Publicidad
El local está a 15 minutos de Esmeraldas, en la vía a Quinindé
Las delicias de Winchele requieren 500 cocos al día
Esmeraldas.-
Un olor intenso y acaramelado recibe a las personas que trasponen la puerta. Afuera no hay letreros, pero con el aroma basta para saber que adentro se venden golosinas a base de coco. A 10 minutos de Esmeraldas, en la vía a Quinindé, está el emprendimiento de María Rezabala, un lugar que le permite mantener a su familia y generar empleo.
La tienda, amplia y espaciosa, además de ser un punto de venta, es un centro temático que mediante breves recorridos les permite a los visitantes observar la elaboración de los confites. Lo más llamativo es el constante meneo que don Andrés Bone y Marcelo Clavijo hacen en pailas de bronce asentadas sobre los fogones.
Los braseros funcionan con leña y con en ella se derrite el coco para hacer los productos. Los turistas toman fotos y, cómo no, saborean las pequeñas porciones que los trabajadores les dan a probar. Ese es el enganche definitivo, casi nadie se resiste a llevarse el manjar, la fritada, el chicharrón, las cocadas u otras delicias basadas en la blanca fruta.
- Tome con una cuchara un poco de manjar. Tenga cuidado de no quemarse.
- ¡Qué rico! ¿A cómo está cada tarrina?
- Consulte con doña María.
Surge el diálogo entre Marcelo Clavijo y Fitzgerald Pizarro, un orense que está de paso por la provincia verde. Marcelo, de 18 años, dice que esta oportunidad de laborar le surgió hace 8 meses; percibe el sueldo básico y con ello cubre sus necesidades; le faltan 2 años para concluir los estudios secundarios y cree que, con su independencia económica, le será posible retomarlos.
El adolescente se encarga de mezclar y mover el coco con el azúcar, ocupación en la que se alterna con Andrés Bone, de 65 años, quien ha dedicado buena parte de su existencia a la manufactura de cocadas. El sexagenario es oriundo del norteño cantón Eloy Alfaro y su destreza en esta especialidad gastronómica es evidente.
María Rezabala, de 39 años, revela que el negocio lo empezó hace 4 años junto a otras 6 personas, contados sus hermanos y su cuñado. El taller está en el ascenso al sector de Winchele, punto estratégico porque al ser el ingreso principal a la ciudad de Esmeraldas, por ahí circulan quienes, por placer o quehaceres, se desplazan a la urbe o salen de ella.
Personas procedentes de Pichincha, Santo Domingo de los Tsáchilas o de cantones como Quinindé, paran a diario en la factoría.
El ambiente del establecimiento es artesanal porque la idea es que se conozca el proceso de cocción y empaquetado de todos los artículos que se exhiben y expenden.
María subraya que no únicamente hacen dulces de coco, sino también de guayaba, plátano, grosella, con ingredientes como maní, ajonjolí, caña...
A manera de complemento y por estar en un territorio tropical, para quienes deseen, se comercializan gaseosas, aguas minerales y jugos, que ayudan a calmar la sed de los excursionistas.
Al fondo, en la otra ala del almacén, se hallan Liliana Gámez y Karina Caicedo, quienes con habilidad inusitada realizan bocaditos de leche bañados en ajonjolí.
Cuentan que la presentación no es exclusiva en envolturas o tarrinas plásticas, sino que acá se continúa con el uso de hoja de plátano, con la que se fajan los dulces de guineo o las cocadas bañadas en néctar de caña. Los precios por envase son asequibles; la cocada, el chicharrón de coco, el dulce de leche, el dulce de guineo, se ofertan a $1,00; pero el de manjar de coco está a $1,50.
“Los comentarios de nuestros productos son muy buenos; llegan a muchas partes del país, nuestro objetivo es crecer sin perder la calidad”, precisa. Un valor agregado de este comercio es el beneficio a los proveedores de los insumos, a quienes se les demanda considerables cantidades, como 500 cocos diarios a productores de Borbón, Eloy Alfaro. (I)