Ecuador, 24 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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¿Cómo debe ser el presidente ideal por el que votarán los ecuatorianos el 2021?

En política suele ocurrir que la verdad no es suficiente, la gente también busca esperanza. Los líderes de vieja y nueva data lo saben o al menos lo intuyen, sin embargo, muy pocas campañas electorales logran integrar este ingrediente en el menú de las promesas de cambio; y aunque esta discapacidad no fuera ya suficientemente preocupante, a ella se agrega muchas veces la imposibilidad de entallar entre los electores una imagen ideal del candidato.

La pregunta sería: ¿Cuál es -si es que existe- el método que de modo infalible nos conducirá a obtener el máximo provecho de los atributos, fortalezas, debilidades y defectos de una personalidad, hasta transformarla en el dechado de virtudes que aparentemente parecen buscar los electores más optimistas, o en el mal menor de los mejor informados, o de los pesimistas a secas?

Ocurre que los métodos de investigación demoscópica que indagan en las preferencias de los ciudadanos sobre los rasgos fundamentales que debería reunir su mandatario, no alcanzan para definir una imagen unívoca capaz de seducir y convencer a un conglomerado social cada vez más complejo.

Al momento es casi imposible encontrar precandidatos que no discutan sobre temas obsoletos, o que no ofrezcan como “caseritos” en mercado promesas de todo tipo y para cada necesidad. Aunque ello se explica debido a que problemas estructurales tan reales como la pobreza, la inequidad y la exclusión se han mantenido inalterables durante siglos, también es cierto que las aspiraciones y las sensibilidades de las nuevas generaciones conducen irremediablemente a la sociedad a un nuevo momento; actualmente la intensa interacción de muchos permite moldear y cambiar rápidamente de opiniones, o incubar grupos emergentes; el conocimiento y la innovación anclados a las nuevas tecnologías de comunicación definen nuevos horizontes para todos.

Recientes investigaciones coinciden en que el próximo presidente de los ecuatorianos no debería ser corrupto, ni prepotente, tampoco arrogante ni “camisetero”, despilfarrador con el dinero del pueblo, falto de preparación o servil a grupos de poder económico. En contrapartida, el elector quisiera un presidente con experiencia exitosa en la administración pública, que cumpla su palabra, inspirador desde su ejemplo, solidario y conocedor de la realidad nacional, sencillo, educado y agradable, que sea honesto, tenga visión y que se rodee de gente buena.

La baraja de precandidatos con miras al 2021 anticipa una apuesta entre imágenes duras y prefabricadas que pulsan nariz con bigote, codo a codo, frente a las que se inclinan por explotar imágenes ambiguas. (O)

Gustavo Isch
Politólogo y docente de la Universidad Andina  

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