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Personas se reúnen a celebrar ahí San Valentín

El ceibo insigne de Manta cumplió 14 años

Luis Erazo, quien vende periódicos y revistas bajo la sombra del ceibo, es el encargado de cuidar el árbol diariamente. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
Luis Erazo, quien vende periódicos y revistas bajo la sombra del ceibo, es el encargado de cuidar el árbol diariamente. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
15 de febrero de 2015 - 00:00 - Por Joselías Sánchez Ramos

Un solo árbol puede dar sentido a un bosque, a un pueblo o a una persona. Este es el caso del ceibo de la vieja y tradicional Plazoleta Azúa, en Manta, un “árbol ciudadano”, con todos los derechos que le concede la Constitución de la República del Ecuador, la única en el mundo que reconoce los derechos de la naturaleza.

Ayer este árbol cumplió 14 años de vida y su onomástico fue celebrado con copas de rompope manabita y globos en derredor de su tronco. Fue un festejo encabezado por Jacqueline Simon de Munizaga, su sembradora.

Este “ceibito del amor y la amistad”, como lo llama su cultivadora, se ha convertido en un orgulloso símbolo verde de la ciudad. De una ramita se ha convertido en un corpulento árbol que desafía al espacio y le dice a los mantenses que aún es tiempo para recuperar la tierra y detener el calentamiento global.

Jacqueline lo sembró el 14 de febrero de 2001 y ha vigilado su crecimiento, igual que otros ciudadanos, hombres y mujeres que asumen su padrinazgo. Una de las damas que acompañó su siembra fue Elvira

Cedeño de Zambrano, mamá del actual Alcalde (Jorge Zambrano), quien en la anterior administración de su hijo mantuvo un programa de fomento de la cultura del árbol. “Cuando lo sembraron hubo muchos curiosos. Algunos asumimos el papel de padrinos para cuidar su crecimiento. Yo soy uno de ellos. Lo vi sembrar. Lo he visto crecer”, afirma Julio Alarcón, un respetable mantense quien diariamente se reúne con amigos bajo el árbol frente al Palacio de Justicia.

Otro padrino es Luis Erazo, vendedor de periódicos y revistas a quien el Municipio, en uno de sus aniversarios cantonales, le otorgó el “mérito ciudadano”. Orgullosamente dice: “El ceibo me protege, yo lo protejo. Conmigo creció. Lo he regado desde que era pequeño y lo he cuidado con amor y paciencia. Mientras crecía tomaba sus ramas, las ataba a los costados para que crezca recto. Ya está enorme. Nadie me dio esta responsabilidad. La asumí voluntariamente porque yo amo la vida, amo a la naturaleza como ella me ama a mí”.

Su semilla fue recogida de un ceibo en el Higuerón. Fue trasplantado en la Plazoleta Azúa, al pie del Palacio de Justicia de Manta.

El ceibo

El ceibo o la ceiba es un árbol que crece en los campos manabitas. Es tan nuestro como el algarrobo. Son árboles que crecen en Latinoamérica.

Son plantas xerófilas. Un bosque de algarrobos existía donde ahora crece el barrio Jocay. La ciudadela Los Algarrobos estaba poblada de estos árboles que crecieron al amparo de la albarrada que los aborígenes mantenses construyeron para preservar el agua del invierno. Grandes algarrobales crecían alrededor de otra albarrada aborigen ubicada en el barrio Buenos Aires, de Tarqui.

Con mi padre caminábamos entre algarrobos. Nos enseñó a sembrarlos. Mi hermano Víctor Emilio recordando su infancia y juventud escribió una canción sobre el algarrobo que sembró en el patio de la casa y al que, cuando retornó al hogar paterno, miró y contó sus recuerdos.

Sin embargo, a nadie se le había ocurrido sembrar un ceibo en un parque de la ciudad. Solo a Jacqueline de Munizaga. Su iniciativa es fortalecer la cultura del árbol y el buen vivir. Quién mejor que el árbol para preservar la vida humana.

