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El arte de mezclar música vence al tiempo y la tecnología

El arte de mezclar música vence al tiempo y la tecnología
08 de octubre de 2017 - 00:00 - Henry Andrade Jiménez

A mediados de los ochenta, Luis Fernando Avilés (52 años) fue uno de los pocos hombres que hicieron “bailar” nada más y nada menos que al expresidente de la República León Febres-Cordero.

No fue en el marco político, obviamente. Más bien se dio cuando el fallecido exalcalde de Guayaquil acudió con su exesposa María Eugenia Cordovez, a la desaparecida discoteca Infinity, ubicada en la ciudadela Urdesa, al norte de la urbe.

Allí, el exlíder del Partido Social Cristiano “marcó el paso” al ritmo de la canción venezolana Caballo viejo. En ese centro de diversión, Avilés era el responsable de que los farreros guayaquileños bailen hasta más no poder.

Iván Oviedo Gutiérrez (53 años) tiene una historia bastante parecida. Él como disyóquey también hizo “bailar” a grandes especialmente artistas y actores extranjeros. Entre ellos están la estrella de telenovelas venezolanas Jeannete Rodríguez. Ella danzó la Lambada en el marco de un torneo de tenis que se celebraba hace un par de décadas en el puerto principal, para ayudar a las personas necesitadas.

Ambos forman parte de un pequeño círculo de pinchadiscos que cobraron fama entre los ochenta y noventa, y que se encargaban de tocar en las fiestas más importantes y exclusivas de la urbe.

En ese grupo estaban los hermanos Leiva, los Espinoza (Asonipze), José Lynch, Herbert Álvarez, entre otros.

Con el paso de los años y las facilidades tecnológicas para mezclar canciones, esta labor dejó de ser un arte en el que predominaban el oído y la técnica, y más bien se convirtió en un proceso prácticamente programado en computadoras.

En la ciudad es imposible cuantificar hoy el número de disyoqueis que prestan sus servicios en eventos o fiestas; sin embargo, los más antiguos decidieron organizarse en una asociación cuyo presidente es Edín Lucero (59 años).

El gremio, que tiene dos años de creación y más de un centenar de socios, trabaja, entre otras cosas, en la creación de un proyecto para que las autoridades reconozcan su labor.

Luis Fernando Avilés transitó por varias emisoras y también en las principales discotecas de Guayaquil. Hoy da asesoría en materia de audio y video para locales. Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO

Una pasión que nació en la niñez

Avilés y Oviedo llevan la música en sus genes. Se criaron y crecieron escuchando distintos ritmos. Sus padres y tíos eran amantes de diferentes géneros y artistas nacionales y extranjeros entre los años sesenta y setenta.

En el caso del primero, la situación fue más extrema, pues en el barrio donde vivía (Rumichaca y Huancavilca) existían decenas de bares donde las melodías de la peruana Carmencita Lara o del colombiano Alci Acosta estaban desde el almuerzo hasta la merienda.

“Incursioné en la música cuando tenía unos 10 años, pero quedé atrapado cuando vi la película Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar, donde el protagonista era el cantante argentino Sabú”.

En esa época, sostuvo, su vida la dividía entre las baladas y desarmando pequeños radios.   

A los 14 años, una tía de Luis que trabajaba en Emporio Musical le dijo que podía dedicarse a la venta de discos a domicilio. Esta labor consistía en invertir una cantidad de dinero en los vinilos y luego ofrecerlos en las casas de amigos, oficinas de allegados o en locales de personas referidas.

El negocio creció rápidamente y le generó ganancias; sin embargo, a veces se quedaba con algunos acetatos.

Es allí cuando empieza a abastecerse hasta amasar años después más de 10 mil discos. Su vida cambió cuando unos tíos que llegaron de Estados Unidos trajeron unos tocadiscos y un mezclador con ecualizador.

No tenía claro cómo usarlos, apenas conocía leves referencias de los aparatos. Tampoco se los habían ofrecido o regalado y más bien llegaron a sus manos años después, cuando sus primos no tenían dinero suficiente para cancelar una deuda precisamente por la venta de vinilos e hicieron un canje.

Las primeras fiestas a las asistió, cuando tenía entre 14 y 15 años, se convirtieron en la “escuela” donde dio sus primeros pinitos como disyóquey.

El siguiente paso fue adquirir long plays importados. Su costo oscilaba entre los 2.500 y 3.000 sucres. A los 17 llega a la emisora Fantasía Musical, una de las que estaba de moda a inicios de los ochenta.

