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Voceros en el mundo de los pueblos kichwas

La música indígena de Yarina evoluciona y trasciende las fronteras nacionales

Desde pequeños aprendieron a tocar instrumentos andinos. Empezaron con conciertos en Otavalo e Ibarra. Foto: Regional Norte
Desde pequeños aprendieron a tocar instrumentos andinos. Empezaron con conciertos en Otavalo e Ibarra. Foto: Regional Norte
13 de septiembre de 2015 - 00:00 - Rut Melo

Oriunda de la comunidad indígena Monserrate, Otavalo, y con más de 30 años de trayectoria, la familia Cachimuel difunde la tradición musical de las comunidades indígenas. “Introducimos en la música tradicional conceptos académicos e influencias de géneros como el jazz, pero sin que pierdan el alma kichwa”, señaló Ixca Nazim Flores, percusionista de la agrupación.

En sus manos vibran las flautas traversas, los bandolines, las dulzainas, las quenas y las guitarras, con asombrosa maestría y al ritmo del sanjuanito.

Han trascendido las fronteras de su comunidad, al dar a conocer la música de su pueblo. El grupo Yarina se ha convertido en un vocero de los indígenas kichwas del pueblo Otavalo. A través de la música, llevan un mensaje de unidad.

Esta agrupación nació con Rosa Elena y José Manuel, quienes, en compañía de sus hijos, decidieron en los años 80, preservar sus tradiciones, a través de la música y la danza. Fue así que crearon el grupo Yahuar Wauky (Hermanos de Sangre) que luego se convirtió en el grupo Yarina (Recuerdos).

Manuel, el padre, incentivó a sus hijos y los enrumbó en la música, convencido de la necesidad de conservar la cultura musical de su pueblo.Un camino que convertiría a los hermanos Cachimuel en grandes representantes de la música ecuatoriana.

“Nuestro lenguaje como familia kichwa ha sido la música, fundamental para comunicarnos con las comunidades tanto aquí en el Ecuador como fuera de él. Nuestro mensaje ha sido escuchado en todos los rincones donde nos hemos presentado, sin importar el idioma o el lugar, convirtiéndose en un espacio que nos permite reafirmar nuestra identidad kichwa”, comentó Ana Cachimuel, integrante de la agrupación.

Desde pequeños aprendieron a tocar instrumentos andinos. Empezaron con presentaciones en las calles de Otavalo, Ibarra y Quito para después hacerlo en Colombia, Chile, Italia, Estados Unidos, Holanda y Suiza.

Sus letras cargadas de lucha por su pueblo ratifican su participación social en el proceso político y cultural de los pueblos indígenas.

A sus 16 años, Roberto, el tercero de los 11 hermanos Cachimuel, decidió viajar a Estados Unidos a estudiar guitarra, violín y composición musical en el Berklee College of Music, en Boston, Massachusetts, uno de los institutos superiores mejor reconocidos en el mundo musical. Ambas decisiones, emigrar y estudiar, definieron el futuro de la familia y del grupo Yarina.

De forma paulatina, los hermanos salieron del país con la idea de continuar su formación musical y dar a conocer sus melodías en otros escenarios. Con todos los hermanos reunidos en Estados Unidos, empezaron a grabar discos como: Yarina 500 años (1993), Sunrise (1997), Forever (1999), Inspiration (2001), entre otros.

Además, se presentaron en auditorios representativos de ese país, como el Museo Metropolitano; el Museo Nacional Smithsoniano del Indio Americano y el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas.

En 2005, su carrera artística se consolidó aún más: obtuvieron el premio Nammy (Native American Music Awards) por su disco Ñawi (2004), en la categoría mejor álbum del año. Este suceso potenció su música y ventas.

Canciones como ‘El Jilguerito’, ‘Rosalía’, ‘Tu forma de ser’ y ‘Oja-ja’ se convirtieron en melodías representativas de la agrupación. En ellas se expresan letras y acordes de Yarina vinculadas a las raíces y el pensamiento kichwa.

Su último trabajo discográfico fue Runa Taki de Sur a Sur, lanzado en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, hace 2 años, un proyecto musical e investigativo del cual surgió un nuevo género denominado afrokichwa, una combinación de ritmos afros con instrumentos kichwas que cuentan la historia de 2 pueblos que tienen la misma realidad de esclavitud, discriminación y resistencia, pero que mantienen su pensamiento y expresión cultural.

“Trabajamos en un nuevo material discográfico que cuenta con creaciones como Yarina Sinfónico y una recopilación de canciones de hace 30 años, en las que rescatamos ritmos como el yumbo o el cuchunchi”, comenta Nazim Flores.

Aunque las distinciones y reconocimientos que ha recibido Yarina en Ecuador han pasado inadvertidas, el surgimiento de estos movimientos artísticos revaloriza las culturas musicales andinas. (I)

DATOS

Nazim Flores, percusionista del grupo, junto con su esposa y su hermano son los únicos miembros que residen actualmente en Ecuador.

A su regreso al país, crearon el museo Otavalango, en la antigua fábrica San Pedro, un espacio para las artes, donde dictan clases de música, danza, kichwa y alfabetizan a la comunidad.

La danza ha sido el complemento de este proyecto. Al inicio eran 6 bailarines, pero se unieron otros compañeros como la agrupación Wayra Tushuy de la parroquia San Antonio.

Muchas de las coreografías y el vestuario son el resultado de un trabajo familiar con las mujeres de la comunidad. La madre y la tía de Nazim Flores han sido las guías y soporte fundamental en este proyecto. (I)

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