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Cubanos y ecuatorianos intercambian costumbres culinarias en un espacio donde antes no laboraban extranjeros

¿Qué son la guatita y el librillo? preguntaban los cubanos que llegaron a Ecuador

Geiser Guerrero trabaja en el comedor el Cangrejo Azul. Fotos: Miguel Jiménez/El Telégrafo
Geiser Guerrero trabaja en el comedor el Cangrejo Azul. Fotos: Miguel Jiménez/El Telégrafo
05 de julio de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

En el mercado Iñaquito, al norte de la capital, jóvenes cubanos trabajan como ayudantes de cocina o meseros y su acento caribeño atrae la atención de los comensales.

La frase “¿Qué le servimos caserito?”, tan propia de los mercados ecuatorianos, ahora se escucha distinto. Y es que además del tono de quien lo dice, los rasgos de su fisonomía revelan enseguida que se trata de un ciudadano cubano.

Algunos comensales se sorprenden al ver que los atiende un joven amable, pero sobre todo afectuoso. Palabras como “cariño” o “mami” rompen con el trato ‘formal’ al que los ecuatorianos están acostumbrados.

Además de la cordialidad que estos jóvenes demuestran, su trato es más informal, pero siempre respetuoso. “Lo que pasa es que aquí tratan mucho de ‘caserito’. En Cuba no funciona así”, comenta Leandro Fuentes Marín, de 25 años, quien llegó a Ecuador en septiembre del año pasado.

“¡Hola, qué hay!”. “¿Cómo está la cosa?”. “¡Qué bola!”, son las frases cotidianas que se escuchan en los mercados cubanos, comenta Leandro, quien trabaja como mesero, sirve y recoge platos, los lava y está dispuesto a ayudar en lo que le pida su jefa.

Lo suyo es la pintura. Leandro es Artista Plástico, se graduó en una academia en Villa Clara. En Cuba se dedicaba a pintar y a hacer exposiciones. Él creció en un mundo lleno de arte, pues su padre, Ramón Fuentes, también es pintor. “Para un artista es difícil conseguir trabajo porque no todo el mundo puede comprarte un cuadro. El arte no es barato, más bien es un poco caro”, comenta Leandro.

Asegura que el único modo de vivir de la pintura es si te dedicas al turismo, haciendo cuadros que se los conoce en Cuba como ‘candonga’, un arte de poco valor. Por ejemplo, en esas pinturas se dibujan floreros, playas o un paisaje sencillo. “Pero eso no te da un valor artístico, eso no es lo que yo quería hacer”, asegura el artista.

Aunque no ha dejado de pintar, no ha podido vender sus cuadros porque se dedica 100% a su trabajo en el mercado. Él no anuncia los platillos que vende en su local porque dice ser receloso, pero no pasa lo mismo con su compañero cubano, Geiser Guerrero, de 32 años.  

Llegó a Ecuador hace 6 meses. En su país trabajaba en un mercado atendiendo un puesto de productos elaborados. En Quito su primer empleo fue de ayudante de cocina. Aunque no conocía nada de la gastronomía ecuatoriana, en un mes memorizó las recetas y hoy se encarga de la preparación de los platillos. Dice que aprendió solo mirando y ahora se le hace totalmente fácil prepararlos. En su puesto venden cebiche de camarón, concha, calamar y pescado, encebollados y cangrejos.

Él es Técnico de Refrigeración pero nunca ejerció la carrera. Vivía en el oriente de la isla. Viajó a La Habana para mejorar su situación económica y así salir adelante.

Los nombres de los platos ecuatorianos fue lo primero que aprendieron los cubanos, luego las expresiones.

Asegura que en Ecuador le va muy bien. Poco a poco se ha hecho de cosas. “Se trata de trabajar para luchar y más ahora que voy a tener un bebé con mi esposa”, dice Geiser.  

Él, sin temor, invita a los clientes a que se sienten y prueben alguno de los platos que tiene disponibles. “El ecuatoriano trata de convencer a los comensales. El cubano tiene otra forma de tratar a la gente. Pero les doy un buen trato para que se vayan satisfechos”, comenta el joven, quien poco a poco ha aprendido la técnica de llamar a la clientela.

“¡Sí hay encebollados, sí hay cebiches!” se escucha de la voz de Álvaro Gutiérrez, de 28 años. Pero este cubano le da un agregado a la invitación con el que marca la diferencia: “Ven, ¿qué te sirvo? Siéntate, ¿qué te doy?”.

Álvaro llegó a Ecuador en julio de 2014. Sabe cocinar algunos platos ecuatorianos, aunque no son completamente de su agrado. Extraña la comida de su país, como un arroz con chuleta, yuca, ensalada y la infaltable cerveza.  

Asegura que decidió venir a Ecuador por seguir el “sueño de todo cubano, salir a Estados Unidos”. Estudió Biomedicina pero no se graduó. En Cuba se dedicaba a hacer artesanías en madera.

Mientras caminaba por las calles de Ecuador llamó su atención el modo de hablar de los quiteños —comenta con risas— y cómo las madres llevan a sus hijos en la espalda. “No me quejo, tengo trabajo, salud y todo está bien, pero yo quiero algo mejor”, dice Álvaro.

Rosa Herrera, de 42 años, es propietaria del Cangrejo Azul, el lugar donde labora Geiser. Asegura que trabajar con gente de Cuba ha sido una buena experiencia porque a través de ellos puede conocer ese país. “Hubo una temporada en la que este mercado estuvo lleno de cubanos. Ellos solo quieren trabajar, hacen todo y si no saben lo aprenden. Además, tienen otro carisma para atender al cliente”, comenta Rosa mientras conversa con sus compañeros de la isla con quienes ha entablado una buena amistad.   

Como un modo de adaptarse a su nuevo ambiente de trabajo, contagian a sus compañeros con los ritmos de la música de Cuba. De fondo se escucha la canción ‘Bailando’ del dúo cubano Gente de Zona y, mientras realizan la limpieza, hacen uno que otro paso al ritmo de la canción.  

Entre carcajadas, Rosa recuerda que cuando sus compañeros cubanos llegaron al mercado sus primeras inquietudes eran ¿Qué son las papas con cuero, el librillo y la guatita? ¿De qué animal sacan eso? ¿Por qué comen eso?

Estos nuevos personajes del mercado tienen la apertura de enseñar a sus compañeros de trabajo sus destrezas culinarias. “Hay hombres cubanos que cocinan excelente, tienen una sazón muy rica. Experimentar con la comida de ellos es bueno porque una aprende”, dice Rosa.

“Indiscutiblemente la comida cubana es más rica que la comida ecuatoriana”, grita Álvaro, desde un extremo, y todos sus compañeros ríen como si se tratara de una gran familia. (O).

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