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La historia regional muestra la importancia de estas propiedades en los Andes

Formación y consolidación de la hacienda tradicional en Cuenca 1557-1820, parte I

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Contrario a lo que el imaginario colectivo piensa sobre el surgimiento de la hacienda o propiedad rural en nuestro medio, que señala “la llegada de jinetes sedientos de oro y tierras que, alzando la cruz y la espada, señalaban en el horizonte, de este cerro hasta aquel río y de éste a la quebrada onda, es mi propiedad”, como supuesta actitud con la que se establecía el latifundio, la formación y consolidación de la hacienda como unidad económica de posesión y producción de la tierra obedeció a un largo y complejo proceso histórico que se efectuó entre mediados del siglo XVI y finales del XVIII.

En este artículo —que tendrá 2 entregas— trataremos de precisar las principales incidencias de este proceso que constituyó una de las instituciones más importantes para la historia económica, política, social y eclesiástica de los Andes.

Su influencia estuvo presente en la región del Austro hasta la década de los sesenta del siglo pasado, a partir de la cual la industrialización marcó otros rumbos en la historia social de la morlaquía. Consideramos fundamentales para la comprensión del papel histórico de la hacienda en nuestro medio, las opiniones de la historiadora Susan E. Ramírez, que en parte transcribimos, y que nos dice en su artículo ‘La hacienda señorial, la plantación esclavista, el minifundio y las tierras de indios (1590-1650)’ de forma muy ilustrativa que “para muchos la palabra ‘hacienda’ trae a la mente varios estereotipos./ El más popular es el de una propiedad extensa, de bajo rendimiento; algunas veces aislada geográficamente, trabajada por mano de obra barata y subempleada; que utiliza un capital mínimo y escasa tecnología y produce para un mercado limitado.

A la vez, la hacienda sirve como fuente de prestigio y poder y de lugar de descanso y diversión para una élite urbana. Junto a esta imagen de la hacienda tradicional o clásica, con una gran casa y su capilla, está la figura del señor hacendado”.

Y continúa diciendo sobre lo citado en las líneas anteriores que “comúnmente este estereotipo oculta la variedad de situaciones sociales; la complejidad de sus génesis y desarrollo; la interrelación con otras instituciones y formas de tenencia de la tierra y el dinamismo propio de su historia./ Este conjunto de imágenes convencionales no incluye el drama y conflicto que surgió entre los españoles y las comunidades de naturales por el acceso a los recursos, por el agua de riego; por el control de las acequias y de mano de obra. No aparecen los pequeños y medianos productores que fueron absorbidos por las haciendas./ Oscurece, además, el contexto político y especialmente el rol y el interés del Estado —muchas veces ambivalentes y contradictorios—… además, la imagen común de un terrateniente poderoso no nos habla de los primeros pobladores europeos que muchas veces empezaron solos, con poco ganado y poco capital./ Invisibles, también, son las viudas, que algunas veces tomaban las decisiones después de fallecido del marido, y los administradores, mayordomos, artesanos y trabajadores que cumplieron sus órdenes”.

A poco de fundada la ciudad de Cuenca, en abril de 1557, el Cabildo, mediante provisión del Virrey fundador en 1559, recibió la licencia y facultad “a fin de que de aquí y en adelante pueda proveer y dar solares, cuadras, tierras y estancias en la ciudad y sus términos” echando mano de las tierras realengas y baldías esto es, de la corona o el Estado en un caso, y en el otro de aquellas que no están labradas ni adehesadas (que pertenecen a un dueño particular).

En ocasiones los vecinos echaron mano de las tierras comunales de los indígenas a fin de ampliar la extensión de sus heredades; con esta acción se establecía “la merced de tierras” que habría de regir la distribución, conformación y consolidación de la propiedad urbana —solares— y de la rural —cuadras y estancias— que, según nuestro criterio, estas últimas, con el paso del tiempo pasarían a denominarse ‘haciendas’, del latín facienda (lo que ha de hacerse) esto es, conjunto de bienes y riquezas concentradas en una finca agrícola.

