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González Suárez, su estadía y huella en Cuenca

González Suárez, su estadía y huella en Cuenca
20 de febrero de 2016 - 00:00 - Jacinto Landívar Heredia

Antonio Borrero Vega, exgobernador del Azuay, en su libro Filosofía y Pensamiento Político del Antonio Borrero Cortázar comenta: “Monseñor Federico González Suárez vivió en Cuenca y vive en el recuerdo de los cuencanos en donde tiene un sitio de honor, por sus méritos y su luminosa y formidable obra como historiador de la Patria y sus lecciones de moral. Proverbial es su patriotismo […] En Cuenca tuvo un maestro, benefactor y confidente, el doctor Antonio Borrero Cortázar, vivió en su austera mansión”.

Tuvo en la ciudad amigos como el ilustrísimo obispo de Cuenca Remigio Estévez de Toral (1861-1883), quien fue su protector y lo tenía a su lado. Honorato Vázquez fue su amigo más querido; fueron asimismo discípulos y amigos Julio Matovelle, Remigio Crespo Toral, Rafael María Arízaga y Alberto Muñoz Vernaza. Tuvo como amigo, e igualmente protector a otro cuencano, el arzobispo de Quito, monseñor Ignacio Ordóñez.

El historiador monseñor Federico González Suárez nace en la ciudad de Quito el día 12 de abril de 1844, justamente el día de la fundación de Cuenca; al día siguiente del nacimiento recibe las aguas bautismales con el nombre de Manuel María Federico del Santísimo Sacramento, fue hijo único del señor don Manuel María González, de nacionalidad colombiana y de la señora doña María de las Mercedes Suárez. El padre se ausentó a Colombia muy temprano, temiendo haber contraído la triste enfermedad de la elefancía (lepra). Cortos años vivió enfermo luego de una dolorosa, pobre y abandonada existencia, falleció joven y sin que Federico conociera a su padre.

Muy a pesar de la riqueza de su familia materna, pronto quedó con su madre en la pobreza, de la que pudo vivir con resignación, no sin haber forjado su carácter y heredado la religiosidad de su madre.

A los 5 años entró en la escuela conociendo ya los rudimentos de la lectura y escritura, gracias al esfuerzo de su progenitora. Por 2 ocasiones durante la infancia su vida peligró debido a enfermedades graves de las que salió con vida, era un niño enfermizo.

Estudió el colegio en el Seminario San Luis de Quito y pronto abrazó el estudio de la Teología. Entró inesperadamente en el noviciado de los jesuitas el 12 de octubre de 1862, permaneció en él, como bien lo señala, sin vocación y por espacio de 10 años; salió de la Compañía de Jesús el 1 de agosto de 1872, por la extrema pobreza de su madre, para mantenerla debió salir de Quito, ciudad en que no consiguió apoyo. Se radicó entonces en Cuenca donde el obispo Remigio Estévez de Toral, quien lo acogió luego de haber sido rechazado por los obispos de Quito e Ibarra. Fue ordenado sacerdote por el obispo cuencano; fue su padrino de vinajeras el doctor Antonio Borrero Cortázar —quien luego fuera presidente de la República y uno de los mayores benefactores de González Suárez—. Borrero Cortázar cedió su casa de hacienda de Challuabamba, con un oratorio doméstico, para que su ahijado reciba las órdenes sacerdotales y dé su primera misa, el 22 de agosto de 1872, acompañado por 2 sacerdotes: los señores Mariano Hermida e Isidro Rodríguez.

González Suárez vivió por espacio de algunos años en la casa de Antonio Borrero C. y luego en la casa ubicada en la calle Juan Jaramillo y Borrero, que hoy pertenece a la familia Tenorio Carpio, donde existe una epigrafía.

