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El trabajo sexual es parte del paisaje del Centro Histórico

El trabajo sexual es parte del paisaje del Centro Histórico
11 de junio de 2017 - 00:00 - Amanda Granda

De lunes a viernes, un despertador programado para encenderse a las 05:30 interrumpe su descanso. Su primera labor es preparar el desayuno de su hijo Luis, de 7 años. Mientras el pequeño se alimenta, Dayana, trabajadora sexual desde hace 20 años, deja de lado una pijama (buzo y pantalón) de paño y saca de un clóset de tela una blusa negra y un jean talla M que se ajusta a su figura.

En un baño de algo más de un metro de ancho, madre e hijo cepillan sus dientes y arreglan su cabello. Luis toma su mochila, Dayana ata las correas de sus tacones negros y salen de su casa. Caminan de la mano por la calle Guayaquil, en el Centro Histórico de Quito.

Al llegar a una escuela ubicada a media cuadra de la Plaza del Teatro, Dayana se despide del pequeño y camina otras 5 cuadras hasta la Plaza de Santo Domingo. Ese es su “paradero”, su sitio de trabajo.

Ahí, la mujer -de 39 años y cabello corto- capta a los clientes “madrugadores”. Hombres que salen de jornadas laborales nocturnas y que antes de dirigirse a sus domicilios contratan los servicios de Dayana y una que otra sexoservidora que a las  (07:00) ya son parte del paisaje urbano del casco colonial.

A esa hora, el frío capitalino obliga a las trabajadoras sexuales a cubrir su torso con una chaqueta o suéter, quienes optan por lucir sandalias caminan a lo largo de una cuadra para engañar a la temperatura (12°C).

Gladys, de 41 años, llega a las 08:00. Viste una licra estampada y una blusa blanca. Mientras aguardan la llegada de un cliente, las mujeres conversan sobre cómo van sus vástagos en la escuela o colegio.

La mujer está angustiada por su hijo Diego, de 14 años, quien está a menos de un mes de terminar el décimo año de Educación General Básica. El adolescente no es bueno en matemáticas pues el factoreo, este año, ha sido su dolor de cabeza. “El profesor ya me dijo que se queda para supletorios. Debe sacar 9 en el examen para pasar”, le cuenta Gladys a su amiga y compañera de trabajo.

Dayana recuerda que en sus años de colegio siempre fue buena con los números. Asegura dominar el factoreo. “Revisando el libro me acuerdo y le enseño”.

Un estudio realizado por la Red de Trabajadoras Sexuales del Ecuador reveló que el 94% de las mujeres que se dedican a ese oficio son madres. De ellas, un 81% tiene a sus hijos a su cargo y son jefas de hogar.

El 47% tiene más de 10 años en el trabajo sexual, el 17% está entre 1 y 2 años, mientras que el 36% restante tiene entre 5 y 6 años de servicio. 

Mientras coordinan los horarios de las clases, por la calle Rocafuerte baja un hombre que  luce una gorra ploma, camina por la acera y una mirada basta para que Dayana interrumpa la conversación y acuda al encuentro con el primer cliente del día.

La pareja que intercambia frases cortas camina hacia el Hostal Lojas. Ahí, según Nelly Hernández, dirigente de las trabajadoras sexuales que laboran en el sector de la Plaza de Santo Domingo, es el espacio destinado para que las sexoservidoras de ese sector laboren.

Cada encuentro sexual o “punto” como lo llama María José Flores, presidenta de la organización ‘Por un Futuro Mejor’ (Plaza del Teatro) tiene un costo de $ 10.

A este valor se le suma $ 3 de la habitación del hotel (incluye papel higiénico y un preservativo). Cada vez que una trabajadora sexual ingresa al hostal, el cliente cancela los $ 3 en recepción y los $10 a la sexoservidora.

Son las 11:00 y en la Plaza del Teatro, el sol calienta las bancas de piedra que hay en un costado de ese espacio público. En la esquina de la calle Manabí está Germania, de 48 años. La rubia, oriunda de Babahoyo, se dedica al oficio hace 20 años.

