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Es imprescindible para la historia pensar en archivos y sus profesionales

Juan Chacón realizó la Historia del Corregimiento enamorado del olor al papel

Foto: Boris Morocho / para El Telégrafo
Foto: Boris Morocho / para El Telégrafo
19 de abril de 2015 - 00:00 - Ángeles Martínez, cátedra Abierta de Historia. U. Cuenca

Queda mucho por escribir y repensar sobre los archivos. Estos son oro en polvo, sus libros perdidos significan un agujero en nuestra historia, los que quedan, deberían cuidarse con celo, y también ser revisados, estudiados, traducidos, esta es la razón por la que necesitamos de los archiveros y los paleógrafos.

Conversamos con Juan Chacón Zhapán, uno de los pocos paleógrafos en nuestro medio, a raíz del lanzamiento de su libro Manual de Paleografía y Diplomática, de Cátedra Editores, sobre su experiencia. El primer golpe que, como una revelación, le enseñó que ser paleógrafo no sería fácil, se dio en Madrid.

Cuenta como anécdota que becado a los estudios de archivística, un símbolo de las humanidades, José Alcina Franch le presentó a un arqueólogo ecuatoriano en la Complutense de Madrid: “el compañero me vio la cara, dijo ‘ah’ y siguió haciendo lo suyo”. Esa sensación le llevó a pensar que en las ciencias sociales “nos comemos mutuamente: el arqueólogo al antropólogo, este al paleógrafo y así… todos”, (¿parafraseamos a Hobbes?).

También recuerda algunos episodios dolorosos: un decano, por ejemplo, declaró que su libro “no podría publicarse, ni se publicará”. Las estocadas finales se dieron cuando Paleografía dejó de enseñarse en la carrera de Historia y Geografía y reconoció que esta nunca se enseñó en el área de Lengua de la universidad. Jacques Pollini, dice Chacón, usó su material, y le envío el libro de regalo porque constaba en la bibliografía, sin referencias directas, y, sobre todo, sin oportunidad de un vino, de diálogo.

Experiencia vital

“La paleografía ha sido una vertiente natural, fui bachiller en humanidades clásicas, estudié latín y griego. En la facultad buscaba un campo productivo para ejercer, el campo documental estaba abandonado. El quiteño Jorge Garcés había hecho la traducción del primer libro de Cabildos, leí sus manuales, luego otros autores.

Con la ayuda de Pérez Agustí —¡fue una quijotada!—, me dediqué a traducir 6 meses el segundo libro de cabildos 1563-1569. No sabía nada, fui a experimentar, a trabajar en el campo y salió la traducción: ¡yo leía! No tiene muchas páginas, unas 130, pero me salieron muy voluminosas, porque lo hice señalando todas las abreviaturas”.

Este descubrimiento se le metería por las venas. Ya todo un historiógrafo, fue contratado para trabajar en la Historia Marítima del Ecuador: “Fui a Lima, trabajé en los archivos sin descanso, en 2 o 3 meses saqué 3 mil fichas, tengo todavía los documentos que hablan de la construcción de buques en la Colonia, hechas a mano. De ahí mi primer ensayito: ‘La fragata Colombia’, con las cartas del libertador editadas por Lecuna”.

Enamorado del olor a papel, de desnudar el sentido en esos símbolos escritos que a la mayoría de mortales nos resultan incomprensibles, volvió a Cuenca: “tuve la suerte de que me nombraran Director del Museo Remigio Crespo Toral y del Archivo de Historia”. Ahí realizó su Historia del Corregimiento. “Si bien se había hecho historia de Cuenca, con Víctor Manuel Albornoz, que no era paleógrafo, el padre Alfonso Jerves, entre otros, pero todo lo demás estaba enterito. Me metí en esa chacra y la coseché a mansalva”.

Cuando los tiempos eran otros, la empresa Xerox apoyó sus trabajos, pudo ir al Archivo Nacional de Quito y sacar 5 mil fotocopias, transcribir documentos y entrar a los archivos. Con el apoyo de Gracia Vasco de Escudero y con el de Larrea, hoy miembro de la academia de Historia, publicaron la transcripción de otros 5 libros de cabildo.

