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El Telégrafo
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Documentos históricos hablan de vetas aprovechadas por banqueros

El misterioso tesoro de los Llanganates va más allá de las fábulas locales

El misterioso tesoro de los Llanganates va más allá de las fábulas locales
28 de septiembre de 2014 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

Este es uno de los datos históricos más alucinantes y enigmáticos con los que me he encontrado en mi experiencia investigativa.

Desde luego que nada al respecto se ha publicado en ningún periódico de la época (de los tantos que también he revisado). Los documentos originales están en el Archivo Nacional, Seccional de Tungurahua, y corresponden al fondo Gobernación, entre legajos de 1922 a 1926.

Todos sabemos que los buscadores del oro de los Llanganates, al igual que los fanáticos del tesoro de Rumiñahui o de Atahualpa que corresponden a las riquezas que se ocultaron en la conquista de Quito, han existido a lo largo de nuestra historia, a partir de la fábula del Derrotero de Valverde que se camufla con el cura Valverde.

(Digo fábula porque creer que llevaron oro desde Píllaro hasta Cajamarca, es desconocer las distancias y creer que el oro se acarreaba como si fuesen piedras de una cantera, como se ilustra este cuento para los niños de escuela).  

De estas empresas mucho se ha llegado a saber, más de fracasos que de aciertos, incluso de extranjeros que llegaron con equipos y tecnología. Pero cayeron rendidos ante el laberinto de montañas, nubes, vientos, nevadas, lodazales, riachuelos, fauna salvaje y más obstáculos. Ahora bien, que los ríos que bajan a la vertiente oriental acarrean oro por sus cauces, también es verdad.

El ‘Derrotero de Valverde’ corresponde a un latacungueño que se apellidaba así y que se casó con la hija de un cacique de Píllaro por  el año 1700. En mi experiencia andariega y curiosa por esos lados, gente de Píllaro me hizo conocer ciertas cavidades o boquerones abiertos en las proximidades de Pisayambo.

Me dijeron que esos túneles tienen muchas conexiones y una de ellas sale a las laderas de El Triunfo cerca de Baños, en una sola dirección en bajada por precipicios en los que usan cabos y cordeles. ¿Fueron abiertos estos túneles por los que siguen las vetas del oro?

Ruinas ignoradas por arqueología

Todavía no se da la importancia histórica a las ruinas de piedra que permanecen tapadas de vegetación en las cabeceras del río Topo.

Esa parte visible es una suerte de centro ritual o ceremonial del que debe encargarse la arqueología y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), pues los depredadores están más alertas.

Hay un documento insólito que habla al respecto: “Señor Gobernador, Juez de Minas de la Provincia de Tungurahua.

Los suscritos Lorenzo  Gortaire Viteri, Víctor Manuel Rendón, Efrén Aspiazu y  Blanca Henry de Rendón, de acuerdo con las prescripciones del Código de Minería, manifestamos a Ud. que, hemos encontrado un lavadero de oro en la cordillera oriental de Píllaro y cuya muestra de arena aurífera acompañamos a la presente solicitud.- El nombre que damos a la mina es de ‘El Fénix’.

Dando cumplimiento a la reformatoria del artículo 26 del código de Minería, acompañamos también el certificado de consignación ante el Tesorero de Hacienda de  Tungurahua, la cantidad de SESENTA SUCRES, que corresponde al pago de la patente por el presente año en curso y por cuatro pertenencias, que son las que hoy denunciamos.-

Los linderos denunciado son: al sur el cerro Quillarta; al norte la cordillera de los Zoroches; al oriente el cerro Topo, y al occidente el cerro Zunchu. Por nuestra parte, dentro del término legal, cumpliremos con las obligaciones impuestas  y oportunamente solicitaremos la mensura de las pertenencias denunciadas. Ud. se dignará ordenar que la presente denuncia  sea registrada y publicada, debiéndose archivar el original y conferírsenos la copia  en forma legal. Todo esto de conformidad con lo que disponen los artículos 26, 27, 28 y 29  del Código de Minería”.

La identidad de los firmantes

¿Se dan cuenta quiénes son los personajes denunciantes que están por extraer el oro de los Llanganates? Empecemos por un apellido ligado a los banqueros: Efrén Aspiazu Cedeño fue hijo del millonario cacaotero, nacido en Palenque (Los Ríos), Pedro Aspiazu Coto (1814-1899), quien en 1891 fundó la ‘Casa Bancaria y de Exportación’, en Guayaquil, la ‘Aspiazu Hermanos’.

Lo hizo con 2 millones de sucres de capital, según apunta Rodolfo Pérez Pimentel. Este banco lo dio a sus hijos: Lautaro, Aurelio, Pedro y Efrén Aspiazu Cedeño. La fortuna que don Pedro sumó en su vida resumo. Haciendas: Noboa, Piscano, las montañas hasta el estero de Chojampe, la hacienda Aguacatal de Arriba, más pastizales y cacaotales.  

A la muerte de su padre compró 20 mil cacaotales en las afueras de Palenque, la hacienda El Guasmo de los Contreras, los pastizales del Manso de Pimocha, y la hacienda Santa Lucía al norte de Palenque, en donde estableció su residencia.

No se acomodó a vivir en Guayaquil porque decía: “La ciudad extravía el juicio y el campo lo ordena y acrisola”. Hacía préstamos a los agricultores para que sembraran cacao en sus propiedades.

Pérez Pimentel dice: “Aspiazu llegó a producir el 3% del total de las exportaciones de cacao del país, que venía a ser el 11/2% del total de la producción mundial”.

Ahora acerquémonos al personaje del guayaquileñismo ilustrado, el doctor Víctor Manuel Rendón Pérez (Guayaquil 1859-1940). Él es otro producto de la riqueza del cacao. Su padre, Manuel Eusebio Rendón Trevino, era “rico comerciante y propietario de las haciendas San Pablo, Hacha, Caoba, Gadúas, Almacigal en la zona de Balzar, con más de un millón de matas de cacao sembradas en las riberas de ese río.”

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