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¿Y después qué hago?

¿Y después qué hago?
24 de enero de 2017 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

La carrera futbolística tiene entre sus recovecos muchos sacrificios y precisa de bondades que no siempre son premiadas con éxitos, y muchos menos con   abundancias. El jugador, cuando ya entiende que enfrenta la recta final de su formación, intuye que frente a él tiene un túnel con aplausos y consagraciones como premio a todo el esfuerzo realizado hasta el momento que, en la mayoría de los casos, se engendra con la primera pelota y ese enamoramiento inexplicable donde se vive una aventura que no tendrá nada que ver en realidad con lo que más tarde significará ser profesional. Las exigencias comienzan a tener un grado de responsabilidad más grande con el paso del tiempo y la capacidad demostrada en los primeros destellos, particularidad que también el deportista comprende será una constante en un universo exigente al máximo y que no tiene piedad del que no sabe adaptarse. En este segmento donde se avecina el embudo final para catapultar cada destino es habitual que un alto porcentaje de aspirantes contemple este único objetivo y deje de lado todo tipo de formación y educación, aspectos tan esenciales, pero que en la mayoría de los casos quedan en el olvido. El entorno que se forma alrededor del profesional es, sin lugar a dudas, el catalizador fundamental, ya que puede modificar malos rumbos, como también ayudar a caminar por la senda idónea que amerita la profesión. El público en general asume que todos estos soñadores ostentan cuentas bancarias acaudaladas y viven holgadamente, aseveración masiva muy errada y lejos de la realidad, porque si entramos en un análisis frío buscando estadísticas, nos daremos cuenta de que el porcentaje mayor transita en zozobras para llegar a fin de mes. Entonces me pueden preguntar, ¿cómo se entiende que los jugadores sigan buscando oportunidades para crecer si la pasan tan mal en aspectos económicos? La respuesta es simple: aquel deseo que nació sin explicación tácitamente nos exige que  perseguir eternamente la pelota es nuestra mayor voluntad. Infinidad de futbolistas realizan otras tareas para poder solventar sus obligaciones, pero siguen con una constancia envidiable, entrenándose para poder jugar y saciar anhelos muy profundos, difíciles de ilustrar. Hay un punto muy claro donde las realidades de la mayoría de los jugadores se encuentran. Y esto se da cuando el tiempo comienza a ser el enemigo número uno en un cosmos que vive con una vorágine cada vez más imprudente que reclama nuevos actores y jubila rápidamente. Todos fueron preparados para asumir riesgos y aguantar los golpes naturales del juego, como también soportar malos tratos e injusticias del hincha y la prensa, tesituras conocidas que envuelven esta hermosa profesión. Pero para lo que nadie está presto y mucho menos preparado, es para asumir que arribará algún día el momento que no será parte del sistema y que en ese determinado sitio y  momento excluyente se ingresa en un luto difícil de asimilar donde la nostalgia es la única herramienta que sirve de consuelo y de esta manera poder flanquear el santiamén. El deportista, cuando vivió toda su vida en ese universo exclusivo donde es tratado de manera especial y que pudo con su talento generar respeto y sonrisas como también orgullo en sus afectos, siente al final de su trayectoria un vacío indescifrable que lo lleva a autojuzgarse y sacar un veredicto que, en muchos casos, está lleno de arrepentimiento y lo encuentra desamparado por no haberse capacitado para el inesperado día que el fútbol al jugador le dice adiós. Pero la vida continúa. (O)

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