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El barrio está dividido en 4 sectores y cada uno de ellos guarda características y recuerdos históricos diferentes

El origen de La Tola se sitúa entre jorgas, peleas de gallos, una guerra y el box

La calle Valparaíso es una de las vías tradicionales del barrio La Tola. Está rodeada de casas antiguas. Foto: Carina Acosta / ElTtelégrafo
La calle Valparaíso es una de las vías tradicionales del barrio La Tola. Está rodeada de casas antiguas. Foto: Carina Acosta / ElTtelégrafo
15 de febrero de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

Las faldas del cerro Itchimbía (al oriente del Centro Histórico) acunan a La Tola, uno de los barrios más tradicionales de la ciudad. La zona está atravesada por una larga y estrecha calle, bautizada en honor a la ciudad chilena de Valparaíso.

El libro Memoria Histórica de La Tola señala que desde 1629 se conocía al sector con el nombre que lo caracteriza. No obstante, según el texto, la zona que comprendía en gran parte a la hacienda de la familia Muñoz, recién empezó a poblarse en el siglo XIX.

A pesar de ese desarrollo urbano relativamente tardío, algunas de sus casas forman parte del inventario patrimonial capitalino pues su arquitectura se inspiró mucho en el estilo andaluz tradicional del casco colonial.

Por ejemplo, en la intersección de las calles Don Bosco y Valparaíso se levanta una escalinata rodeada de casas de techo de teja, paredes de adobe y ventanas con pequeños balcones de madera. A lo largo de calles como la Ríos, Chile, Iquique, Esmeraldas, Oriente y Olmedo existen edificaciones de alrededor de 200 años.

Una de ellas es la de la familia Rengifo, cuyos dueños rentan el inmueble a 5 familias. Tras una puerta azul de madera se extiende un zaguán oscuro, al final del cual se encuentra un patio rodeadas por pilotes de madera y balcones en torno a los cuales hay 2 plantas de habitaciones.

La Tola está dividida en 4 sectores: La Tola histórica, Alta, Baja y Nueva Tola.

En la primera se registra el mayor movimiento, pues está cerca del sector de La Marín, actualmente un lugar de intercambio de sistemas de transporte. Antes de la década de 1950 era un terreno plano que bordeaba a la quebrada Manosalvas, en donde niños y jóvenes solían improvisar canchas de fútbol.

Luis Morales (62), quien vive entre las calles Oviedo y Palacio, comentó que uno de los recuerdos inolvidables que conserva son las “broncas entre guambras”. Luis deja un momento de lado la máquina de coser en su taller de tapicería, para narrar que en su juventud, las peleas entre guambras se daban por cuestiones de territorio o de amor.

“No eran peleas malas. Los principales rivales de La Tola eran los vecinos de San Roque. En las tardes les veíamos llegar por las calles de los 4 radios, que era el cruce entre las calles Chile y la Vicente León. Las peleas eran a puño limpio y al final, los 2 peleadores se daban la mano”, relató.

Esas jorgas e conformadas por jóvenes y adolescentes que se disputaban el amor de la toleñas. Según Morales, otros ‘enemigos’ provenían de San Marcos, San Blas, La Loma y La Mariscal.

“Las peleas tenían sus reglas. De ambas jorgas salía un ‘coteja’, es decir el muchacho más grande de cada uno de los grupos y estos se enfrentaban. Pero la pelea era de caballeros: trompón a mano limpia con o sin patadas. Nunca se podía golpear al rival si este se encontraba en el suelo. La pelea terminaba cuando corría sangre”, narra el texto de memorias sobre La Tola.

A partir de la década de los cincuenta, a través de mingas, el barrio empezó a mejorar: se asfaltó la Valparaíso y gran parte de la zona logró acceso a servicios públicos.

Actualmente, por las tardes, es común ver a los vecinos caminar con fundas de pan en las manos para el cafecito vespertino. Entre tanto, los niños juegan índor en las calles y los jóvenes usan los servicios de los llamados café net.

El sector puede considerarse como un gran restaurante de comida típica pues en pequeños zaguanes y cuartos es posible encontrar platos como tortillas con caucara (carne fibrosa acompañada de tortillas de maíz), pinchos (los chuzos de la Costa), fritada, empanadas de viento, humitas, quimbolitos, morocho, mollejas con mote y muchas delicias más.

