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Hoy, los rituales indígenas incluyen ingesta de comida en tumbas y cantos

Los muertos se recuerdan desde antes de la colonia

Los indígenas acuden a los cementerios con sus mejores galas. Esto muestra que han superado la tristeza.
Los indígenas acuden a los cementerios con sus mejores galas. Esto muestra que han superado la tristeza.
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El helado e impetuoso viento que corre en la montaña curte los labios y mejillas de Yutap. Vistiendo ropas hechas con lana de llama y de tonalidades rojas y negras, este joven de la nacionalidad Panzaleo sube hasta lo alto de un cerro del sur de Ambato y deja una ofrenda frutal a los pies de un árbol, con rostro alegre.

Es octubre de 1655 y una multitud acompaña al muchacho, entre ellos un sacerdote católico. Yutap, quien a sus 20 años ya es parte de la más alta jerarquía de la etnia, inicia una oración de más de 10 minutos en idioma kichwa.

La solemnidad de los rezos a deidades de la creencia animista andina, es interrumpida por un grupo de religiosos y soldados ibéricos quienes con antorchas en mano gritan para atemorizar a los presentes.

“Es herejía rezar a otro dios que no sea Jesús”, exclama uno de los clérigos y de inmediato las fuerzas del orden dispersan a la multitud, en medio de protestas.

Fray Juan de Baldeón, sacerdote jesuita originario de Sevilla-España, quien estuvo entre los indígenas, trata de calmar al entristecido muchacho quien con lágrimas en los ojos retira las frutas que hace minutos había dejado al pie de un árbol.

“A la fuerza quieren imponernos una creencia que nosotros hemos tenido desde siempre, pero con dioses, tradiciones y ceremonias ajenas”, señala el joven. ¿Qué creencia?, pregunta Fray Baldeón, a lo que Yutap responde, enfurecido:

“Al recordatorio de nuestros muertos”, señala, “quienes nos bendicen y preparan para el largo trayecto de la muerte”. Este relato es una de las pruebas más irrefutables de que en la América precolombina ya se evocaba a las personas fallecidas, en medio de rituales coloridos, gastronómicos y alegres. Sí, alegres. Contrario a lo que se piensa en culturas prehispánicas la remembranza de los finados se hacía en medio de ceremonias festivas.

El relato antes mencionado se encuentra en el libro De las etnias olvidadas y detalla ciertas particularidades de esta celebración que permanecen hasta hoy gracias a la fusión con la tradición cristiana.

Sincretismo

Pese a que en el texto se detalla que los panzaleos, puruháes y otros pueblos precolombinos recordaban a sus muertos a inicios de octubre; hoy la fiesta se hace en noviembre.

Esto debido a que el calendario católico, traído por los colonos españoles, rememora a todos los santos el primer día de este último mes, desde mediados del siglo IX.

Así lo da a conocer Juan Carlos Flores, sacerdote católico ambateño. “Existe tan solo un mes de diferencia entre las fechas de celebración de las tribus y la costumbre cristiana. Y esto no solo en Ecuador sino también en Guatemala, México, Perú y Chile, donde se trata de mantener las tradiciones ancestrales incluyéndolas en los programas festivos actuales”, dijo.

Un ejemplo de esto es la Fiesta de Finados en sectores como Pilahuín, Chibuleo, Pasa y la parroquia Salasaca, en el cantón Pelileo de Tungurahua. Allí, 3 días antes del 2 de noviembre, cientos de niños, adultos y ancianos de la comunidad, ‘peregrinan’ hacia las tumbas de sus familiares y amigos.

“Para la ocasión nos vestimos con las mejores galas. Esto demuestra nuestro respeto a los designios divinos y a la persona muerta. Como nuestros ancestros, llevamos prendas con tonalidades rojas, moradas y negras, que son consideradas en las culturas indígenas, festivas”, aseveró Lorenzo Guamán, octogenario Salasaca.

La visita además incluye la ingesta de alimentos al pie de la tumba y cantos ancestrales en idioma kichwa, según explica Norberto Cevallos, excatedrático de la Universidad Técnica de Ambato.

“Los salasacas, en particular, suelen comer habas, melloco, arveja y otros productos andinos cocidos, junto a los nichos. En la cosmovisión andina este ritual hace manifiesto el respeto por el fallecido, el agradecimiento a la Pacha Mama por las bendiciones y, además, de forma simbólica, [es una] participación del alma del finado en la alegre tertulia, pues se coloca una vasija con los alimentos cerca de la tumba”, dijo.

A 30 km de allí, en Pilahuín y Chibuleo, poblaciones ubicadas al suroccidente de Ambato, el ritual incluye rezos cristianos y la ingesta de colada morada, cuy y pollo.

El atuendo tradicional de los pilahuines se compone de prendas blancas y negras, que coincide con el color oficial del luto de la cultura occidental y cristiana.

“Sin embargo, para ellos esto no guarda relación con la muerte. A los cementerios de Pilahuín llegan ancianas, los primeros días de noviembre, con grandes ollas de colada morada y una décima parte del potaje es vertido en tierra. Esto para ellos significa dar de comer al finado, quien se ha fusionado con los componentes del suelo, además se ingiere cuy y gallina asada”, señaló Lorena Prado, antropóloga y maestra universitaria de Ambato. (I)

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