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El Telégrafo
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Naturalistas extranjeros, llegados al país a partir del siglo xviii, fueron los primeros en estudiar la rica biodiversidad quiteña. Mucho del conocimiento biológico actual se lo debemos a ellos

Las quebradas preservan el patrimonio natural de la ciudad

El Huiaycu o quebrada es sinónimo de vida. Las quebradas capitalinas son el último reducto de bosque nativo de la ciudad y su preservación significa recuperar la identidad y el patrimonio natural de la ciudad. Foto: Álvaro Pérez
El Huiaycu o quebrada es sinónimo de vida. Las quebradas capitalinas son el último reducto de bosque nativo de la ciudad y su preservación significa recuperar la identidad y el patrimonio natural de la ciudad. Foto: Álvaro Pérez
08 de junio de 2014 - 00:00 - Redacción Quito

El 50% de especies de plantas y animales nativos de la ciudad se encuentra actualmente en las quebradas de Quito. Los wuaycus (su nombre quichua) son considerados como los últimos reductos de vida silvestre de la ciudad.

Esta situación se da porque el desarrollo urbanístico y la expansión del uso agrícola del suelo provocaron que esos espacios naturales de vida vayan desapareciendo, al tiempo que tanto los ciudadanos como las autoridades descuidaron su protección.

Parte de este problema se relaciona con la contaminación de los cauces. Según datos del Municipio, el 80% de contaminación de los ríos y quebradas se debe a desechos de los hogares y el 20% proviene de las industrias. Frente a estas cifras, en 2012, el Concejo Metropolitano aprobó una ordenanza que declaró a las quebradas como patrimonio natural. Pero desde entonces, pocos cauces (la mayoría en el sur) han sido rescatados.

Adicionalmente, durante la administración municipal de Augusto Barrera se aprobó el proyecto de la construcción de las plantas de tratamiento de las aguas servidas del río Machángara, con el fin de revitalizar tanto el accidente geográfico como sus afluentes. Se prevé que el plan concluya en 2017.

La Secretaría Metropolitana de Ambiente indica que existe una enorme riqueza biológica en el Distrito, sin embargo, es poco conocida. Y según el organismo, una de sus particularidades es ser altamente endémica (propia de la zona). “Se estima que cerca del 25% de la flora de Quito es endémica y que el 20% de esta se conoce de especímenes únicos colectados a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX en los alrededores de Quito, principalmente en las estribaciones del volcán Pichincha y zonas adyacentes”, menciona el estudio.

El historiador Juan Paz y Miño comentó que en épocas prehispánicas, la relación que tenían los pueblos indígenas no solo con estos espacios (quebradas), en particular, sino también con la naturaleza, en general, era directa, pues los unos dependían de los otros para convivir en paz y de ahí nacía el respeto a la vida natural de las quebradas y su entorno.

La Maihua es la orquidea propia de Quito. Vive silvestremente en las quebradas de la ciudad.

Fueron los miembros de la Misión Geodésica Francesa, que arribaron a Quito en los albores de 1736, quienes iniciaron el estudio de la flora de la ciudad. Hasta el siglo XIX, eruditos como Alexander von Humboldt, Charles-Marie de la Condamine, Philip Miller y Joseph De Jussieu estudiaron varias especies botánicas tales como la santa maría, el huicundo, quishuar, chanchalua, geranio, valeriana de Quito, entre otras.

En el caso de la fauna endémica del Distrito, la Secretaría de Ambiente escogió 15 especies como representativas de la ciudad, debido a su relación cotidiana con los habitantes y su importancia biológica y cultural. Entre ellas se encuentran el lobo de páramo, la raposa, la rana marsupial, la culebra boba, la mariposa, el escarabajo, el gorrión, el quinde, la guagsa, la preñadilla, etc. Algunas de ellas, especialmente aves e insectos, han hallado un refugio en los desfiladeros naturales de la capital.

Por ejemplo, basta un minuto de silencio y contemplación en una quebrada para comprobar los sonidos que bullen en su interior: trinos de aves, aletear de mariposas, una abeja o cualquier otro pequeño insecto, el croar de una ranita marsupial o el roer de los dientes de una raposa, un conejo o un chucuri veloz.

Con el conocimiento y la atención adecuadas, en las quebradas quiteñas es posible encontrar más de 90 especies de aves, 60 tipos de mamíferos y más de 20 de insectos.

En lo que tiene que ver con la flora, helechos, pumamaquis, guabos, lecheros, arrayanes, colcas, barnadesias, quishuares y coco cumbis forman parte del techo de las quebradas. Allí, su sombra y humedad revitalizan la tierra y no es extraño mirar a sus alrededor flores como el zapatito, la maihua, el mote casha, el ashpa chocho, la guarangas, salvias y romerillos; todos de vivos colores amarillos, morados, verdes y rojos que iluminan el suelo.
En Quito existen 4 tipos de quebradas y cada una de ellas tiene su respectivo ecosistema: las de páramo, de ambiente seco, bosque andino y húmedo. Todas estos ambientes naturales conforman las más de 240 quebradas de Quito.