“Ningún toleño puede preciarse de serlo si no ha comido la tripa mishqui de la calle Valparaíso y Manosalvas de doña Elizabeth Leano, quien ocupa ese puesto hace más de 30 años, y la verdad son las mejores”, aseguró Genaro Castillo, vecino de La Tola desde hace 6 décadas.

Es precisamente en ese punto donde termina la intensa actividad del barrio, pues podría decirse que La Tola Alta se inicia en el estadio que lleva el nombre del barrio y rodea el sector de la loma del Itchimbía. Las casas de esa zona fueron construidas a partir de 1960.

Al contrario de La Tola histórica, esta parte es más sosegada y en las noches solo las luces de entrada a las viviendas acompañan al alumbrado público. El silencio suele romperse cuando por las esquinas de las calles Iquique y Concepción, algún grupo de jóvenes baja hacia La Marín o al Centro Histórico.

Ana Cola (57) comentó que al inicio, cuando se formaba el barrio, el lugar era un potrero que fue parte de una hacienda. A su memoria llegan imágenes de la Casa Piedrahita. “Ese era el lugar preferido de los muchachos y recuerdo que bajábamos en cartones por sus laderas”, rememoró.

Un espacio tradicional de ese sector es la Lavandería Municipal. A inicios de los cincuenta, el barrio no tenía aún servicios básicos y las mujeres bajaban cargadas de grandes canastos de carrizo a lavar la ropa en dicho sitio. Hoy las lavanderías no funcionan más.

Los toleños se reputan que allí surgió la primera gallera de la ciudad, que estaba ubicada donde hoy está el Coliseo Julio César Hidalgo. Antiguos habitantes recuerdan que, a veces, el ruedo de las aves se convertía en un ring de boxeo.

Doña Ana cuenta que en aquella época llegaban galleros de todas partes del país e incluso de Colombia.

Otro lugar tradicional de La Tola es su gimnasio de box, que se encuentra en la parte alta. Ricardo Chuquitarco (65), habitante de la calle Ríos, recuerda que el gimnasio se creó en los años de 1980 en homenaje a lo ‘buen puñete’ que siempre han sido los toleños.

“De este barrio salieron los mejores peleadores de Quito; entre ellos Eugenio Espinosa, Toby Muñoz, Marcelo Chuquitarco. El gimnasio fue construido para que nuestro campeón Eugenio Espinosa tuviera un lugar en donde enseñar a las nuevas generaciones este deporte. Pero la Concentración Deportiva de Pichincha (CDP) nos juega una mala pasada y le envían a enseñar en los gimnasios de Chimbacalle”, reclamó Chuquitarco.

El tercer sector, La Tola Baja, también se originó allá por los sesenta. Y al igual que en el caso de la Tola Alta, la mayoría de las viviendas fue construida mediante préstamos del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). En ese proceso, en las faldas orientales del Itchimbía surgieron casas adosadas de 2 plantas.

Carmen Carvajal (75) mencionó que al inicio fue muy complicado vivir en ese sector. En aquella época los bosques eran los linderos entre vecinos. “Junto con mis hijos bajábamos la pendiente hasta el río Machángara. Lo terrible eran las tardes y noches, porque había lechuzas y zarigüeyas que espantaban a cualquiera”, contó.

Olga Rodríguez (59), quien vive en la intersección entre Rita Lecumberry y Dolores Sucre, comentó que en un principio no quería vivir en la zona, por las historias de fantasmas que rondaban su casa.

“Según cuentan, aquí murieron algunos de los combatientes de la Guerra de los 4 días, ocurrida en 1932. Entonces sus almas bajaban hacia algunas casas de La Tola. En la mía, todavía hacen bulla (ruido) y mueven las cosas, pero ya vivo aquí tantos años que no me da miedo”, aseguró entre risas la mujer.

Con o sin leyendas de fantasmas, La Tola fue, en efecto, uno de los escenarios del episodio histórico cuando las tropas leales a Neptalí Bonifaz Azcázubi, elegido presidente pero repudiado por su supuesta ascendencia peruana, se regaron por el sector del Itchimbía e instalaron artillería.

Los moradores dicen que incluso podían hallar restos del combate: casquillos de las balas en las quebradas, pertenencias de los combatientes regadas por las laderas y perforaciones producto de las detonaciones y de los disparos en algunas paredes naturales.

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