Mercedes Quishpe y su esposo Bernardo Vásquez son los únicos artesanos en el cantón Montúfar, en Carchi, que entretejen la totora para confeccionar las tradicionales esteras. La pareja de indígenas del pueblo otavalo habita en una pequeña vivienda de un piso construida en adobe en el sector rural de El Ejido. En este lugar, todos los días, a partir de las 03:00 se inicia la tarea de convertir las fibras naturales en esteras y aventadores.

Mechita, como la llaman sus vecinos, emigró desde Otavalo a San Gabriel, capital montufareña cuando tenía 18 años. Estaba empeñada en aprovechar la totora que crece en la laguna El Salado, ubicada a 4 kilómetros del casco urbano, para elaborar esteras y mantener la costumbre. Emigró con su padre, su esposo y su hijo de solo 3 meses.

Mechita abre una estera que tiene junto a su cama y explica que con piedra en mano se moldea la totora hasta obtener una hilera de 150 centímetros de ancho. La totora, que es la fibra que se utiliza, es una especie acuática que también se ha utilizado en construcción e incluso para fabricar botes.

El trabajo es complejo y exige paciencia y concentración. Añade que si la totora es gruesa la estera estará lista en una hora y media, pero si es fina su elaboración tardará 2 horas. Esta pareja de adultos mayores confecciona 2 esteras por día; las grandes cuestan $ 4, las pequeñas $ 2,50 y los aventadores $ 1. En los últimos meses, la demanda ha disminuido. Aun así, ellos mantienen este trabajo a mano que forma parte de la identidad cultural y productiva de su tierra.

Para María Andrade, habitante de El Ejido, es un lujo mirar cómo se elaboran las esteras, cómo se moldea la totora con la pequeña piedra, “las esteras eran parte de los enceres de cada uno de nuestros hogares”.

Andrade comenta que la tarea para el par de adultos mayores empieza temprano, en la madrugada fabrican las esteras, posteriormente, en el transcurso de la mañana, se trasladan hasta la laguna para obtener el material para el siguiente día y luego salen a vender el producto final, se cargan las esteras a la espalda y se movilizan por toda la ciudad en espera de vender para llevar algo de dinero para el hogar.

En principio el trabajo fue bueno para estos otavaleños, porque la mayor parte de habitantes de la zona norte utilizaba las esteras para colocarlas en las camas antes de situar el colchón; no obstante esto se fue perdiendo poco a poco y hoy la elaboración de esteras se combina con otro tipo de actividad laboral.

La fabricación de esteras es uno de los oficios de antaño que se resisten a perderse en el tiempo y más aún cuando son pocos los artesanos que mantienen viva esta tradición, tal es el caso de Mechita y su esposo, más aun cuando ninguno de sus hijos y su descendencia aprendió a tejer la totora.

De Acuerdo con Ramiro Cabrera, funcionario del Ministerio de Cultura y Patrimonio en Carchi, la elaboración de esteras de totora en la cultura otavaleña tiene importancia en su economía familiar, especialmente en la zona de San Pablo y las comunidades de la parroquia San Rafael, en Imbabura. Aprender este oficio es una tradición familiar, generalmente se levantan a las 3 o 4 de la mañana a tejer las esteras.

Según los pobladores de Otavalo, las esteras aparecieron hace algunos años por la necesidad del hombre para descansar y protegerse del frío. En especial en el sector rural muchas personas utilizan estos tejidos como una alternativa al colchón.

La totora puede medir cerca de 3 metros de altura y crece a orillas de los lagos, en terrenos pantanosos o junto al mar. Cerca del Lago San Pablo, hay muchas viviendas donde se almacena este material. (I)