“Es necesario el rescate del patrimonio natural existente en las quebradas, pues su tesoro está en su diversidad biológica. En mis estudios sobre las quebradas de Quito, hallé 60 especies solo en una de ellas ubicada en el parque Metropolitano. Así, a pocos pasos de la urbe, es posible encontrar conejos, zorrillos, murciélagos, etc. En sí una gran diversidad que no se encuentra en la ciudad. En base de ello me di cuenta de que las quebradas se convirtieron en un refugio del patrimonio natural quiteño”, comentó Juan Manuel Carrión, director del Zoológico de Quito y ornitólogo.

Al menos 15 especies de aves entre tórtolas, gorriones, mirlos, huirachuros, ricchas, quilicos, jilgueros, cuturpillas y otras anidan en las quebradas. También hay especies que no se encuentran únicamente en estos espacios; tal es el caso, por ejemplo, del colibrí de cola rojiza. Los conejos y las zarigüeyas —igual que mariposas, culebras, sapos, etc.—, también son moradores de las quebradas.

Carrión señala que las quebradas además de constituirse como refugios de vida natural, en la antigüedad eran también sitios sagrados, pues en su interior corría agua que era utilizada para realizar ritos ancestrales. De igual manera, el quishuar, arrayán y lechero eran considerados por los pueblos prehispánicos como plantas sagradas.
“Las quebradas que nos quedan no son el esplendor del bosque andino; no son la totalidad. Pero es lo único que nos resta en el perímetro urbano y por medio de estas podemos irradiar, crear espacios de recuperación y restitución de los antiguos paisajes forestales, porque el paisaje tiene un espíritu, una esencia que puede ser revitalizada”, dijo Carrión.

Un proyecto particular de restauración de las quebradas

La casa del orquideólogo Juan Herrera se encuentra en el norte de la ciudad, sector en el que vive desde hace más de 20 años. Su principal vecino es el parque Metropolitano Guangüiltagua.

Uno de los tesoros que preserva Juan es la quebrada El Rosario, que se encuentra muy cerca del límite de su casa. Para él, su jardín es la quebrada. La cuida y preserva de forma natural desde que habita en el sitio.

El trabajo de restaurar la quebrada El Rosario nació —cuenta— cuando encontró el espacio como un botadero de escombros de las construcciones cercanas al sitio.

“Todo empezó con un recuerdo de otro lugar, la hacienda de mis abuelos en Puembo, pues yo pasé mi niñez en el campo Y cuando compré este terreno, lo que más me gustó fue la quebrada”, relató Herrera.

Con paciencia y dedicación empezó a retirar poco a poco la basura y los desechos de las construcciones. Abonó la tierra y empezó sembrando las plantas que sobraron en la quebrada. Y se dio cuenta que la vida empezó a germinar poco a poco en el lugar, cuando plantas y árboles nativos se cargaban de semillas y flores.

A partir de ese momento, otros habitantes poblaron su jardín-quebrada: colibríes, conejos, reptiles y más. El Rosario tiene alrededor de 240 metros de extensión y en ese espacio existen 21 especies de árboles y se ha registrado alrededor de 60 especies de aves.

El orquideólogo y ambientalista comentó que en un inicio fue él quien recuperó la quebrada, pero que con el paso del tiempo, se gestó un proceso ecosistémico de autorregeneración en ella. “Comienzan a actuar diferentes elementos; ahí tenemos a las mariposas, las aves, etc. Yo pongo plantas, flores y ellos son quienes completan el trabajo, pues de la quebrada algunas especies fueron saliendo”, aseguró.

Herrera mencionó que el bosque de eucalipto no genera fotobosque, pues este absorbe toda el agua del terreno y no deja que ninguna otra especie nazca; además, el aceite que produce es inflamable y puede, por tanto, generar y propagar incendios como los ocurridos a fines de septiembre del año pasado. Allí resultaron afectadas 21 hectáreas.

Ante el peligro que corren las quebradas, Juan estableció un proyecto de restauración que consiste en reforestar la quebrada de El Rosario en sentido noroccidental, con el fin de plantar más vegetación nativa en el parque Metropolitano.

“Este proyecto debe multiplicarse e implica sacar el eucalipto, que es un peligro, y sembrar plantas nativas. Si hacemos este tipo reforestación, el suelo se mantendrá más húmedo y se puede evitar incendios”, dijo.

La propuesta fue presentada al Municipio, pero aún no recibe una respuesta, aunque Juan no desmaya.

Un ejemplo de lo que se puede hacer en este ámbito es la regeneración de la quebrada ubicada en Quitumbe.

“Las quebradas son la piel de Quito y esta se ha ido destruyendo. La ordenanza es una resolución que no servirá si la gente no se conciencia del valor patrimonial y natural de las quebradas. Aunque hay que entender que las plantas no son parte de una agenda política, las plantas tienen su tiempo”, finalizó Herrera.

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