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El espacio público de Guayaquil: de lo privado a lo prohibido

El espacio público de Guayaquil: de lo privado a lo prohibido
Foto: José Morán / El Telégrafo
09 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Guayaquil

El Parque España, ubicado al sur de Guayaquil, es uno de los más antiguos de la ciudad. Ese sitio, según datos históricos, fue edificado en 1929.    

El interior está adornado con sillas, árboles y, como la mayoría de los sitios por donde pasó la regeneración urbana, luce completamente enrejado.

Un busto de Sebastián de Benalcázar, fundador de Santiago de Guayaquil, reposa en el centro. Pero retratarlo en dicho espacio público no es sencillo.

El fotoperiodista de El Telégrafo apuntaba con su cámara al personaje histórico, un martes por la mañana, cuando a lo lejos se escuchó la voz de una guardia: ¡Señor! ¡Espere!

La celadora, uniformada de negro y blanco, explicó que para retratar la figura del ‘explorador de España’ primero había que hacer una petición al Municipio de Guayaquil.

¿A quién hay que dirigirse?, consultó el equipo periodístico de este diario. La guardia llamó por radio a su superior. Luego de varios minutos informó: “Nos han dicho que tienen que pedir permiso al Municipio”.  

Las restricciones en los parques de las áreas regeneradas son prácticas instauradas hace más de dos décadas. Hacer actividades tan sencillas -como retratar un objeto inerte- requiere del “aval” de alguna autoridad municipal o de las fundaciones adscritas.

El equipo periodístico de este medio visitó varias áreas verdes de la urbe y encontró más impedimentos. El Parque Lineal de la ciudadela Kennedy es un escenario público que está en proceso de regeneración.

La decoración es similar a la de los demás: enrejado por doquier, adoquines de colores cálidos y un guardia con tolete.  

El fotógrafo del diario intentaba retratar la vegetación del lugar, pero tampoco pudo laborar con libertad.

Un celador, que permanece en el interior, se acercó rápidamente y preguntó qué estaba haciendo.

“¡Estamos tomando fotos a los árboles y a los mangles!”,  explicó el fotoperiodista.

Luego, el guardián le solicitó su nombre.

Por su radiotransmisor informó a otro superior (cuya identidad no se conoce).

Hay más personas paseando, sin embargo, la atención solo está centrada en los ciudadanos con cámara.

“¡Base! ¡Base! Confirme la copia”, insiste a su interlocutor en busca de una respuesta sobre la legalidad (o no) del acto de retratar los árboles en el parque (construido con impuestos de los ciudadanos).  

La “base” mandó a preguntar si teníamos una autorización de la Fundación Siglo XXI (municipal). Al responderle que no, el celador repreguntó a base.

“Negativo Sierra. No tienen autorización por escrito”.

La “base” repite que se debe acudir a la fundación. ¡No pueden hacerse fotos!  

“¿Y este no es un espacio público?”, se le pregunta al joven celador. Él encoge los hombros sin poder dar argumento sobre las órdenes de sus jefes.

Una norma hecha en 2001

Las limitaciones de actividades en el espacio público tienen una serie de antecedentes y alcances.

Una revisión a las ordenanzas municipales permiten informarse acerca de la vigencia de otras normativas creadas en las últimas dos décadas.

En octubre de 2001, en la administración del actual alcalde Jaime Nebot Saadi, se aprobó el reglamento interno que norma los usos, las actividades y el mantenimiento de las instalaciones dentro del área del plan de regeneración urbana del Cerro Santa Ana.

En el artículo 9, capítulo IV, sobre las áreas de uso público, se prohíbe: “Mantenerse o deambular con vestimentas que atenten al decoro y buenas costumbres en las áreas públicas”.

Juan Andrade es uno de los visitantes del cerro. Él va con regularidad a la parte turística del Santa Ana.

¿Qué tipo de vestimenta atentaría contra sus buenas costumbres? Luego de pensarlo dos minutos expresa: “La de los reggetoneros. Yo soy rockero”, bromea.

Fátima Gómez, que también visita el cerro, ironiza sobre la reglamentación: “¿Estoy atentando con mi falda? ¿Hay algún manual de vestimenta adecuada? Deberían pasarnos el catálogo”.

Otras limitaciones son la prohibición de hacer bailes en los bares del cerro y, en el Malecón 2000, los guardias pitaban a las parejas que se besaban de forma “apasionada”.  

El modelo de las concesiones en los malecones

En el Malecón 2000 ya se pueden hacer fotos a los árboles, a las estatuas y a los peces de las piletas.

Los únicos que tienen prohibido el ingreso son los comerciantes ambulantes.

De acuerdo con las disposiciones del Cabildo porteño, las labores comerciales la pueden ejercer aquellos que tienen locales y puntos concesionados.

La semana pasada se redobló la vigilancia en la zona con el objetivo de evitar que los ambulantes expendan sus productos en el espacio público.

Elementos de la Policía Metropolitana están distribuidos al pie del cerramiento.

Los vendedores de snack y de bebidas, que hasta hace poco se paraban cerca, se retiraron del sector para evitar el decomiso de la mercadería.

José Mendieta cuenta que lleva 30 años comercializando sus productos en la calle.  Ahora vende gaseosas y agua helada.

A él le parece injusta la represión contra los pequeños vendedores. “El Malecón Simón Bolívar es un ícono de la ciudad. Viene mucha gente. Antes podíamos trabajar sin problema, pero desde que se implementó la regeneración urbana los pobres hemos quedado relegados para el Alcalde. No tenemos oportunidades”.

Justo en esta semana fueron inaugurados dos locales dentro del Simón Bolívar.

Dos empresas de alimentos obtuvieron la concesión por 10 años, es decir, hasta el año 2026.  

Daniel Torre, gerente administrativo financiero de la fundación Malecón 2000, expresó que las marcas fueron escogidas por una subasta pública. El funcionario comentó que la idea es atraer al turismo nacional e internacional. “Las marcas que están son ecuatorianas, no transnacionales”.

Las ganancias -dijo- servirán para el mantenimiento del Malecón. Un proyecto que también se desarrolla cerca del IMAX es la colocación de una noria gigante.  

El Municipio adjudicó el espacio a la compañía Representaciones y Operaciones Latinoamericanas. La concesión durará 25 años.

Además se plantea la edificación de un complejo de restaurante y de cines. El modelo de administración sería similar. A lo largo del Malecón existen más de 250 puntos de ventas (entre puestos y locales).

Las concesiones de espacios se extienden hasta el Malecón del Salado. El patio de comidas luce desocupado desde hace algunos meses.
La fundación adelantó que se hará una licitación para la concesión de dichas áreas.

Se escogerá a las empresas que manejarán los sitios donde antes funcionaban bares y discotecas. Pero operarán otro tipo de negocios, pues, según Nebot, había problema con drogas. Igualmente, empresas privadas manejan los juegos mecánicos infantiles. (I)   

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