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El Telégrafo
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Cofradías de negros y blancos

Cofradías de negros y blancos
05 de octubre de 2014 - 00:00

Desde inicios de la colonia en los virreinatos de Lima existieron importantes núcleos de negros esclavos y libertos, concentrados en quilombos, palenques o grandes barriadas donde practicaban sus danzas y rituales, invocando a sus dioses, recordando sus hechos gloriosos y tragedias, evocando a sus ancestros y descendientes que quedaron en abandono en el continente del que fueron separados, muchas veces, por sus propios hermanos de raza y vendidos a mercaderes portugueses.

Transportados en galeones en cuyas galeras se hacinaban y sus sudores y heces fecales se confundían y putrefactaban el ambiente, llenaban sus barrigas con “arroz, ñame y aceite de palma” y apenas saciaban su sed con el agua que escasamente recibían, y sus fuerzas se minaban y muchos morían.

En el puerto estaban los comerciantes intermediarios pujando por la oferta para comprar a los negros y traerlos a América y venderlos en calidad de esclavos. La oferta pública de compra y venta estaba precedida de fiestas entre blancos, bien vestidos, perfumados, bailando, disfrutando, sirviéndose comidas y manjares mientras bebían exquisitas mistelas y licores.

Los negros fueron diseminados por América para trabajar en servilismo obligado sin importar si eran reyes, príncipes o plebeyos; si sus lenguas eran distintas y sus costumbres eran variadas. Todos aprendieron la lengua castellana y recibieron el bautismo cristiano, fueron agricultores, mitayos y serviles domésticos, trabajaban todo el día y parte de la noche con breves horas de descanso lo que los incitaba al encono, al odio y alimentaba deseos de venganza que se perfilaban en acciones hostiles y en actitudes agresivas, y sus dolores callados afloraban con el licor que ingerían y lo expresaban con sus cantos y danzas que denotaban tristezas y desesperanzas, por lo que los blancos y los curas quisieron paliar en algo esos sentimientos negativos, dándoles días de asueto.

Los negros empezaron a convocar a la resistencia, entonces los blancos comprendieron que estaban fallando en el evangelio de los negros, que el simple bautismo no los convertía en creyentes católicos ni las cadenas doblegarían su espíritu libertario ni terminarían con los principios identitarios de su cultura milenaria.

Por ello, la iglesia y la corona permitieron, en México, que los negros se guardaran en cofradías, y cada cofradía enarbolaba su estandarte con su insignia indicando la congregación a la que pertenecía, y “en función de los orígenes -o naciones- de sus miembros”, cofradías que tenían por objetivo cristianizarlos y hacerlos dóciles, obedientes y temerosos a Dios y a sus amos.

Las cofradías tuvieron por patronos a santos, a los que se veneraban y rezaban rosarios, les hacían misas y los paseaban en hombros por las calles, les construyeron capillas y les obsequiaron con dinero y joyas, con tierras productivas y rebaños de ganado que ponían de relieve la importancia de la cofradía, para que los donantes, al final de sus días, apresuraran su paso al cielo. En estos rituales de catolicismo, los africanos “escondían sus ídolos detrás de las imágenes de santos católicos”, camuflaban sus creencias, se comunicaban con sus dioses verdaderos, tributaban honores a sus reyes.   

En las cofradías se congregaron hasta dos millares de negros, fue el lugar propicio para renegar de su esclavitud, la rebelión estaba en la mente de todos, solo buscaban un pretexto para que ardiera el infierno, y “los problemas comenzaron realmente cuando más de 1.500 miembros de la cofradía Nuestra Señora de la Merced se reunieron en 1611 para enterrar a una mujer de quien se desconoce su nombre. Se creía que había muerto a manos de su abusivo propietario.

En su duelo la multitud con creciente furia levantó el cuerpo y lo paseó frente a los palacios del virrey y del arzobispo y de la inquisición y ante la misma casa de su asesino”.

Aquí podemos encontrar la génesis de las fiestas de San Pedro y San Pablo que se cumplen en Manabí cada año, supuestamente, desde el siglo XIX, historia que pudo haber llegado hasta nuestro territorio con algún grupo africano que vivió y participó en dicha revuelta y en la construcción de su propia organización interna conformada por un gabinete real que representaba el reino del que procedían, por lo que “los miembros de la cofradía nombraban un rey, una reina, duques, condes, marqueses, príncipes, capitanes de la guardia, secretarios del rey, damas y otras dignidades de la casa del rey”.

Los negros libertos y esclavos, en 1608, “habían planificado que para el Día de Reyes del año siguiente habría de estallar una conjuración de negros”, que para esa fecha “habrían de dar muerte a los blancos y proclamar rey a un esclavo negro” y procedieron en sus fiestas y en secreto a elegir a su rey que guiaría la revolución que se proponían. Eligieron como primer rey a Yanga, que en las montañas dirigía a los negros libertos y que ya viejo y derrotado por las fuerzas realistas resignó su trono a Pablo, nacido en África, que se casó con María, quien fue la reina; pero Pablo murió y en su lugar nombraron como nuevo rey a Diego, quien se consideró viejo para tales menesteres y eligieron a Pedro, hermano de Pablo, que contrajo nupcias con la reina viuda, y designaron a su corte, a sus secretarios y autoridades reales, y en las romerías y en las procesiones, en sus danzas y en sus bailes, honores les rendían, y acataban sus órdenes como si estuvieran en su reino y sus vasallos fueran.

Pero los españoles, avisados de la rebelión que se tramaba, con una estrategia bien planificada, apresaron a los líderes negros y desarticularon el complot, los redujeron a prisión y los castigaron con azotes; y cuando todo se hubo calmado, la iglesia procedió a cimentar su presencia con un mejor adoctrinamiento, y cambiaron la fiesta, en su forma y en su contenido, ya no hubo reyes ni príncipes que se eligieran, solo los santos que se veneraban.

A los negros les enseñaron a vivir sus fiestas bajo las costumbres tradicionales de los blancos, haciéndose uniformes de parada para representar a ambas razas, remedando sus lujos y luciendo costosas joyas, comprando y poniéndose caros perfumes y cosméticos de los blancos para parecerse, oler y ser ‘bellos’ como ellos; dándose opíparos banquetes con copiosas libaciones e invitando a los blancos y a los indios a sus mesas; usaron los mismos símbolos de la sociedad opresora, arrastraban las cadenas con alegría aunque estas esclavizaran sus cuerpos y al ser arrastradas, semejaran llantos con sonidos de guerra; llevaban en sus manos a la culebra como símbolo representativo de la fauna africana, aunque para  los cristianos represente el pecado carnal y la pérdida del paraíso; hacían flamear las banderas de las cofradías que son también banderas del reino negro por cada etnia a la que pertenecían; la imagen de los mismos santos, de Pablo, el rey negro, que lo trajeron por mar a un mundo que no era suyo, nacido en África, y que es esclavo en América; igual sucede con Pedro, que es rey por la muerte de Pablo; con María, que tuvo por maridos a Pablo y a Pedro, con su séquito de damas como corte de compañía; la cárcel, que es el último espacio donde se recluye a los negros que conspiraron para terminar con el poder blanco en Nueva España; y, finalmente, negros e indios, esclavizados y explotados, festejando con los blancos una libertad imaginada.

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