Ella  empezó en ‘La 18’, en el suburbio de Guayaquil. Ahí estuvo 2 años, hasta que la violencia que se vivía en esa zona la obligó a viajar a Quito.

El espacio para trabajar en la calle se gana

Cuando Germania llegó a la capital se instaló en la extinta zona rosa del Centro Histórico, la ‘24 de Mayo’. Ganarse un espacio en ese sector no fue fácil.

Además de los hombres conocidos como “chulos”, quienes se dedicaban a manejar el trabajo de las sexoservidoras, las chicas “nuevas” debían lidiar con las otras mujeres que no querían a más de ellas es el lugar “Siempre he guerreado la vida en la calle. Así es como una se gana su puesto”, dice la mujer, quien permanece arrimada a la pared de la puerta posterior del Teatro Sucre.

Germania no pertenece a ninguna de las 4 asociaciones de trabajadoras sexuales que hay en el centro. Sin embargo saluda a María José con una sonrisa.

La dirigente llegó desde Santo Domingo de los Tsáchilas a la capital para ejercer el oficio más antiguo del mundo. Al igual que Germania se ganó un espacio “a pulso”.

Recuerda que cuando decidió pararse en las calles aledañas a la avenida 24 de Mayo, las otras mujeres le pegaron, incluso con palos para que se fuera.  Sin embargo, María José no lo hizo. Su consigna fue: ya me pegaste. Ahora déjame trabajar.

La dirigente camina hasta el Hostal La Casona, destinado para ella y sus 45 compañeras que laboran en ese lugar.

Al ingresar al predio de arquitectura colonial, que cuenta con 22 habitaciones, se sienta en un mueble de madera y recuerda que el 2000 fue uno de los años más difíciles para las trabajadoras sexuales. Ese año, la Municipalidad cerró todas las casas de tolerancia del centro y trasladó a las sexoservidoras a La Cantera, una zona con 5 locales levantada a pocas cuadras del expenal García Moreno.

Uno de los 5 locales de La Cantera atiende

Solo una línea de bus urbano (Tola-San Roque) llega hasta La Cantera. Son las 10:00 y por la calle que dirige a las casas de tolerancia no transita ningún vehículo. Todos los locales permanecen cerrados, 3 de ellos por un deslave que ocurrió en días pasados por el fuerte invierno que atravesó la capital.

Uno atiende al público. Es la La Cantera Rosa. En los 480 metros del predio hay una pista de baile en la que se ve unas gradas en forma de espiral que conducen a un tubo de metal. Flanqueando la pista hay 35 habitaciones, en la puerta un corazón hecho con cartulina roja. En todos los cuartos existe una cama de una plaza, una almohada, un baño y un botón de pánico.

Según Klever Fuentes, propietario del local, el dispositivo fue una de las medidas de seguridad incorporadas para beneficio de las sexoservidoras y los clientes. También cuenta con un circuito cerrado de cámaras de seguridad para evitar robos.

La Cantera Rosa atiende, todos los días, desde las 11:00 hasta las 20:00. En ese lugar, todos los sábados trabajan 50 chicas, los lunes van 30, el miércoles y el jueves laboran 20 y el viernes 40.

El cliente paga $ 12, de estos $ 10 son para la trabajadora sexual y $ 2 para el establecimiento. A varios metros de ahí está una casa amarilla de 3 pisos, donde funcionaba el ‘Danubio Azul’, un centro de tolerancia administrado por una trabajadora sexual, Italia V.

El sitio está cerrado, en la parte posterior se ve rezagos de lodo y piedras.

La Cantera empezó a funcionar en 2006, 11 años después, dentro de ese predio no ha ocurrido ningún cambio. Incluso partes de una roca de grandes dimensiones que cayó en un derrumbe de 2007 permanece en el mismo sitio, el patio del ‘Danubio Azul’.