La formación de los paleógrafos y situación de los archivos

Hoy la paleografía es una promesa. Después del censo documental, hecho por este Gobierno, se verificó que había una riqueza documental enorme y que era necesario formar gente que la leyera. Hacer carreteras y puentes es excelente, pero está pendiente una deuda con la cultura, el cuidado de los archivos, un centro de investigación para la historia nacional.

En 1999 se aprobó la propuesta de la carrera de Paleografía Archivística y Conservación Documental, en la Facultad de Filosofía en la Universidad de Cuenca, tuvimos un primer curso de 25 estudiantes que terminó en 15. No hubo otra promoción, no tuvo demanda”. Rescata el nombre de 2 estudiantes, hoy importantes profesionales: Luis Sinchi y Julio Delgado.

“Si hubiesen salido 10, a lo mejor podríamos aupar un proyecto mayor, porque hay campo”.

Los archivos de la ciudad

“Con Julio Estrada pensamos aprovechar la experiencia de España Vicente C., ella trajo un sistema que aprendimos Hamerly, Freire y yo, encargados de estudiar la historia marítima. Con Hamerly hicimos fichas del Archivo de Historia del Azuay, ahora está bastante bien con María Guapisaca. Hemos luchado porque no sea un archivo, sino parte de una red de archivos, con documentos vivos, intermedios.

Generamos ideas con Lucía Moscoso, aunque es difícil que esto pegue a nivel nacional. Existe la ley de archivos pero no se aplica y se perdió mucho en luchas de poder. El Sistema Nacional de Archivos podría haberse establecido desde Oswaldo Hurtado pero se atascó y se echó a perder. Esa ha sido una frustración. Se cree que defendiendo el propio puchero se da de comer a la comunidad”.

Manual de Paleografía y diplomática, el libro, es el anhelo de que las cosas no mueran. Uno de los saberes humanos: no todo perece, “cuando yo acabe, no moriré del todo”, como dijo Horacio.

Algo que tantas satisfacciones me ha dado, intelectuales, que me ha abierto panoramas, permitido ampliar conocimientos, no puede acabar. A veces los contemporáneos no le hacen caso, pero después de 25 años sale un muchacho que se interesa. Quizá no esté lejos el sueño de Juan Martínez Borrero y podamos digitalizar lo paleográfico. (O)

LOS LIBROS DE CABILDO, ¿QUÉ TESOROS GUARDAN?

Las actas de cabildo, explica Juan Chacón Zhapán, son las resoluciones que toma el Concejo Municipal en sus sesiones. Allí se resuelve la vida de la ciudad, situaciones sociales, económicas y una serie de cosas, por ejemplo: en los libros de la la Colonia se tiene una secuencia de la crecida de los ríos de Cuenca y cuántas veces el Tomebamba u otros ríos se llevaron los puentes.

“Cuando Etapa vino a trabajar con el Promax, no tenían un estudio secuencial, me llamaron y yo tenía ese estudio”, dice Chacón.

Otro ejemplo: en el Concejo Municipal, que hace tiempo se llamaba el Cabildo, se tiene el recuento de las epidemias en Cuenca, historia del hospital, de la salud, incluso de cómo se usaron conocimientos empíricos de los indígenas. Casi nadie había usado los archivos, excepto Octavio Cordero Palacios, uno de los fuertes de la historiografía cuencana. Los libros de Cabildos habían permanecido en una buhardilla, por suerte nuestro clima es benigno no hay comején.

Sin embargo, se han perdido algunos por descuido, porque quienes estaban investigando parece tenían la costumbre de no devolverlos. No contamos con el tercero en el que consta cómo estaba organizada la población indígena en la región, en épocas del Virrey Toledo.

Estos libros de Cabildo se complementan con otros como los de las Notarías de ahí sale la historia socioeconómica ¡Sin eso nada! (O)

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