En una de esas adquisiciones de discos extranjeros estaba el vinilo del grupo portugués Tantra, recordado por el tema Su-ku-leu. Fue el primero en transmitirla a través de una radio. Ese día fue una locura en la cabina donde laboraba, pues recibió decenas de llamadas de oyentes y hasta de directivos de la emisora.

Todos estaban sorprendidos por el ritmo y especialmente por el inusual coro. Ese larga duración se convirtió en uno de los tesoros más preciados.

Finalmente, decidió grabar varias copias en cartuchos y compartirlas con los amigos y colegas más cercanos.

Avilés estalla en carcajadas cada vez que recuerda ese momento. Todo lo que ganaba, lo inviertió en equipos y en más acetatos. Junto con 3 amigos accedieron a un crédito por 100 mil sucres para comprar parlantes, tocadiscos, ecualizadores, consolas y similares.

Los contratos de ese entonces se cotizaban en 2 mil o 3 mil sucres y cada hora extra entre 100 y 150 sucres.

En su récord de la cantidad de farreros a los que mantuvo bailando por horas suman 600 personas. Ello se dio en una fiesta organizada en el colegio Domingo Comín, en el sur de la urbe, donde ahora funciona la Universidad Politécnica Salesiana. El ahora técnico en sonido optó por abandonar los micrófonos y consolas de la radio y se mete de lleno a la mezcla de música en eventos sociales y las principales discotecas de Guayaquil.

Iván Oviedo junto con sus hermanos Hernán y Fabián crecieron escuchando la música mexicana o la del argentino Leo Dan que les gustaba tanto a sus progenitores en la Atarazana, norte del puerto principal.

Desde niños sintonizaban radio Alegría y participaban en los diferentes concursos, cuyos premios eran vinilos de música en inglés y español. Ese fue el enganche para este trío conocido años después en el mundo de la farra guayaquileña como Los Oviedo.

Empezaron con los equipos de audio que había en casa hasta que su padre, Enrique, les trajo un mezclador al regreso de un viaje a Estados Unidos. El estreno del novedoso aparato se dio justo para una fiesta por los 15 años de Iván celebrada en su vivienda.

A los 17 años, sostiene, que ya daban sus servicios a amigos, familiares y conocidos.“Teníamos un amplificador y un ecualizador básico. Las cajas o parlantes fueron armados a lo Frankenstein”.

El trabajo de los hermanos Oviedo empieza a ser reconocido en algunos sectores de la urbe. Los ingresos también crecieron  y gracias a ello pueden adquirir los mejores equipos del momento.

Colegios como el Americano, instituciones financieras y empresas privadas requieren de sus servicios semanalmente en ese entonces. Al menos 8 veces al mes, los hermanos Oviedo tenían contratos por cumplir dentro y fuera de la ciudad en el mejor momento de sus carreras como pinchadiscos.

Iván se especializa en música tropical y Hernán en la anglosajona. “A nosotros nos conocieron porque en esa época eran pocos los disyoqueis que trabajaban en colegios representativos”. Explicó que tocaban con 4 tocadiscos y una consola de 8 canales.

“Eso era la sensación. Hacíamos el scracht (técnica que produce sonidos moviendo el vinilo hacia adelante y hacia atrás) y otras cosas. Eso le llamaba la atención a la gente”.

El éxito, precisó Hernán, llegó a tal punto que hubo momentos en que mezclaban música en tres fiestas durante un mismo día. El menor de los Oviedo (49 años) tiene como récord el haber puesto a bailar a 5 mil personas en una fiesta de fin de año celebrada en un club privado de Salinas.

Iván Oviedo fue el pinchadiscos por casi una década de las quermés organizadas en el Colegio Americano. Foto: Fernando Sandoval / EL TELÉGRAFO

¿Oído, técnica o práctica?

La habilidad para mezclar canciones sin hacer pausas y que resulte casi desapercibido para quienes bailan o escuchan se logra gracias a varios factores.

Yuri Espinoza (54 años) y exdisyóquey del recordado Williams Exclusive Club, señala que es una mezcla de un oído que se afina con el paso de los años, la técnica de cada persona y la práctica constante.

En eso coincidieron los hermanos Oviedo y Avilés. Pero este pinchadiscos conocido en el medio como Azonipse le agrega un detalle más: el conocimiento de la música.
“Hay que saber administrar las melodías. Uno debe saber qué poner en su momento. No se puede echar toda la carne en el asador”.

