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La pollera de la chola cuencana pone el color en Santa Teresita

Cristina Criollo confecciona las tradicionales polleras, cuales son usadas por nuestras cholas cuencanas.
Cristina Criollo confecciona las tradicionales polleras, cuales son usadas por nuestras cholas cuencanas.
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La pollera, prenda que ha identificado por décadas a la famosa chola cuencana, se niega a desaparecer.

En el centro histórico de la capital azuaya se ubica una pequeña calle, Santa Teresita, donde se encuentran negocios dedicados a la confección de esta tradicional vestimenta.

Según la historia, las mujeres de Castilla (España), que llegaron con los colonizadores a nuestro país hace 5 siglos, portaban una falda larga, de tela ancha y con varios pliegues, bordado de flores y hojas que decoraban la parte inferior de la prenda que, con el pasar de los años, se convertiría en la pollera que pasaría a ser un ícono de la cultura azuaya.

Hoy, a la prenda que lleva el bordado floral se la conoce como pollera, mientras que a la falda prensada que va por dentro de esta se la denomina bolsicón; ambas forman parte del traje característico de la chola cuencana.

La calle Santa Teresita está llena de tiendas de abastos y abarrotes, insumos agrícolas y hasta de aves; en medio, en el corto trayecto que se inicia en la Calle Larga y que concluye en la calle Padre Aguirre, se encuentran 7 locales de polleras y trajes típicos. Al final del trayecto, como si fuera una metáfora del lugar, se encuentra una cooperativa de ahorro y crédito llamada Chola Cuencana.

Al visitar estos sitios de la llamada “calle de las polleras”, se puede apreciar que las artesanas no llevan ni pollera ni bolsicón.

Zoila Rocano, vendedora, utiliza el pasillo de una casa para su negocio de venta de papas, ha estado ahí por 5 décadas. Luce una pollera amarilla mientras cuenta la historia del lugar: “Aquí había una iglesia. Cuando era muchacha venía con mi madre a escuchar la misa. Allá era una cantina”. Zoila cuenta que los locales donde se confeccionan polleras y trajes tradicionales son relativamente nuevos no deben estar más de 15 años.

Para muchas personas de las zonas urbanas la pollera se ha convertido en un disfraz para desfiles y bailes populares; sin embargo, no ha dejado de ser una vestimenta de uso diario de muchas mujeres.

“La gente sabe que la calle Santa Teresita es de polleras”, comenta Susana Baculima en su negocio. Ella explica que sus hermanas, Aida y Laura, también tienen comercios de trajes típicos frente a su local. La venta y elaboración de polleras es una tradición familiar.

Tania Criollo cuenta también sobre la tradición familiar: “Se inició entre nosotras. Las que estamos aquí somos familiares. Comenzaron mis tías y mi mamá. Ellas aprendieron a hacer todo”.

La mayoría de las polleras se elaborada bajo pedido. Las clientas detallan el material, la altura, el ancho y el tipo de bordado que quieren. La prenda lleva específicamente las medidas de la persona que va a portar. Tania Criollo y su prima Susana Baculima explican que pocas son las polleras que se venden ya hechas.

La producción en grandes cantidades no es algo que vaya con esta tradición. Cada pollera, cada bolsicón tienen su esencia y llevan la marca personal de su dueña. Es muy difícil encontrar 2 polleras idénticas, cada una refleja los gustos de su chola.

“Los precios varían. Una pollera de buena calidad puede ir desde los $ 200 hasta los $ 600”, indica Carmen Cuji, aunque es posible encontrar polleras de menor calidad desde $ 40. El precio elevado es una de las razones de la disminución de las ventas y uso de la pollera. “La gente va dejando, quieren cosas buenas y las polleras son caras”, añade Susana Baculima.

Gladys Lojano, otra vendedora, comparte este criterio. “Normalmente la gente manda a hacer cuando tiene dinero” dice. Es la situación de María Quito, de la parroquia rural San Antonio de Gapal, ella cultiva hortalizas y cría aves para sustentarse e intentar comprar cada año al menos un bolsicón y una pollera.

No es un caso aislado. Las vendedoras comentan que muchas mujeres mandan a elaborar una pollera solo una vez al año por su alto costo. “En diciembre y en mayo se vende más”, indica Tania Criollo. Las fechas coinciden con Navidad y el Día de la Madre. Los clientes buscan más los bolsicones que las polleras por su costo. “Se venden más los primeros. El bordado es lo más caro”, dice Criollo, agregando que el bolsicón se usa para el trabajo que para las fiestas.

Según Rosa Placencio, de la parroquia El Valle, quienes usan polleras tienen sus recursos, muchas veces enviados por sus hijos que están en los Estados Unidos, “por eso ellas pueden comprar porque el costo es muy alto”. (I)

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