Habitantes de una ciudadela en el sur de Guayaquil están consternados por la muerte masiva de gatos. Los felinos fueron envenenados por un vecino que consideró había muchas de estas especies pululando en la zona. No es la primera vez que se atenta contra la existencia de ellos.

Estos animales estaban protegidos por personas que los alimentaban y les daban cuidados por su cuenta y riesgo. El único delito de los pequeños mamíferos era no tener un hogar fijo donde vivir. Entre las víctimas también hay mininos que pertenecen a familias de la zona.

La eliminación de mascotas, ya sea por envenenamiento u otra modalidad, es penado por las leyes ecuatorianas. El Código Orgánico Integral Penal (COIP) establece sanciones de 50 a 100 días de trabajo comunitario a quien cometa esta repudiable acción.

En la urbe existen instituciones que colaboran en la protección de especies. Una de ellas pertenece a la Prefectura del Guayas, que cuida de 300 felinos que residen en el Centro de Rehabilitación de Mujeres en Guayaquil.

En el Parque Forestal y en la Universidad Estatal hay grandes colonias de gatos cuyo amparo está a cargo de activistas particulares. Ellos se encargan de alimentarlos, esterilizarlos y colocarlos en hogares para que tengan una vida en paz.

Los gatos no son especies violentas. Por el contrario, son tímidos y huyen cuando se sienten amenazados por humanos o canes.

Requieren como toda mascota de controles médicos y de vacunas para evitar enfermedades. Acabar con ellos es un acto repudiable que incluso hiere profundamente los sentimientos de personas de toda edad que ven a los gatos como un miembro de la casa. (O)

Henry Andrade Jiménez
Editor (E) d7a
[email protected]