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En Azuay hay mitos que el tiempo no borra
En Azuay, los mitos, las leyendas y las supersticiones son parte de la riqueza cultural.
Todas estas tradiciones, según Mario Carreño, ciudadano cuencano, están llenas de encanto y sencillez, sobre todo cuando las personas mayores transmiten a las nuevas generaciones.
La laguna de Busa, llamada también Leoquina (laguna de la culebra), ubicada al suroeste de la provincia, a una distancia aproximada de 60 kilómetros de Cuenca, forma parte de estas fábulas azuayas.
Esta formación natural está ubicada a 2 kilómetros de distancia del centro cantonal. Cuenta con una extensión de 12 hectáreas de espacio recreacional para la realización de deportes, camping, fotografía, pesca y cabalgata.
Busa es la principal atracción turística del sector. Posee diferentes especies de plantas pertenecientes a varios ecosistemas, como las chuquiraguas, las chilcas y el pajonal.
El cerro San Pablo se levanta desde sus orillas. En él también existe una extensa variedad de fauna y flora. Además, hay la posibilidad de hacer parapente y alas delta. En la cima, el viento sopla con fuerza y trae consigo una especie de frescura penetrante.
El Ministerio de Turismo Zonal 6, en trabajo conjunto con el Municipio de San Fernando, adecuó los senderos y colocó señalética para ayudar a los visitantes.
Norma Durán, bibliotecaria de la Municipalidad, dice que ese lugar es una herencia de nuestros ancestros, ya que, además de sus leyendas, tiene mucha belleza.
Las guacamayas y los manjares
Para nuestros aborígenes, Busa fue una laguna sagrada. Algunos historiadores ecuatorianos del siglo XIX, como Federico González Suárez, la ubican junto al cerro San Pablo con el diluvio que desoló la tierra y del que solo se salvaron 2 hermanos.
Cristóbal de Molina cuenta en sus escritos que la pareja, luego de caminar, regresó a la cueva y al entrar sus ojos se deslumbraron viendo deliciosos manjares servidos encima de una piedra.
Disfrutaron de la comida sin cuestionarse nada ese momento, después se preguntaron quién sería el que les atendía de esa manera.
Varios días ocurrió lo mismo y los hermanos empezaron a indagar sobre el asunto.
Así que se escondieron a esperar y, asombrados, descubrieron que 2 hermosas guacamayas, aves de vistosos colores con rostro de mujer, traían en sus alas los alimentos y preparaban la mesa.
Los hermanos atraparon a las guacamayas, las cuales después de un tiempo se convirtieron en 2 bellas mujeres que aceptaron casarse con ellos. Estas parejas sobrevivientes del diluvio repoblaron la tierra de los cañaris.
Elvira (guarda su apellido), habitante de San Fernando, dice que esta historia es más vieja que ella y sonríe, pero también hace relación a otras que los habitantes guardan como una de las mayores riquezas patrimoniales que existen en el poblado y que han pasado de generación en generación para ser contadas hasta nuestros días.
Laguna protegida por una imagen
Según algunos pobladores, la laguna es sagrada.
“A nadie le permite que la profane; cuando esto pasa, cae una densa neblina que le cubre”, manifestó un comunero.
Daniel Juventino Calle, habitante fernandense, exsecretario del Municipio de este cantón, señala que la imagen del Corazón de Jesús que se encuentra en la mitad de la laguna fue obra del cura Ordóñez, que estuvo en el sector en 1842.
Supuestamente el prelado encontró la efigie a orillas de la laguna y la llevó a la cabecera cantonal.
Al día siguiente, la imagen volvió a aparecer en las orillas de la laguna, esta historia se repitió tantas veces, que el religioso decidió construir una gruta dentro de la laguna. Desde entonces la imagen no se ha movido, narra Calle.
De igual manera, en el libro Leyendas de Ecuador, el escritor Édgar Allan García recopila los mitos y leyendas sobre dichas tradiciones y lugares de nuestro país, pero sobre todo, trata de demostrar la riqueza cultural de los pueblos que se ha venido alimentando de historias, creencias y recuerdos a lo largo de los años. Al mismo tiempo, el escritor hace referencia a todas las tradiciones que se han construido en la mente de los ecuatorianos y que siguen vigentes, pese al paso del tiempo.
“Quién mejor que nosotros mismos para vivir en cuerpo y alma dichos mitos que nos rondan en la cabeza. Ver y sentir con nuestras propias facultades lo que nos han contado respecto al lugar y así poder analizar lo que consideremos cierto o falso. La cosa era arriesgarse, pero sobre todo perderse en el paisaje”, manifiesta Allan García. (I)