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Este sábado se realizará la ceremonia de beatificación en la capital salvadoreña

Romero, el mártir de las causas de los pobres

Un mural, con las palabras de Monseñor Óscar Romero, se pintó en El Salvador, donde este sábado será su ceremonia de beatificación. Foto: Cortesía
Un mural, con las palabras de Monseñor Óscar Romero, se pintó en El Salvador, donde este sábado será su ceremonia de beatificación. Foto: Cortesía
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Eran las 18:30 de aquel 23 de marzo de 1980 cuando una bala, disparada por un francotirador, segaba la vida del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero y Galdames.

En ese momento el prelado oficiaba una misa en la capilla del hospital de cancerosos La Divina Providencia, de la capital salvadoreña.  

Su muerte desató una guerra civil, que duró 12 años, desde 1980 hasta 1992 en la nación centroamericana y dejó como saldo más de 70.000 muertos.     

Investigaciones posteriores determinaron que la orden de matar a Romero provino del entonces mayor del Ejército Roberto D’Aubisson, a quien se le atribuyó también la creación de los escuadrones de la muerte en ese país. El militar fue el fundador del partido derechista Arena. Un día antes de su muerte, el Arzobispo, en su homilía dominical emitió un  fuerte exhorto a policías y militares: “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios, que dice ‘no matar’ (...) ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios (...) en nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cesen la represión”.

Desde su muerte mucho tiempo ha transcurrido, así como el largo proceso para su beatificación, que finalmente se cumplirá este sábado en San Salvador, con la presencia del Papa Francisco. Más allá de su investidura religiosa, su identificación con los pobres y su rechazo a la violencia le sirvieron para obtener la admiración internacional, pero también de resistencia, sobre todo ante las élites de su país y del gobierno militar.

El asesor de la Pastoral de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, el sacerdote Nestorio Álvarez, tuvo la oportunidad de conocerlo, aunque solo sea a breves rasgos, pero lo suficiente para considerarlo como un hombre muy comprometido con su labor pastoral y por las causas sociales. “Lo conocí personalmente, yo estuve en un seminario en el Departamento de Investigaciones Ecuménicas, en San José de Costa Rica. Era un hombre muy sencillo, profundamente espiritual, inteligente y entregado a Dios”, cuenta Álvarez.

Terminaba la década del 70 cuando tuvo la oportunidad de conocerlo. Al principio Romero era un hombre inclinado al Opus Dei (el ala conservadora de la Iglesia Católica). “Cuando recién llegó a San Salvador como Arzobispo tenía buena relación con los ricos y el Gobierno de ese entonces; al principio era profundamente conservador y de mucha oración, la dictadura creía que era el hombre adecuado, amigo del gobierno y de la gente pudiente”, relata Álvarez.

Pero este hombre, de profunda oración, conoció otros sacerdotes que se reunían en una cafetería que se creó en esa época en la curia arzobispal. Desde allí se vinculó a la problemática social de esa época en El Salvador, uno de los países más pobres de América.   

Cuando ocurrió el asesinato de su gran amigo, el sacerdote Rutilio Grande (1977), a manos de un grupo identificado con los escuadrones de la muerte, comenzó a acercarse más a estos grupos. Romero comienza a relacionarse con la gente, a involucrarse en la realidad de su país y a denunciar las muertes y asesinatos que ocurrían.

Su compromiso con Dios se profundiza, ya que se dedica a evangelizar a la gente pobre. Eso provocó que muchos obispos de su país y de Centroamérica se apartaran de él, “pero en cambio se compromete con Jesucristo a conocer la realidad de la gente pobre”, sostiene el sacerdote. Era una época en que si un religioso se acercaba a los pobres era calificado como “cura rojo”.  

Romero se volvió un hombre contestatario. “Era la voz de los sin voz, entonces la gente lo sentía cerca suyo y con él, pero también era un hombre que sabía que en cualquier momento lo podían matar”, menciona Álvarez.

Con este criterio coincide José Miguel Yturralde Torres, quien en una semblanza sobre la obra de Romero que se publicó en la revista Vive tu Fe Católica, sostiene que el arzobispo fue al principio un párroco tradicional y dedicaba su vida a las misas, largas sesiones de confesionarios, catequesis, novenas, cofradías y clases de religión en colegios católicos. No había nada “revolucionario” en su proceder, relata José Yturralde en su artículo.  

Frente a los calificativos que lo acercan a la Teología de la Liberación, Yturralde cree que Romero no era un cura revolucionario y nunca se dejó influenciar por el marxismo. “Este pastor no defendió una ideología sino el Evangelio”, concluye. El asesinato nunca fue a juicio por una Ley de Amnistía emitida en 1993. (I)   

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