cuidado humano. Hay 2 parejas y un macho.
13 de julio de 2016 - 00:00 - Amanda Granda

Antes de la llegada de los españoles, las culturas asentadas en lo que hoy se conoce como Ecuador se guiaban por deidades, seres que mostraban las manifestaciones espirituales de los pueblos a través de un tótem (objeto que algunas culturas tomaban como emblema de una tribu o de un individuo).

El ente representaba —con animales— los 3 niveles del hombre: el yo inferior o inconsciente, el yo medio y el yo superior. El último simbolizado con un cóndor, ave insignia del país.
Dimitri Peñasco, sociólogo cuenta que, en la cosmovisión andina, el cóndor es el mensajero de los dioses. “Se lo consideraba como el guía de los muertos hacia el reino del Hanan Pacha (tierra de arriba)”.

Desde esta percepción y con el paso de los años, la divinidad del ave mutó: surgieron mitos, cuentos y leyendas. Algunas de ellas calaron tanto en las comunidades que los habitantes de los páramos creyeron que un cóndor, por su gran dimensión (3,5 metros de envergadura) fue capaz de llevarse a una mujer, como lo describe Hernán Rodríguez Castelo en el cuento ‘Pucushca huarmi’, publicado en su texto Literatura Ecuatoriana.

Yann Potaufeu, biólogo de la Fundación Galo Plaza Lasso, de la Hacienda Zuleta, sitio que alberga la mayor cantidad de cóndores cautivos, explica que por la anatomía de sus garras es imposible que un cóndor se lleve algo (personas o ganado).

En el espacio destinado para las 8 aves que viven bajo el cuidado humano hay una cabaña dedicada a la educación ambiental. Ahí Potaufeu difunde vídeos de liberaciones pasadas, datos informativos y se ayuda de 2 figuras con forma de patas para explicar que los cóndores no tienen garras retráctiles ni pueden prensar como lo hace un águila. “Sus patas son similares a las de una gallina”, indica.

A pesar de que el comportamiento del cóndor es el de un animal carroñero, los datos revelados por los rastreadores satelitales que portan 11 aves que viven en estado silvestre, indican que, en un porcentaje mínimo, atacan a un animal vulnerable como un ternero.

Juan Manuel Carrión, director del Zoológico de Quito e integrante del Grupo Cóndor agrega que se presume que después de que una pareja de cóndores ataca y mata a su presa se van y después de un tiempo regresan para consumirla. Tras salir de la cabaña educativa, el biólogo extranjero camina hacia las perchas de las aves cautivas; porta unos binoculares con los que identifica a un cóndor silvestre.

Son las 10:30 y al dirigir la mirada al horizonte, en donde el firmamento parece unirse con la parte más alta de las montañas, una pareja de cóndores vuela. Planean unos minutos y luego se asientan en las rocas. En esa zona es común ver cóndores. Antes de que el ojo humano se dé cuenta de su presencia, los cóndores cautivos emiten una alerta: agitan sus alas e incluso levantan un pequeño vuelo que se irrumpe con el cerco de su jaula.

Potaufeu agrega que desde 2013 no ha registrado aves muertas por cacería. Sostiene que la educación es la clave. Por ello, con el apoyo del Zoo de Quito trabajan en proyectos sobre la percepción del cóndor en la comunidad de Zuleta. En 2010, el 45% de la población se refería a esa especie como un ave de mal agüero. 6 años después, la comunera Liliana Casa cuenta que sus abuelos le enseñaron que si un cóndor volaba cerca de una vivienda, era el anuncio de una muerte.

Mientras descansa en la entrada de su casa, la mujer de 75 años sostiene que aún cree en el mito, pero resalta que la imponencia del ave es parte de su cultura. Cuando era niña, las blusas que lucía su madre tenían bordados del escudo del país, en el que el ave resalta.

La creencia de Casa causa sorpresa en Hernán Vargas, investigador del Fondo Peregrino y del Grupo Cóndor. Él sostiene que el trabajo de concienciación genera avances, pero aún hay trabajo por hacer. Hasta su computador llega la información satelital de todos los cóndores que portan un GPS. Uno de los datos relevantes es que el mayor número de dormideros están en sitios no protegidos. Los biólogos coinciden que hay que dejar de lado los mitos y rescatar al ave de enorme valor ambiental y mitológico que lucha por mantenerse en los cielos andinos. (I)

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