Yuri y su hermano Eddy también empezaron cuando tenían 13 y 14 años, respectivamente. Al igual que sus otros colegas iniciaron como coleccionistas de vinilos y tocando con los aparatos que había en casa.

El fallecimiento de su padre les permitió acceder a un dinero y su madre les dijo: ¿la moto o los equipos?

Tras varias conversaciones los futuros disyoqueis acordaron comprar parlantes, mezcladores, amplificadores y ecualizadores. La inversión fue de aproximadamente 2.500 sucres.

Inicialmente alquilaban todo lo necesario para trabajar. Empero su progenitora los llevó con Pepe Parra, propietario de Parramont, almacén especializado en la venta de estos equipos.

En paralelo, Eddy empezó a especializarse en aparatos eléctricos. Precisamente su trabajo de graduación fue sobre el uso del crossover, un filtro para separar sonidos bajos medios y agudos. Parra les recomendó que a cada evento donde toquen repartan tarjetas con su nombre. Esa estrategia dio resultados rápidamente y los hermanos Azonipse no paraban de trabajar cuando tenían entre 18 y 19 años.

Al darse cuenta del éxito de los jóvenes Espinoza, Parra opta por contratarlos. Es así como se convierten en los teloneros del legendario grupo guayaquileño De Luxe, cuyo mánager era el titular de Parramont. Yuri y Eddy amasan cerca de 4.000 discos en su mejor momento, pero esa colección casi desapareció luego que un chambero se los sustrajo.

Entre ellos estaba un long play firmado por el cantante español Raphael. La rúbrica se la estampó antes de una presentación en el Williams. Yuri fue por casi una década el mezclador oficial de ese centro de diversión. Su llegada se dio luego de que el encargado de poner la música lo escuchó tocar en otra discoteca y meses después le cedió el puesto ya que debía viajar fuera del Ecuador.

Gracias a eso Espinoza pudo conocer a las grandes estrellas que cantaron en ese local como Lupita D’Alessio, Juan Gabriel y otros. “Al ‘Divo de Juárez’ me tocó abrirle la puerta del camerino. Yo estaba muy nervioso. Él muy cortés me tomó la mano y me dijo que esté tranquilo”.

Con el ‘Niño de Linares’ también tuvo una experiencia. El español era entrevistado para un canal de televisión y en un momento, Espinoza le pidió que le firmara un vinilo, pero con dedicatoria a Azonipse. “¿Qué significa esta palabra?, me preguntó y se lo expliqué, ante lo cual replicó que debería conservar mi nombre o apellido propio y de inmediato me dijo que se pondría: Raphael, el pachanguero”.

La vida de los Oviedo, los Espinoza y de Avilés continúa girando en torno a la música. Hoy, ya no es un negocio rentable, pues la aparición de otros equipos los ha herido, pero ellos creen que los verdaderos disyoqueis nunca morirán. (I)

Yuri Espinoza fue el disyóquey del recordado Williams Exclusive Club. Gracias a su labor pudo conocer a las estrellas que se presentaron en ese centro de diversión nocturna. Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO

DATOS

Yuri Espinoza no solo fue conocido como disyóquey, también es recordado por imitar a Michael Jackson en fiestas. Tiene una licenciatura en Inglés y una maestría en Educación.

Iván Oviedo estudia Periodismo en una universidad local y ha colaborado en varios medios de comunicación.

Luis Fernando Avilés, a más de mezclar música en eventos, da el servicio de alquiler de audio, video e iluminación. Vende partes y piezas de computadoras. (I)

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El cambio de vinilo a disco compacto no afectó su trabajo

La aparición del disco compacto en las casas musicales a inicios de los noventa fue solo una novedad entre los disyoqueis. Si bien empezaron a desaparecer los discos de acetato y a proliferar en grandes cantidades los CD, no hubo complicaciones entre los mezcladores.

En eso coinciden Luis Fernando Avilés, Yuri Espinoza y los hermanos Iván y Hernán Oviedo. Ellos aprendieron rápido y casi de inmediato aparecieron las compacteras con el botón que controla la velocidad, muy empleado en los tradicionales tocadores de vinilos.

Posterior a ello surgen programas de computadora que hacen las mezclas de manera automática.

Sin embargo, en los últimos años el vinilo nuevamente está presente entre los pinchadiscos. Hernán está contento, pues quiere experimentar con más intensidad esa sensación de usar el acetato. (I)

Los discos de vinilo están de vuelta entre disyoqueis y los coleccionistas. Los CD los desplazaron por su alta fidelidad. Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO

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