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Una hipótesis conspirativa

Una hipótesis conspirativa
Time Out
14 de febrero de 2021 - 00:00 - Iván Rodrigo Mendizábal, Docente universitario e investigador

Pasa desapercibida por ser una película predecible de espías y de sociedades secretas que pretenden apoderarse del mundo. Me refiero a Código abierto (2017) de Michael Apted, típico thriller, un ejemplo de cine de acción con espías y traiciones. 

En efecto, Código abierto, una coproducción británico-norteamericana, se orienta al entretenimiento tomando, para el caso, la demasiado trillada idea de que un grupo anónimo súper poderoso quiere ser dueño de los destinos de la humanidad para lo cual desata una serie de atentados que podrían confluir en el apocalipsis.

Su nómina de actores sirve para dar garantía del propósito comercial: Noomi Rapace, Orlando Bloom, Michael Douglas, John Malkovich, entre otros. Los ingredientes entonces están dados: acción trepidante entre espías cada cual con propósitos distintos y que hacen desconfiar hasta el más astuto, balacera constante donde se ve la destreza fantástica de quienes están en medio, laberínticos senderos que la trama nos hace andar y desandar por la cual de pronto caemos en cuenta que las finas redes están manejadas por oscuros poderes, sin descontar los malosos estereotipados de la industria cinematográfica, esto es: gentes de Medio Oriente y Rusia. Los rostros familiares de los actores incluso ayudan a que nos despistemos en todo el enredado mundo que Apted nos introduce aprovechando el montaje y unos diálogos que a veces se nos antojan un tanto misteriosos y otras obvios. 

¿Se puede decir algo más de Código abierto? Podríamos decantarnos por el aspecto sicológico de los personajes para descubrir que son seres solitarios que defienden sus espaldas a toda costa. También podríamos decir que detrás de los supuestos poderes gubernamentales está un fino tejido de espionaje que hace poner de punta nuestro sentido de la realidad. Pero quizá lo que llama la atención –y esto pasa como parte del argumento, con la candidez más asombrosa– es que hay una curiosa insinuación de cómo se prepara y se filtra un virus letal en forma masiva y sin que nadie se dé cuenta. 

Hoy el filme de Apted podría tener cierta importancia si ponemos de manifiesto la aparente hipótesis conspirativa que encierra. Pongamos atención: un anodino bioquímico es empleado para modificar un virus; este es envasado y dispuesto dentro unas cápsulas en unos irrigadores temporizados, los cuales deberán ser colocados en los ductos de aireación de unos ascensores en un estadio –aprovechando que habrá además un juego de fútbol–. Como no todo es perfecto, ha habido un accidente y unos niños que jugaban frente al laboratorio clandestino se han infectado. Fuera de ella se instalan los dispositivos y se deberá esperar el momento de su funcionamiento mortal. Hasta acá la técnica. Pero falta la explicación. Y esa la da Michael Douglas con la cara no de un inocente viejito que pretende retirarse del mundo del espionaje, sino de un inteligente brazo de una organización secreta que, en efecto, pretende deshacerse de poblaciones inútiles supuestamente en beneficio de otras. 

La película esboza dentro de su trama la cuestión sobre una guerra biológica posible. Anticipación o no, Código abierto más allá de lo expuesto, no dice más. Pero quizá habría que tomarse en serio esto de la guerra biológica posible, además por su carácter silencioso y hasta escondido. El problema que detrás de esto parecerían estar asociados organizaciones secretas con el terrorismo internacional, incluidas las agencias de espionaje. Apted intuye, el espectador se entretiene y a la final olvida su filme. 

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