El obispo cuencano, por una especial consideración de amistad, le concedió la secretaría de la Curia, luego pasó a ser Canónigo de la Iglesia Catedral de Cuenca. Completaba sus ingresos siendo profesor del Colegio Seminario San Luis donde dictaba las cátedras de teología y literatura. Publicó su primer estudio literario titulado Observaciones sobre el poder temporal del Papa, en 1874. Luego apareció otro escrito, Observaciones sobre Italia y Pio IX; estos le permitieron darse a conocer como escritor, literato y apologista. Sus magistrales oraciones fúnebres llamaron la atención de pensadores azuayos; Cuenca ya era conocida como la cuna de la poesía y de la oratoria. Destacó la oración fúnebre al presidente García Moreno tras su asesinato; la oración fue realizada el 21 de agosto de 1875, refiere que la compuso en 2 horas y que por un desliz, al final, puso la frase: “No pertenecí yo a su partido político, como es notorio”; acto que fue inmediatamente catalogado como ‘el liberalismo de González Suárez’. En aquel tiempo ser liberal significaba estar contra la religión oficial del Estado, que se hallaba en la constitución decretada por García Moreno, la llamada ‘Carta Negra’.

Cuando el doctor Antonio Borrero Cortázar se postuló a la presidencia de la República, González Suárez recomienda a su amigo y protector que no lo haga, pues será un fracaso, por el momento político que se está viviendo; no se equivocó pues el Gobierno Progresista de Antonio Borrero, (dic. 1875-sept. 1876), como es de conocimiento, no terminó el período, duró poco menos de un año y fue defenestrado por el general Ignacio de Veintimilla. Durante aquella dictadura, por publicar Exposiciones Catilinarias, fue perseguido y se exilió en Panamá. Tuvo que refugiarse en la campiña azuaya hasta el año 1878 cuando fue candidato y ganó la diputación por el Azuay a la Convención de Ambato.

En el año 1882 aparece el ensayo Estudio Histórico sobre los Cañaris, Antiguos Pobladores de la Provincia del Azuay en la República del Ecuador que se constituyó en una novedad, algo enteramente excepcional y pionero en la literatura patria y que presentaba al autor, muy conocido en ese entonces por otros motivos, por un aspecto muy especial, el de incursionar por primera vez en el estudio histórico a partir de documentos y de piezas arqueológicas. Luego, a instancias del Obispo de Riobamba, el sacerdote cuencano Ignacio Ordóñez y de Estévez de Toral publicó el primer tomo de Historia Eclesiástica del Ecuador, en una edición sencilla en cuanto a su presentación, de la que nunca hubo un segundo tomo. (I)

Precursor de  la arqueología en Ecuador

La obra Estudio histórico sobre los cañaris, antiguos pobladores de la provincia del Azuay en la República del Ecuador se constituyó en un hito fundacional de este tipo de contenido en la época en que fue escrita. Es conocido que en aquel entonces no se le dio la importancia que tenía, ni se despertó el interés por conseguir la obra y leerla, además, el tiraje fue escaso.

La publicación tiene sus méritos: por un lado, el amplio estudio bibliográfico sobre la Nación cañari para el que se vale de cronistas como Garcilaso de la Vega, Cieza de León, Oviedo y Montesinos y otros; además habla sobre la mitología cañari y los recientes entierros descubiertos en Chordeleg, y da la voz de alarma del peligro que constituyen los huaqueros, aquellos buscadores de tesoros, señalando que no es el valor intrínseco pecuniario del oro, sino su valor cultural para el conocimiento del pueblo cañari lo que se pone en riesgo.

Con la publicación de la mentada obra surgió la inquietud de formar la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, que se funda y que posteriormente se convertiría en la Academia Nacional de Historia. La Sociedad estuvo conformada, entre otros, por contemporáneos suyos como Jacinto Jijón y Caamaño, quien a la muerte de González Suarez adquiere su biblioteca, y Manuel Larrea, que es quien hace la introducción a la obra citada.                                   

Once años permaneció González Suárez en Cuenca, desde agosto de 1872 hasta enero de 1883. (I)

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