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Los prejuicios contra ballet masculino siguen vigentes
La danza clásica es relativamente nueva en Ecuador. En Cuenca, en la década de los cincuenta, este baile fue considerado “pecaminoso” e incluso la Iglesia católica intervino en contra de sus promotores.
Fue la española Carmen Estrella Villmana Bretos, más conocida como ‘Osmara de León’, quien introdujo este baile en la ciudad. Según el bailarín Andrés Delgado, la española fundó la academia de danza clásica, esta levantó tanto revuelo en la sociedad de ese entonces, que la Iglesia llegó a decir “que las chicas perdían la virginidad con este baile y por eso había que cerrar la academia”.
El tiempo pasó y hace 17 años se fundó la Compañía de Danza de la Universidad de Cuenca a cargo de Clara Donoso, quién impulsa esta actividad artística y gracias a quien se va perdiendo, en parte, ese concepto negativo sobre la danza.
Hace 8 años, la Universidad de Cuenca incluyó dentro de sus especialidades a la escuela de Artes Escénicas, en la que el teatro y la danza contemporánea se pusieron de manifiesto y han abierto más espacios para los jóvenes interesados en estas expresiones culturales. Sin embargo, en Cuenca aún no se acepta completamente que los hombres practiquen el ballet; “aún quedan prejuicios”, indica Delgado, y agrega que muchas veces quienes quieren estudiar esta disciplina deben hacerlo en Quito o Guayaquil, “falta el apoyo de los padres”, agrega.
La tecnóloga en ballet Carmen Borrero en la actualidad tiene 60 años, y fue una de las primeras estudiantes de ballet de la ciudad. Actualmente es dueña de una academia que lleva su nombre y es considerada una de las bailarinas más destacadas por su experiencia y talento. A pesar de ser discriminada y mal vista por sus conocidos y familiares, empezó a bailar desde niña y se interesó en la danza gracias a su madre, quien había asistido a una presentación de ballet en el extranjero y quería que su hija lo practique, para lo cual la inscribió en la academia de Osmara.
“En ese momento, la mitad de la gente no tenía idea de lo que era el ballet, y la otra mitad (por lo general familiares de artistas como pintores, actores y entidades religiosas) tenía recelo o argüía que era algo inapropiado para las señoritas de casa”, afirma.
Pasatiempo para algunos, profesión para otros
Para Borrero, así como para muchas de sus amigas, lograr la aceptación de la gente hacia la práctica del ballet constituyó una tarea muy difícil; sus vecinos, conocidos, tíos y tías indagaban todo el tiempo sobre qué actividades se realizaban en la academia y por qué tenían que utilizar esa vestimenta; las vendedoras de las tiendas se apresuraban al atenderla para evitar comentarios posteriores. Muchas familias, tras enfrentar el desprecio de sus amistades y directivos de escuelas y colegios, terminaron por retirar a sus hijas de la academia, y así, el número de estudiantes llegó a reducirse a 4.
Borrero comentó que para sus primeras presentaciones la academia tenía que elaborar oficios hasta con 6 meses de anticipación para poder utilizar el teatro; debían tener varias personas en la administración que les apoyen e incluso, “pelearse” en algunas ocasiones con entidades públicas para que les dejasen bailar. En un inicio, su público eran sus padres y muy pocos amigos. Con el paso de los años, fue creciendo hasta llegar a ser un público general.
Como anécdota, la bailarina cuenta que, cuando tenía 13 años cruzó por su mente la idea de retirarse del ballet, puesto que estaba cansada de ser el centro de los comentarios y miradas de la gente.
Angélica Galarza, tecnóloga en ballet, de 48 años, empezó a estudiar a los 17 años porque antes practicaba únicamente danza folclórica. “Yo nunca fui una de las personas que querían ser princesitas, yo quería bailar descalza, me interesaba que mi cuerpo fuera libre”, dijo.
Hoy, muchas personas practican danza, pero en la mayoría de los casos no la ven como una opción profesional; se ha convertido en un hobby, en una especie de moda.
En la actualidad, la mayoría de estudiantes no desean ser profesionales en el área, sino que van para hacer amistades y adquirir prestigio social, esto se debe, en parte, a que no existe hasta el momento, una compañía grande de ballet adonde puedan ir, como tampoco se concibe la idea de vivir de este arte.
Sin embargo, además del conservatorio José María Rodríguez de Cuenca, hay academias privadas muy serias que se proponen convertirse en pilares de formación de bailarines (hombres y mujeres) que quieren forjarse esta meta y además olvidar el pasado. (I)