Publicidad
Entre los herederos hay próceres cuyos nombres designan calles urbanas
Testamento de Petronila Egüez Villamar apoya la esclavitud en 1800
En el archivo provincial, que es seccional del Archivo Nacional del Ecuador, en el folio 35 del escribano Mariano de Lagos y Romero se puede leer este testamento de mucha importancia para la historia seccional de Tungurahua.
Menciona a un ancestro que forma parte de nuestros próceres y que se lo ha inmortalizado dando su nombre a las calles de Ambato.
“Sepan cuantos esta memoria de testamento vieren… yo doña Petronila Egüez Villamar, vecina de esta villa, hija legítima de don Esteban Rodríguez de Egüez, natural de los Reynos de España, y de doña Isabel Paredes Villamar, natural de la villa de Riobamba, ya difuntos, vecinos que fueron del asiento de Alausí.
Declaro que soy casada y velada con don Joseph Egüez y Mestas, vecino de esta villa… y procreamos a doña María Luisa, don Mariano, doña María Juana, doña Isabel, don Pedro Joseph y doña Mariana Egüez que actualmente viven.
Traje por dote 1.400 pesos, y mi marido me dotó de 2.000 pesos con la hacienda de Tangaleo que hoy poseo; y la abuela del dicho mi marido doña Ignacia Díes Flores con otros 2.000 pesos en la hacienda Iziña que también poseo.
Tengo en mi poder una memoria de todo lo que he dado a mis hijas e hijos. A mi hija doña María Luisa Egüez 500 pesos con que me ayudó mi hermano el Ilustrísimo Señor Doctor Don Alejandro Egüez de Villamar, dignísimo Obispo de Santa Marta, y por dicha memoria se verá lo que cada uno ha percibido.
Declaro que la casa que al presente vivo tendrá un solar más o menos que lo compró el dicho mi marido, y el edificio hecho después del terremoto (1797) se practicó con el trabajo de ambos. Habiéndose arruinado el primero que era todo fábrica nueva y de costo de bastante valor, más una cuadra que compró a don Alejandro de Villacreses y un pedazo a Manuel Ortiz.
Declaro que por muerte del dicho mi hermano (el Obispo de Santa Marta) que falleció en el obispado de Cartagena, nos declaró por sus herederos a mí y mi hermano don Ramón Egüez Villamar.
Nombrando por sus albaceas a don Thomás Borrero y don Andrés Fajardo, en cuyo poder entraron sus bienes, los cuales no han dado cuenta de ellos y solo se me ha entregado el importe de 380 pesos en algunas alhajas que constan de una memoria de ropa blanca y otros efectos que mantengo en mi poder.
Y para recaudar lo más que faltare le tenemos conferido poder de mancomún con mi marido a don Pedro Montúfar. …de esta misma herencia tenía que entregarme don Fernando Valdiviezo 400 pesos, de los cuales solo tengo percibidos 200 pesos.
De esta misma herencia tengo percibidos 780 pesos de los oficiales reales de la ciudad de Cuenca que se le debían a dicho señor Obispo Ilustrísimo Señor mi hermano, cuando fue Deán de esta santa iglesia.
Los cuales se los presté en la cantidad de 700 pesos a don Justo Mancheno, escribano de cabildo de la villa de Riobamba, mi yerno, con más 100 pesos que fuera de la obligación, los que tengo largados a mi hijo don Mariano. Mando que de dichos 700 pesos se den 100 a mi nieta doña Antonia Marañón, otros tantos a doña Andrea Marañón, también mi nieta, y hasta tanto se les entrega, haya de correrles el rédito del 5% a usanza pupilar, y los 500 restantes se cobren y agreguen a mis bienes.
Declaro por mis bienes un negro esclavo llamado Tomás y un mulatillo llamado Manuel, con más una mulatilla llamada Rufina, esta se la tengo dada desde antes que naciera a mi hija doña Isabel Egüez.
Declaro por mis bienes una mulata de 16 años de edad llamada Francisca que don Joaquín López de la Flor, mi yerno, me la dio regalada con la condición de que después de mis días haya de quedar para mi hija doña María Juana, su mujer, mando que así se ejecute.
Declaro por mis bienes una negra esclava llamada Petrona que tendrá de edad más de 30 años, declaro por tales mis bienes. 22 platillos y 4 fuentes, 2 jarros, 22 cucharas, 22 tenedores, 4 candeleros, un pie de mate de tomar yerba con su bombilla, una escupidera, 4 totumas, todo de plata.
Dos sillones chapeados con sus espaldares de plata, de ellos uno que lo tengo dado a mi hija doña Isabel Egüez por su servicio personal… y el otro quiero que se le dé a mi hija doña Mariana. Las alfombras y el menaje del servicio de la casa que deberá hacer inventario judicial o extra judicial, 2 alfombras nuevas de a 5 varas para doña Isabel y doña Mariana, una a cada una.
La cuadra declarada se dé a mi hija Isabel Egüez por vía de mejora. Reparte siembras de maíz en Tangaleo de una fanegada y media a todos, incluso a un indio Julián Lalaleo.
Una cama de campo de damasco de algodón contratada con don Mariano Bermúdez en 150 pesos que su importe se repartan entre las dos chiquillas que estoy criando, y entre tanto queda bajo responsabilidad de don Pedro Joseph Egüez, mi hijo.
Bajo de la hipoteca, las cuales se llaman María Mercedes y María Josepha… sin que las madres tengan derecho, pues en tal caso no debería correr este legado, y también agrego a la misma disposición, un pabellón de rayadillo de algodón, con puertas de macana.
Que mis hijos no le pongan embarazo a mi marido mientras vive. Nombro como albaceas a mi marido y a mi yerno Joaquín López de la Flor. Estando enferma en la cama y al parecer en su entero juicio, firma con los testigos, el Doctor don Miguel Grande Suárez y Egüez, abogado de la Real Audiencia de Quito, don Joseph de Lagos y Moncayo y Juan de Cabrera. Mayo de 1800”. (O)
El Obispo de Santa Marta y sus malos ‘negocios’
Este documento no se lo había ubicado cuando preparaba la edición de mi libro El componente africano colonial en Tungurahua, publicado con el esfuerzo y el entusiasmo de mis estudiantes de la carrera de Idiomas en 2012.
El personaje principal de los asuntos de venta de negros es nada menos que el “Ilustrísimo Señor Doctor Don Alejandro Egüez de Villamar, dignísimo Obispo de Santa Marta”.
Una investigación colateral que queda pendiente de este documento tiene que ver con los bienes que deja para sus familiares ambateños. Los archivos colombianos pueden darnos una buena respuesta.
En otros documentos nos hemos dado cuenta de que la independencia fue asunto de los más grandes latifundistas, y ahora estamos ante quienes comerciaban con negros. Volvamos sobre la pregunta histórica:
¿Cuál fue el motivo profundo por el que lucharon tan importantes señores por la independencia? No es fácil creer que fue para dar libertad a negros e indios.
La esclavitud como práctica social y económica fue usual en la antigüedad grecorromana, y ambas pueden considerarse las primeras sociedades “esclavistas” al estar sustentada su base económica por este sistema.
El estatus social y el papel de los esclavos eran considerados inferiores, sin valor o inexistentes en relación con una persona que se consideraba como libre.