Los ceibos crecen en nuestros campos. Allí adoptan sus formas tan peculiares que sirven de inspiración a poetas, pintores, fotógrafos y a la sabiduría popular. Cuando usted viaja de Tosagua a Rocafuerte observa un ceibo muy particular con formas de mujer. Los publicistas de Industrias Ales han colocado allí un letrero que dice: “Producto de calidad”

El maestro pintor José H. Pozo Tobar es un enamorado del ceibo. Sus formas espectaculares son pintadas en sus cuadros en varias tonalidades y perspectivas, en los atardeceres y con la brillante luz solar.

Cuando presento la exposición pictórica del maestro Alberto Santoro Williams, quedo impresionado por la maravillosa paradoja de la naturaleza que captan sus cuadros. Allí están sus ceibos, vigilantes silenciosos de los tiempos, ceibos configurando el viento, el alma, la soledad, el placer y la vida en las sabanas manabitas.

Líder García, arquitecto y fotógrafo, es otro perceptor de la naturaleza. Fue a España con una cosmogonía de ceibos captados en la campiña manabita. Este joven profesional percibe el profundo lenguaje de las formas con las que se comunican los ceibos mirando al cosmos mientras sus gruesas raíces se adentran en la tierra. Los españoles, sorprendidos, lo honran, aplauden y reconocen.

El ceibo o la ceiba es un árbol de características diversas. En Guatemala, donde llega a alcanzar hasta 50 metros de altura, es considerado por decreto nacional, el “Árbol Patrio”. En Argentina, una variedad de ceibo o seibo, alcanza un promedio de 5 a 8 metros de altura y produce una flor roja que es, por ley, reconocida como “Flor Nacional”. Los mantenses ya tenemos nuestro ceibo en la Plazoleta Azua.

Árbol hermano

Ningún lugar está lejos cuando tienes un árbol. Siempre habrá un abrazo y un suspiro, una lágrima y una sonrisa, siempre habrá una palabra en silencio que brota de tu mismo silencio.

Gabriela Mistral lo llama: “Árbol hermano, que clavado/ por garfios pardos en el suelo, / la clara frente has elevado/ en una intensa sed de cielo; / Árbol que no eres otra cosa/ que dulce entraña de mujer, / pues cada rama mece airosa/ en cada leve nido un ser.”  

En su caminar, el poeta Antonio Machado lo mira y exclama: “Buen árbol, quizá pronto te recuerde, cuando brote en mi vida una esperanza que se parezca un poco a tu hoja verde”…

Daniel Adrián Madeiro, le dice: “Árbol, estoy aquí. Te contaré algo que no le he contado a otros, solos aquí, tu y yo, quedará esto entre nosotros: Vendré a beberme tu sombra cuando se cierren mis ojos.”

El árbol es un hermano clavado en el suelo mientras sus ramas se elevan al cielo.

Bosque de palabras

Y evoco mi niñez en la que, de repente, fui árbol en el silencio de la tarde, abrazando mi algarrobo, mi piel junto a su tronco se volvió corteza, fui hojas gritando la oración de la alegría; me sentí mecer como las ramas se mecen con el viento y me dejé ir entre la tierra húmeda para sentirme en el cielo de arreboles, mirando el mar y conversando con la luna.

Mi algarrobo. Mi padre lo sembró; mi madre nos enseñó a regarlo. Entienden por qué amo la vida.

Mis árboles de la infancia y adolescencia en el jardín de la casa: Guachapelí, Matapalo, Jaboncillo, Tamarindo (aún hay uno que no termina de crecer). Mi padre sembraba árboles, mi madre sus flores y plantitas para todos los dolores y comidas (nadie se acuerda del mastuerzo para el dolor de muelas). Mi abuelo tenía sus vacas y burros, muyuyales, perlillos y copés; mi abuela nos contaba cuentos de lutonas y aparecidos.

Yo estoy aquí, junto a ustedes, con este bosque de palabras.

El árbol, un amigo, escuche la canción de Alberto Cortez, ‘Mi árbol y yo’. El árbol, un compromiso con la vida, converse con Jacqueline de Munizaga. El árbol, un recuerdo, escuche ‘El algarrobo’ de Víctor Emilio. El árbol, una misión, observe la paciencia de doña Elvira de Zambrano. El árbol, una lección, que imparten los esforzados maestros y queridas maestras de nuestras escuelas. El árbol, un ciudadano, salúdelo en la Plazoleta Azua de Manta, Ecuador.

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