El ingreso a esta zona de tolerancia costaba $ 2 con derecho a una cerveza. El valor del servicio sexual era de $ 12: un dólar por el uso de la cama y los 11 para la trabajadora sexual.

A las 11:30 Lorena, una mujer de 46 años, camina con dirección a La Cantera. Ella también empezó en la 24 de Mayo. Cuenta que cuando el ‘Danubio Azul’ abrió sus puertas más de 100 chicas ofrecían sus servicios en ese lugar. “La clientela era buena, pero la delincuencia frenó todo”.

La fémina, de cabello tinturado y largas uñas pintadas, recuerda que poco a poco los clientes dejaron de frecuentar el lugar. Lorena al igual que las otras volvieron a las calles.

En la 24 de Mayo, las mujeres superan los 40 años

Sandra es dirigente de las trabajadoras sexuales que se mantienen en lo que hoy es el bulevar de la av. 24 de Mayo.

Ella asegura que de todas las mujeres que ejercían su oficio en esa vía, ninguna trabaja en un centro de tolerancia. “Todas estamos en la calle”.

La principal preocupación de la dirigente es la cantidad de compañeras que superan los 50 años y siguen en el oficio.

En la intersección de la calle  Cuenca y 24 de Mayo el monumento de un cóndor, ave emblema del país, proporciona algo de sombra para Liliana. Ella viste un pantalón negro, una gorra café y unos tacones rosados. Lili, como prefiere que la llamen, tiene 49 años. El próximo agosto cumplirá 50.

Afirma que ejercerá su oficio hasta que Dios le dé vida. El trabajo sexual le permitió criar a sus 5 hijos. Ahora es abuela de 3 menores.

Lili camina por el bulevar en búsqueda de un cliente. A su paso, un patrullero de la Policía Nacional realiza un recorrido de rutina. Recuerda que en 2001 cuando veía un carro de agentes corría para que no la detengan.

En ese tiempo se realizaban controles para que ninguna mujer ofrezca servicios sexuales en las calles del centro.

María José también vivió el tiempo de las redadas. Dos cicatrices en su rodilla derecha le impiden olvidar el trato que recibían cuando se atrevían a trabajar en la calle.

“Los policías nos correteaban y nos subían en camiones como ganado. Pasábamos detenidas entre 3 y 7 días en el antiguo Centro de Detención Provicional (CPD) de San Roque”.

Ahora, la ley nacional vigente impide que sean detenidas. Sin embargo, la persecución ha cambiado de rostro, explica Lily.

La mujer, quien cubre sus canas con un tinte rojizo, indica que está al tanto de la nueva reubicación planteada por el Municipio para todas las trabajadoras sexuales del centro. Para ella la nueva persecución es esa: invisibilizarlas trasladándolas a otro sitio con el objetivo de ocultarlas.

Asegura que ellas son parte del paisaje urbano del Centro Histórico y que no le hacen mal a nadie.

Según Sandra, en la 24 de Mayo trabajan cerca de 50 mujeres, que en su mayoría son adultas mayores o que tienen algún tipo de discapacidad.

La reubicación está pendiente

Lourdes Torres, presidenta de la  Asociación de Trabajadoras Sexuales de Pichincha, indica que en la capital existen 110 centros de tolerancia: la mayoría están en el norte de la urbe, 2 en el centro y otros 2 en el sur.

La dirigente llegó a los 17 años a Quito; por 38 años ha ejercido el oficio. Informa que  en la actualidad mantienen mesas de diálogo con representantes del Cabildo para tratar su reubicación.

Ella, María José, Sandra y Nelly aseguran no oponerse al traslado, pero sí exigen que este sea justo, digno, normado y concienciado con todas las trabajadoras sexuales y los moradores del sector al que vayan.

Por las mañanas atienden las labores domésticas de sus hogares y se dan tiempo para realizar los trámites relacionados a sus organizaciones. En la tarde van a las calles y ofrecen sus servicios (I) 

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