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Ecuador, 28 de Marzo de 2024
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El Telégrafo
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La supuesta utopía del capitalismo

Un filme inglés de Ben Wheatley, El rascacielos (High-rise, 2015), pone en evidencia las contradicciones sociales en el capitalismo actual. Se trata de una película cuyo escenario es un edificio híper moderno, erigido con la estética del brutalismo, corriente arquitectónica que privilegia el hormigón visto, las paredes ásperas y espacios de ángulos rectos de aspecto minimalista. No es casual la elección de tal tipo de construcción para presentar a un conjunto de familias e individuos que frívolamente gozan de recursos económicos, pero que poco a poco actúan bestialmente.

El rascacielos se basa en un libro homónimo de J.G. Ballard, autor de ciencia ficción, más centrado en distopías y en mundos liminales donde la humanidad debe enfrentar ya sea su condición “civilizada” o aquella de sus raíces primigenias, conectándole a lo animalesco. La adaptación de Amy Jump, junto a Wheatley, es sugestiva y rescata lo mejor de la novela, recreando un ambiente en donde las personas ejercen la violencia y al mismo tiempo la disfrutan, como si se tratase de un ritual o de una fiesta.

Reunir a un conjunto heterogéneo de personas en un edificio es para exteriorizar su incapacidad de poderse comunicar y convivir con plenitud. El propio rascacielos, según el arquitecto que vive allá en el último piso, recreando una especie de casa en ensueños, parece ser el proyecto para demostrar que aún se puede coexistir entre humanos. Así, el edificio se constituye en la utopía de la vida urbana con todas sus comodidades, aunque luego nos percatamos que tal representación es la de la sociedad de bienestar que aleja al individuo de la ciudad y lo congrega en un espacio de encierro, incluido su centro comercial, su supermercado, etc. Es el exceso que permea tal utopía.

De este modo, distinto a las utopías clásicas, incluso las positivistas, El rascacielos evidencia que no hay posibilidad de los ideales de comunidad en tanto todo está estructurado con base en el individualismo. Y es ahí donde tanto la novela de Ballard como la película de Wheatley se convierten en distopías urbanas: el individualismo impide el acuerdo común, hace prevalecer el egoísmo, la violación de derechos, además que lleva a la delación y al ajuste de cuentas.

El rascacielos es un filme que concientiza; está realizado en clave disruptiva; deja sin aliento y asombra. Por ello, vale la pena apreciarlo. Está en las redes streaming. (O)

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