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El amor de madre se vive con más intensidad en los albergues
Yohaira Altafuya prefiere mantenerse cerca de los umbrales de las puertas. Todas las mañanas pone una silla a un costado del ingreso de su cuarto para amamantar a Milagros, que tiene 19 días de edad.
Mientras mira a 2 loros comer plátano en una tarrina de plástico o jugar al pie de una ventana, acaricia con la yema de los dedos la cabeza de su recién nacida. De vez en cuando sujeta los pequeños pies de su bebé que están arrugados por el calor.
Ella se encuentra en uno de los 4 albergues de la localidad de Pedernales (Manabí), una de las zonas con mayor afectación por el terremoto del pasado 16 de abril. Ella es parte de las 28.439 personas que se encuentran en esta condición.
La madre llegó al lugar, 6 horas después del movimiento telúrico que tuvo una intensidad de 7,8 grados en la escala de Richter. El sitio de acogida se denomina ‘Refugio 31 de Marzo’, ubicado en el sector Nuevo Pedernales, el cual recibió a unas 30 familias, en su mayoría de la zona de Boca de Tachina, compuesta por 3.893 habitantes.
En el lugar funcionaba la escuela y colegio del mismo nombre en donde estudiaban 200 alumnos, pero el terremoto obligó a familias enteras a instalarse en el lugar. En improvisadas cocinas, las mujeres preparan sus alimentos, lavan la ropa y cargan a sus bebés. La edad de las madres es de entre 17 y 40 años. Tienen entre 2 y 7 hijos, cada una.
La tragedia, que causó la muerte de 660 personas -según la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos- no impide que ellas velen por sus hijos por sobre todas las cosas. Yohaira, por ejemplo, se sienta cerca de la salida por si hay una réplica, pero se distrae al amamantar a su niña porque no quiere recordar los instantes que vivió antes del terremoto del sábado 16 de abril.
Casi 12 horas antes de la tragedia, la joven madre entró en labor de parto y dio a luz a su pequeña. A las 05:45 fue madre por segunda vez. Tuvo un parto natural.
La mujer recordó contenta que los médicos le dieron el alta a las 09:00 de ese día. Su madre la llevó a su domicilio en Tachina. Un pequeño festejo se realizó para dar la bienvenida a la nueva integrante de la familia. Pero la tragedia apagó la felicidad.
Un fuerte golpe en las paredes de madera y cemento cortaron las risas y las atenciones de la familia. El temblor azotó la vivienda que derribó los 6 muros de la casa. Fueron 58 segundos, en los que Yohaira no se dio tiempo para pensar. Acabada de dar a luz y casi sin poder caminar, la joven madre se abalanzó sobre la niña y solo esperó a que otra pared le cayera encima. “En esos momentos solo pensé que me caiga todo a mí, pero no a mi hija”.
Yohaira ya no quiere revivir esa tragedia. Solo saca el lado positivo de las cosas. “Mis bebés están bien”. Reflexionó que el terremoto mantuvo a la familia unida. Fue un milagro que todos salieran vivos, de ahí el nombre de su pequeña hija.
Ser madre es una labor y una entrega a tiempo completo, comentó Yohaira, quien reconoció que por la preocupación no ha tenido tiempo de llevar al doctor a su pequeña. El pasado miércoles, la joven de 24 años recibió la visita de un médico del Centro de Salud de Pedernales, cabecera cantonal de Manabí.
La mujer, sin mucho afán, respondió a las preguntas de la doctora. La niña nació con un peso aproximado de 3 kilos, lo que indica que está bien, pero hubo que realizar una prueba para descartar que la recién nacida sufra de alguna discapacidad, como por ejemplo síndrome de Down. “Después del terremoto, no tengo ganas de pensar. Solo quiero estar con mis hijas”.
Una madre siempre vela por los más indefensos
Y es que las mamás viven una doble preocupación, explicaron Eulalia Napa Quiñonez (45 años) y Adelaida Zambrano (43 años). Casi todos los días, ambas se ubican cerca de un riachuelo vía a Cojimíes. Cada una lava un promedio de 4 tandas de ropa, la mayoría cobijas y pantalones para niños. En dos grandes lavacaras, las mujeres vierten 2 puñados de detergente y agitan el agua para que haya mucha espuma. “Con terremoto y todo, quiero que mis ‘bebés’ estén limpiecitos”, comentaron entre risas.
Estas dos madres tienen algo en común, además del pánico que vivieron durante el terremoto. Uno de sus hijos sufre discapacidad física. Eulalia engendró a 6 niños; el cuarto no puede caminar y sufre un problema cognitivo, originado por una fiebre amarilla a los pocos días de nacido.
La mujer recordó la primera señal del terremoto como un fuerte ‘ventarrón’ que sacudió la villa de cemento en donde vivían desde hace 15 años. Ignacio Ramírez, su esposo, quedó inconsciente tras un golpe en la cabeza por uno de los murales.
Pero el ánimo de la mujer no se vino abajo. Se dio tiempo de buscar a su pareja, sacar a sus hijos, especialmente a Jean Carlo, que tiene que movilizarse en silla de ruedas. “Al temblar la tierra, solo quise abrazar a mi hijo, para que nada le pase”, contó la mujer.
“En esos momentos, a una madre no le importa nada”, añadió Adelaida Zambrano. La mujer tiene 4 hijos; Érick (6 años) tiene una discapacidad que le impide moverse. Al igual que su compañera, Adelaida también procuró sacarlo de la casa. “Es una desesperación ver que mi hijo no se puede mover. Pero sintió todo. Con sus ojos me dijo que tenía miedo”.
Las progenitoras reflexionaron sobre el momento que vivieron y el peligro. Ellas, sin dudarlo ni un instante, aseguraron que por sus hijos volverían a correr el riesgo. (I)
Las mamás desarrollan una increíble capacidad de autodefensa
Una asistencia psicológica es fundamental luego de un terremoto, explicó Marco Espinosa, psicólogo voluntario. El galeno indicó que las mujeres desarrollan una “capacidad de defensa increíble” para proteger a sus hijos en los momentos de peligro.
Según el especialista, muchas veces las progenitoras ni siquiera se preocupan por ellas. “Extienden su capacidad de autodefensa para salvar a sus seres queridos”.
En estos casos, indicó, las mamás tienden a desarrollar un mecanismo de defensa, que es bueno para mantenerlas en alerta, pero también puede generar problemas de nervios por la acumulación de tensiones. “A veces no pueden dormir, no pueden comer y muchas ocasiones pueden presentar estado de mal humor”.
Esa es la sensación que sufrió María Benítez (36 años). Cuando la tierra se movió, solo pensó en cubrir a su hijo de 3 años con almohadas. Ella sufrió un golpe por una figura de madera que se cayó de una repisa. “No me importa porque eso le pudo haber caído a mi bebé”.
María cuenta que el dolor en la cabeza ya pasó, pero en las noches tiene la sensación de que las paredes se mueven, pese a que no hay réplicas.
El psicólogo indicó que es mejor que las progenitoras dialoguen cuando a ellas les dé ganas de hacerlo porque de esa forma asumen que ese momento ocurrió. Justamente ese es el camino para superarlo. (I)