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Los moradores del asentamiento Pueblo nuevo no disponen de obras de infraestructura

El Austro recuerda la tragedia de hace 21 años

En los asentamientos de Pueblo Nuevo, sector de San Cristóbal, los habitantes no disponen de alcantarillado ni agua potable. Foto: José Luis LLivisaca |  El Telégrafo
En los asentamientos de Pueblo Nuevo, sector de San Cristóbal, los habitantes no disponen de alcantarillado ni agua potable. Foto: José Luis LLivisaca | El Telégrafo
29 de marzo de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Sur

Hace 21 años, las provincias de Azuay y Cañar comenzaban a vivir una de las tragedias más grandes registradas en Ecuador e incluso en Sudamérica.

El deslizamiento del cerro Tamuga, en el sector de La Josefina, provocó la muerte de 35 personas, dejó más de 150 millones de dólares en pérdidas, un lago con más de 200 millones de metros cúbicos de agua y decenas de viviendas inundadas.

Fue la noche del 29 de marzo de 1993 cuando  el cerro, lleno  de fallas geológicas  por la explotación minera y sobrecargado de humedad por el  invierno, se vino abajo, formando un dique, cuya agua se fue extendiendo por los suelos de Azuay y Cañar, lo cual generó la desaparición de personas, animales, casas, propiedades y árboles.

Fueron 33 días  de sufrimiento y angustia para los habitantes de los sectores afectados, hasta que el agua fluyó por un dique un 1 de mayo, arrasando con todo lo que encontró a su paso.

Las familias que viven en Pueblo Nuevo requieren ayuda, ya que sus viviendas están destruidas.

50 millones de metros cúbicos se deslizaron en el sector de La Josefina desde el cerro de Tamuga.
Luego llegó la incertidumbre y la desesperación para los damnificados, que iniciaron planes de ayuda liderados por la Curia de Cuenca. De esta manera, un par de años después, se logró entregar, a manera de donación, terrenos y casas a gente que perdió todo, en un sector bautizado como Pueblo Nuevo, ubicado entre El Descanso y la parroquia San Cristóbal.

Sin embargo, en la actualidad, la gente que vive en Pueblo Nuevo tiene muchas necesidades, que, ante la carencia de recursos económicos y atención de las autoridades, cada vez  hace reencontrarse con sentimientos similares a los que tuvieron hace 21 años.

Blanca Piña tiene 29 años. Hace un mes falleció su abuela materna, Rosa Hurtado, a quien la Curia de Cuenca había donado un terreno de 420 metros cuadrados. En el sitio levantaron una casa con espacio para una cocina, una sala y un par de habitaciones.

Tras el fallecimiento de su abuela, Blanca quedó en el inmueble, que habita junto a su esposo y a sus cuatro hijos. Las paredes de la casa denotan resquebrajamiento, al menos en las partes laterales, pues se evidencian más de cuatro grietas de unos 30 centímetros cada una. “Cuando hay temblores hay que jugarse a la suerte. El otro día hubo uno en la noche y enseguida tuvimos que salir de la casa porque pensamos que todo se iba abajo”, comentó.

A unos 50 metros de esta vivienda, Tránsito Lima, de 54 años, tiene la misma incertidumbre, aunque con problemas mayores. Si bien su casa presenta grietas en las paredes, la superficie está sufriendo constantes deslizamientos, sobre todo cuando llegan las épocas del invierno. Ella vive solamente con una hija de 15 años, pues su esposo falleció hace más de una década.

Muestra de la inestabilidad de la tierra del lugar es una separación de unos 15 centímetros entre la vereda y los muros de su vivienda. “No hay plata para arreglar la casa. Ojalá alguna autoridad venga a vernos y nos dé una ayudita”, manifestó.

El servicio de agua es deficiente, por ejemplo, el arroz, al cocinarlo, toma un color amarillento; además, no existe servicio de alcantarillado, sino pozos sépticos.

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