-
14:55 Sociedad: 191 tortugas para la restauración ecológica fueron liberadas en la Isla Santa Fe
-
14:33 Sociedad: El INEC medirá los casos de desnutrición crónica infantil a través de una encuesta nacional
-
14:13 Justicia: La Policía decomisa en Sucumbíos 120 unidades tecnológicas router y bidones de combustible
-
14:08 Sociedad: Con la llegada de 31.590 dosis de vacunas de Pfizer se da inicio a la Fase 1 del Plan Vacunarse
-
13:46 Economía: Operaciones en el SOTE se paralizaron por trabajos en sector San Luis
-
13:22 Justicia: El ministro de Gobierno anuncia la captura de "Alvarito", presunto implicado en el asesinato de Ruales
-
12:43 Sociedad: ¿Las vacunas son efectivas contra las variantes de SARS-CoV2?
-
10:16 Economía: La historia y expansión productiva del café se conocen en un museo
-
10:00 Editoriales: La emergencia sanitaria aumentó la pobreza
-
09:56 Mundo: El papa Francisco mantiene su viaje a Irak pese a ola de violencia en el país árabe
Avatares de la política
¿Qué pasaría si alguien que no es político llegase a gobernar un país? La pregunta puede ser paradójica si la comparamos con la tesis aristoteliana que todo individuo es un animal político –zoon politikon–, capaz de intervenir en la vida política siendo ciudadano. El filme ¡Bienvenido, Presidente! (2013) de Ricardo Milanni, accesible en Netflix, actualiza esta cuestión en tono de comedia y crítica.
¡Bienvenido, Presidente! tiene como argumento a un bibliotecario y profesor de un pueblo cualquiera que, por los azares de la vida, por tener el nombre de Giuseppe Garibaldi –homónimo alusivo al viejo líder que en el siglo XIX posibilitó la unificación de Italia–, es nombrado Presidente. Y esto por causa de que el presidente en funciones renuncia y los representantes de los partidos, al no ponerse de acuerdo en el Parlamento, y ya tratando de tomar el asunto como burla, eligen a alguien para ellos inexistente. El resultado: un anodino ciudadano casualmente encaja con el voto de los representantes de los partidos y termina llamado a funciones. Lo demás probablemente uno se puede imaginar, es decir, el problema que suscita que un cualquiera ocupe la silla presidencial y empiece a hacer las cosas usando el sentido común.
El filme, quiérase o no, se burla de la política y de los políticos, de la política partidista anclada en el engaño, la corrupción, las componendas, los recursos financieros que se manejan y las argucias incluso judiciales de las que se valen. Milanni pone en el centro de la política a un ciudadano cualquiera, más aún un profesor que, al principio no sabe qué hacer con el poder que dispone. Con ello, pone en evidencia al fino tejido de la institucionalidad política, es decir, un campo determinado por intereses personales, campo alejado de la vida ciudadana común. Cuando el personaje toma las riendas del destino impuesto se da cuenta que una cosa es la política como lugar excluyente y exclusivo para ciertas élites, espacio solo para los que se benefician de ella, y otra la vida del ciudadano, creyente y engañado, que piensa que los políticos hacen algún caso a las preocupaciones que emergen cotidianamente en el seno de sus familias.
Milanni incluso se hace la burla de los exitólogos y de los comunicadores políticos llenos de fórmulas que, en el mismo sentido de los políticos, tratan de sacar provecho de los avatares de la política, enredando más los líos que en el campo político se realizan. Un gobernante anodino, un ciudadano cualquiera que emerja y sepa escuchar constantemente la voz de las multitudes, que baje del oropel palaciego y se entremezcle con la gente, es quizá el mensaje más claro de ¡Bienvenido, Presidente! De este modo, esta película posmoderna quizá hace que sintamos que es necesario en un momento repensar el rol de la ciudadanía real en el juego político.