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¡Ni duro, ni blando, golpe es golpe!

¡Ni duro, ni blando, golpe es golpe!
11 de julio de 2015 - 00:00

El mayor error -escribió Friedman a Pinochet en 1975- “consiste en creer que es posible hacer el bien con el dinero de los demás”. Este fue uno de los principios que guió en los años 70, la instauración de golpes de Estado en nuestro continente, concebidos como estrategia militar internacional (Operación Cóndor), para establecer dictaduras que buscaban erradicar de la región, todos los espacios, campos, y personalidades relacionados con la izquierda (líderes sociales, militantes, intelectuales, artistas, etc.).

El golpe duro ha servido para derrocar numerosos gobiernos de forma ilegal, por medio de la violencia, como atentado a las normas de organización, funcionamiento y competencia de las autoridades constituidas legalmente. A través del uso de la fuerza, grupos de poder buscan sustituir o derrocar el régimen existente, para hacer prevalecer sus intereses particulares. Generalmente, los golpes son configurados por las propias fuerzas golpistas, y apoyados en muchos de los casos, por el ejército.

En nuestro continente, estos golpes se caracterizaron por el irrespeto y violación constante de los derechos humanos (torturas, desaparecidos, robo de bebés, abuso de fuerza, etc.). De Sudamérica hasta Irak, las diversas formas de expresión de violencia sirvieron para instaurar regímenes afines al mundo de las transnacionales, cuyo objetivo principal era la liberalización del comercio, los mercados, la desregulación económica, la flexibilización laboral, la tercerización, con una campaña acelerada de privatizaciones, instaurando de esta manera la cultura del enaltecimiento de lo privado a costa del sacrificio de lo público. Las consecuencias saltan a la vista: desigualdad y pobreza.

Hoy en día, vemos nuevamente aparecer la sombra del golpe, camuflado esta vez detrás del eufemismo de “blando”,  puesto que, a diferencia del golpe duro, como sostiene Gene Sharp, si bien no conlleva inmediatamente una irrupción violenta por parte de las fuerzas armadas, lo que tenemos es una serie de operaciones destinadas a reproducir acciones tácticas para generar y promocionar un clima de malestar en la sociedad.

Los movimientos de oposición al Gobierno van en este sentido, junto con las revueltas callejeras, desarrollan intensas campañas para acusar al Gobierno de totalitarismo, promocionan intrigas, divulgan falsos rumores, minan la reputación económica del país amenazando con agudas recesiones, con desinversiones y pérdidas de empleo. El objetivo, inyectar miedo en la población, para provocar el debilitamiento gubernamental, su desestabilización, hasta llegar a la fractura institucional, que en su última etapa exige la renuncia del presidente de turno.

Como sostiene Gramsci, al “golpe blando” hay que responder con guerra de posiciones, lo cual requiere la participación cada vez más amplia de ciudadanos para disputar el consenso establecido, el sentido común y el modo de pensar del conjunto de la población. Si bien el proyecto de Socialismo del Buen Vivir planteado por la Revolución Ciudadana fue ratificado y legitimado en las urnas en febrero de 2013, vemos que reaparece ahora la sombra del golpe, para imponernos nuevamente la cultura de lo privado y privativo por delante de la cultura de lo público y de lo colectivo.

El país que queremos dependerá de esta guerra de posiciones, entre ese Ecuador humillado a lo largo de su historia por las élites económicas y sus saqueos cotidianos, y el Ecuador que aspira a poder disfrutar de escuelas públicas, de hospitales públicos, de vivienda digna y salarios decentes, que protejan la democracia del saqueo de lo público. Frente al reposicionamiento de la restauración conservadora, se requiere ahora de más revolución y más izquierda. (O)

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