Los enredos y pleitos por las tierras

Podemos afirmar que el origen de la hacienda en la región se encuentra en la merced de tierras hecha por el cabildo, en nombre del rey a los españoles avecindados en Cuenca, pero “no siempre fue el orden y la precisión lo que caracterizaron al reparto de tierras, pues, sin acodarse de llevar registro en el libro de cabildo, muchas veces los señores capitulares hicieron mercedes de tierras a vecinos que, aprovechándose de esta falta volvían a pedir, por registro, nuevas tierras ocasionando pleitos y embarazos” según lo señaló el historiador Juan Chacón. Sin embargo, para Ramírez, la oportunidad para establecer una base formal para el futuro crecimiento y desarrollo de estas unidades (las haciendas) se presentó a fines del siglo XVI con una Real Cédula dada por Felipe II en 1591, que mandaba a hacer una revisión de títulos o una visita para la composición de tierras, con lo que se agregaba otro instrumento jurídico a fin de garantizar la posesión y propiedad de tierras en las colonias de ultramar, a la vez que aportaba una contribución monetaria más al erario castellano.

Un tercer instrumento jurídico normó la relación terratenientes-Estado en la América colonial: el “amparo” mediante el pago a la Hacienda Real, por parte del ocupante de la tierra, en dinero o especies.

Al parecer los terratenientes coloniales, a fin de mantener el derecho sobre sus propiedades, tuvieron que gestionar permanentemente ante las autoridades la posesión de sus predios, lo que significaba egresos de sus haberes e ingresos fiscales. Así, doña María Isabel Coronel de Mora, propietaria de El Paso, hacienda sobre la cual investigamos hace algún tiempo, en un juicio por la ocupación de Chalcay, tierras denunciadas como baldías por don Manuel Ordóñez Morillo, hacia 1780, asegura que su posesión y la de las tierras aledañas se fundamenta, según consta en la investigación previa en “la merced que hizo el Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad a Diego Suárez, vecino della*, el año pasado de mil quinientos ochenta y uno; el segundo, la composición que hiso* el insinuado Alguacil Mayor don Joan Coronel Mora, mi rebisabuelo, con el Señor Lisenciado* Don Juan de Lisaraso, el año pasado de milseiscientos* quarenta* y seis y el tercero el que hiso* el citado Depositario General Don Pedro Coronel de Mora, mi bisabuelo, con el Señor Don Fernando de Sierra y Osorio, por el año de nueve de este siglo, corroborativamente unos en pos de otros. La quarta*, el amparo librado por el Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Virrey, el año diez de este siglo, y últimamente los amparos librados por Don Luis Pérez Romero, Don Visente* de Luna Victoria, corregidores que fueron de esta ciudad”. (F)

La merced o cesión de tierras

La hacienda El Paso de la familia Coronel Mora

Sobre el caso antes citado y que ilustra de forma notable nuestro punto, explicaremos que, en efecto, en 1581 el Cabildo cuencano, en el que fungía de alcalde Ordinario el capitán Antonio de Mora, cabeza de las familias Coronel de Mora y de Mora, de esta ciudad, concedió alrededor de 5 mercedes de tierras de 58 cuadras en el valle de El Paso “junto al camino nuevo que el capitán Joan Martín a abierto para Samora”* a vecinos de esta ciudad, entre los que se encontraba el presbítero Diego Suárez, quien además de las 58 cuadras posteriormente solicitó 8 cuadras más de tierra “para corrales y el sustento del servicio de su estancia de vacas que tiene en dicho balle de Paso”* y un mes más tarde pediría “un herido de molino y con él cuatro cuadras de tierras para el servicio de dicho molino”*.

El 13 de septiembre de 1639, se encuentra en los archivos el documento de la existencia de un hato para vacunos, que reza así: “Don antonio de peralta presvítero vezino enesta ciudad de Cuenca del pirú”* suscribió una escritura de venta de “un citio y corral de bacas que tengo y poseo en paso, términos de esta ciudad”* a favor de Joan Coronel de Mora, el mozo.

Desconocemos el destino de las otras mercedes de tierras, pero es probable que luego de trascurridos los años, como disponía la ley, fueran vendidas a los Coronel Mora las estancias que iban surgiendo en torno al camino nuevo que conducía a Zamora. (F)

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