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El Telégrafo
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La lucha entre poderes reavivó la fiesta en la localidad

San Pedro y San Pablo, una celebración religiosa que se impregnó en Manabí

Una de las tradiciones en las festividades de San Pedro y San Pablo es el echar perfume a los integrantes del gobierno. Así, los patronos buscaban que los esclavos olieran bien. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
Una de las tradiciones en las festividades de San Pedro y San Pablo es el echar perfume a los integrantes del gobierno. Así, los patronos buscaban que los esclavos olieran bien. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
12 de octubre de 2014 - 00:00

Portoviejo.-  

El deseo desesperado de los patronos por controlar a sus esclavos y la lucha de estos últimos por lograr su esperada liberación fueron los detonantes para las festividades de San Pedro y San Pablo. Esta tradición, que data desde la época de la Colonia, se celebra vivamente en Manabí, manteniendo varias tradiciones en vigencia.

Todo empezó cuando un barco de propiedad del comerciante Alonso de Illescas, natural de Sevilla, encalló cerca de la costa de Esmeraldas y un contingente de esclavos negros del África, que era traído con destino a Guayaquil y Lima, pudo escapar a las montañas y llevar consigo las armas de sus opresores.

Los negros fugitivos, validos de sus conocimientos en tierras semejantes y de las armas que portaban, y ayudados por el color de su piel, desplazaron a los indios y luego hicieron alianzas con ellos, lo que les permitió enfrentar a los blancos, que habían fundado un pueblo llamado Puerto Viejo, desde donde querían conquistar Esmeraldas, porque supuestamente allí se encontraban las minas de oro, plata y esmeraldas, y desde donde, antes que los españoles los invadieran, ellos les hacían escaramuzas de guerra. Se cruzaron las razas, se confundieron las culturas, el sonar de tambores, marimbas y ocarinas con acompañamiento de flautas y sonajeros se hicieron habituales en esta parte de América, además hicieron bailes y danzas ritualistas, con hermosos movimientos rítmicos los cuerpos aprendieron nuevos modelos de pasos y las mujeres gozaron cimbrando armoniosa y sensualmente sus cinturas.

Entre negras e indias empezaron a vivir nuevos jolgorios de alegrías, y sus idiomas se hicieron uno solo; juntos lloraron con sus tragedias y descubrieron sus génesis, se contaron sus historias y renegaron contra los blancos y las historias se convirtieron en tradiciones que hasta hoy nos alcanzan.

A esta historia de esclavitud, los blancos empezaron a forjar una nueva historia que justificara su barbarie, para que todos creamos que la esclavitud y la explotación a la que fueron sometidos los negros había sido necesaria y buena, que los negros salieron voluntariamente del África, en grandes barcazas, buscando ser reconocidos como súbditos de los reyes europeos, para que les enseñen a vivir como humanos, que los eduquen en su lengua y en sus costumbres y que los acojan como hijos desventurados y los conviertan en ciudadanos; que los negros llevaron consigo caros regalos de variadas formas y como amistad sincera llevaron a sus hijas y a sus mujeres y los blancos las tomaron gustosos y nacieron nuevos súbditos con una tez distinta.  

Representantes de cada bando realizan el baile de las banderas, que consiste en mantener el equilibrio con el estandarte.

Al arribo de estas naves con sus viajeros de Guinea y Angola, los blancos izaron banderas de todas sus colonias en señal de bienvenida, prepararon fiestas y banquetes, se adornaron con sus trajes dorados sobre los que refulgían collares de perlas, pecheras de oro y colgantes de plata, y los reyes de Portugal y España bailaron con los reyes del África Negra que vestían blusas de zapán o cortezas secas de plátano y taparrabos de algodoncillo, usando sus mejores pinturas en sus caras y adornadas sus cabezas con penachos de plumas de aves exóticas; bailaron al son de castañuelas y pasodobles con el uso de marimbas y sonajeros, hicieron uso de fragancias diversas, los blancos con sus perfumes de damiselas y los negros con su olor a sudor de piel negra.

El rey negro llevó consigo una culebra que representaba a la fauna inmensa del continente donde se inició la vida y los blancos dijeron que la culebra representaba a Eva, que hizo perder el Paraíso que Dios había regalado a Adán, que la culebra y la mujer constituían la representación viva y encarnada del pecado para el hombre.

Pudo empezar esta fiesta en Montecristi donde predominaba la raza india y existían muchos esclavos negros, todos tenidos en la cofradía de Nuestra Señora de Monserrate, a la que aportaban con dinero y bienes materiales para su sostenimiento y progreso, fue el último reducto de Manabí donde los indios eran mayoría y los blancos muy pocos, había 2 cabildos de indios y de blancos, y era reconocido el liderazgo del indio Calixto Quijije, que creó el grupo de los Atahualpa, mientras los blancos se agrupaban en el grupo de los Pizarro.

Los indios queriendo que los blancos desalojen su territorio y los blancos exigiendo de los indios su sometimiento. Quijije, que en 1855 fue propietario del periódico El Montecristence, en el que se expresaba el pensamiento indígena y se convocaba a la unión de la raza y a la rebelión, murió tras ser envenenado por los blancos.

Así fue asesinado el último defensor de la raza india, murió cuando Eloy Alfaro levantaba el fusil declarando la guerra a la opresión. Así nació esta fiesta pagana, en una dramatización que a los artistas actuales llama la atención por la vivacidad con que se construyen las escenas y la riqueza en simbolismos con que la presentan; fiesta creada a partir de dos mundos distintos, como herencia brutal de la colonia española, fiesta pagana de negros convertida en fiesta cristiana, festejada ahora por cholos y mestizos y que para iniciar la misma debe darse misa y ser bendecida por el cura.

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