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Cantan y bailan para mantener la costumbre de sus antepasados

Canto y danza se fusionan en la tradición afro de los arrullos

En una de las salas de la Casa de Acogida Yemanyá, localizada en el sur de Quito, se reúnen mujeres y hombres afrodescendientes para entonar canciones. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
En una de las salas de la Casa de Acogida Yemanyá, localizada en el sur de Quito, se reúnen mujeres y hombres afrodescendientes para entonar canciones. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
13 de diciembre de 2015 - 00:00 - Regional Norte

Es el momento de los arrullos, de las voces cadenciosas, de los cantos que ensalzan al Niño Dios a ritmo del bombo, del guasá y del cununo. Llegaron las arrulleras con su música que, lejos de adormecer, despierta y provoca.

“Es hora de alabar al Niño que está próximo a nacer”, dice una de ellas, mientras se apresta a entonar uno de estos cánticos que, en realidad, son expresiones poéticas-musicales interpretadas a modo de canción de cuna.

Manuela Ayoví una de las ‘maestras’ arrulleras, como la llaman sus compañeras, tiene una voz poderosa que retumba en una de las salas de la Casa de Acogida Yemanyá, en el sur de Quito.

El Niño a mí me escribió en una hoja de almendra,/ el que no sabe leer que venga para que aprenda,/ el que no sabe leer que venga para que aprenda/ con la marea suben al Niño, que venga para que aprenda […] y después lo arrullarán que venga para que aprenda...

Cada domingo, Manuela Ayoví y otras mujeres afrodescendientes se reúnen en esta casa de acogida donde no solo se entonan arrullos, sino que los jóvenes que integran el grupo Cimarrón bailan al ritmo de la bomba.

Las mujeres se hacen llamar las ‘cimarroneras de Yemanyá’, explica Manuela, hija de Papá Roncón, un ícono de la cultura afroesmeraldeña. Esta mujer, de carácter cálido y sereno, dice que era casi inevitable, que heredara de su padre el gusto por la música.

“Siempre estuve vinculada a los arrullos, pero hay que decir que en Quito estos nacen por una necesidad de mantener una tradición que viene de nuestras abuelas”, dice, y califica a los arrullos como una especie de poemas cantados al Niño Dios, en la época de Navidad.

“Esta es una forma de alabar a Jesús. Hoy todo el mundo baila salsa-choque, reguetón, perreo... pero nadie se pronuncia en cuestión de los arrullos, que son la música tradicional de los afrodescendientes y que está asentada en la parte norte de la provincia de Esmeraldas”, recalca Manuela.

En realidad, hay un conjunto de arrullos que se cantan desde Noche Buena hasta el Día de Reyes, pero uno de los más populares en la comunidad afroesmeraldeña que vive en Quito es aquel que empieza con esta estrofa:

Niño Lindo, Niño Dios/ Niño, ¿para dónde vas?/ Niño, si te vas al cielo no me vas a dejar./ De la flor nació María, no me vayas a dejar.

El ritmo y la música consagran las creencias religiosas y los nexos espirituales que también forman parte de la herencia africana.

De acuerdo con Nicolás Guillén, poeta y periodista cubano, este tipo de poemas reafirma la línea reivindicativa, ya que representa la afirmación de la estética negra —no racista— pero no exenta de lo que luego se ha llamado negritud.

En el grupo de arrulleras está Sonia Angulo, quien entona estos poemas desde hace 2 años, cuando Irma Bautista, otra compañera, la animó para que se uniera a los cantos.

“Nuestros arrullos estaban medio adormecidos, pero ahora tienen más fuerza. Cantamos para que no se pierda lo que nuestros antepasados sabían y lo que nuestras madres nos enseñaron”, comenta sin ocultar el entusiasmo.

Pilar Angulo también practica esta tradición hace 3 años. Su padre es afroesmeraldeño y su madre, mestiza. Aunque ella nació en Quito siempre se sintió atraída por las costumbres de la cultura afro.

Cuando escuchó por primera vez sobre la existencia de los arrullos quiso saber más y se involucró tanto que ahora forma parte de este grupo de mujeres, arrulleras de Yemanyá. Cuenta orgullosa que cada vez que entona estos cantos se siente realizada como mujer afro.

Naomi Chalá, nieta de una de las arrulleras cuenta que su abuela, Sonia Angulo —quien forma parte del grupo de canto— la conectó con “su parte afrodescendiente”.

Desde entonces, ella no dudó en involucrarse más con su cultura rica en tradiciones y decidió integrar el grupo de danza. (ARB) (I)

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