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Construir una nación efímera

Construir una nación efímera
Cine y espectáculo
10 de enero de 2021 - 00:00 - Iván Rodrigo Mendizábal, Docente universitario e investigador

Una película italiana, La increíble historia de la Isla de las Rosas (2020) de Sydney Sibilia nos recuerda que la innovación, la creatividad, la libertad y el ímpetu por romper con lo convencional son los principios del alma joven. Tal filme, producido por Netflix, inmortaliza además al ingeniero Giorgio Rosa, el cual erigió con recursos propios una plataforma con tecnología patentada por él mismo, en mares no territoriales frente a Rímini-Italia, entre 1958 y 1967. La plataforma se convirtió pronto en el centro de confluencia de jóvenes de todas partes de Europa y la preocupación del gobierno italiano, una vez que Rosa la proclamó como la Isla de las Rosas, un Estado soberano en 1968.

La increíble historia de la Isla de las Rosas muestra a Giorgio Rosa como un inventor e innovador que enfrenta todos los retos posibles. El argumento se centra en las gestiones que Rosa hace ante las Naciones Unidas y el Consejo de Europa en Estrasburgo para que su isla sea reconocida internacionalmente, además que este último organismo intervenga ante el Estado italiano para evitar su toma y destrucción. A partir de ello, vamos conociendo al ingeniero, hombre capaz de llevar las ideas y los sueños más allá de lo impensado, prueba de que ante todo proyecto, por más utópico que sea, no debería interponerse el orden establecido, tal como denuncia la película de Sibilia.

Hay cuestiones que, sin embargo, La increíble historia de la Isla de las Rosas, pone de manifiesto. Que unas son las innovaciones tecnológicas y también sociales, pero otra, el no sustentarlas en cuerpos legales que ayuden a desarrollarlas; o quizá, provocar a que los gobiernos abran los ojos positivamente y permitan el desarrollo de iniciativas que podrían ir más bien en beneficio social. El filme, para el caso, expone el ímpetu libertario de un hombre –a quien luego se suman otros, sobre todo amigos– cuyo afán es más bien la demostración de sus capacidades creativas. Sibilia contrasta su propuesta con el movimiento estudiantil francés de 1968 al punto que desnuda que toda intención libertaria, como signo de todo cuestionamiento juvenil contra el sistema, si no se basa en un proyecto de futuro, solo queda en las buenas intenciones o en lo rupturista.

Así, La increíble historia de la Isla de las Rosas si bien trata sobre cómo hacer una isla utópica, a la par representa sobre cómo una idea debe implicar un proyecto político. Aunque en 1968, Rosa proclamó a su plataforma una isla independiente, un Estado con bandera, con gobierno y moneda propios, lo que le faltó es el basamento legal, una Constitución y los procesos derivados. Cuando vemos esas imágenes –por cierto, muy bien logradas, que representan a la isla de acero y concreto, ambientando con detalle a las ciudades de la época, logrando una atmósfera como imperecedera– de jóvenes disfrutando de la isla, como si estuvieran en una fiesta libre, nos preguntamos, si hay allá alguna nación. La respuesta es inmediata: sí, pero una nación efímera, como la misma generación que la ocupa y luego la olvida. La película, con todo, hace memoria de que incluso los sueños sí se pueden hacer realidad. Basta con tener la voluntad para lograrlos. (O) 

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