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Entrevista

"El paternalismo transformó al pueblo indígena en pedigüeño"

Pedro Cayuqueo, periodista y escritor mapuche
Pedro Cayuqueo, periodista y escritor mapuche
Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
26 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Política

Usted ha cuestionado que la Constitución chilena no reconozca a las 9 nacionalidades indígenas existentes. ¿Qué le impide a Chile ser un Estado plurinacional?

La sociedad chilena es aún de herencia colonial, la idea del Estado-Nación de la sociedad blanco-europea sigue presente. El resto de América Latina avanzaba hacia el reconocimiento de la plurinacionalidad como Ecuador, Bolivia e incluso Argentina, pero Chile se mantiene como el último vagón del tren de la modernidad (...).  En el reconocimiento de los derechos indígenas, Chile es el país más atrasado y, junto a Uruguay, no contempla la existencia de indígenas en su Carta Magna,  heredada de la dictadura militar. Recién en 2014 se plantea tímidamente el debate constituyente.

En Ecuador es la Constitución de 2008 la que reconoce el Estado plurinacional. ¿El reto de la presidenta Michelle Bachelet es convocar a una Constituyente?

La particularidad de la transición chilena a la democracia, que fue un pacto social entre las fuerzas políticas y la dictadura, determinó que esta discusión -que se dio hace 25 años en otros países de la región- recién comience en Chile. Yo saludo el compromiso de la presidenta Bachelet de iniciar el proceso constituyente, pero sería ilegítimo si no contempla la participación efectiva de las naciones originarias. Hay reclamos, no solo del pueblo mapuche, por la tenencia de la tierra, la participación política y los derechos culturales. El pueblo rapa nui, por ejemplo, hace varios años lucha por su derecho a la autonomía, a controlar la isla (de Pascua) y por definir su modelo de desarrollo, derechos consagrados en instrumentos internacionales que Chile ha ratificado, como el Convenio 169 de la OIT.  

¿Qué está haciendo el movimiento indígena chileno para ganar espacio?

Hay una revolución cultural silenciosa que tiene a los pueblos indígenas como actores relevantes. Por ejemplo, en la Feria del Libro en Quito participamos periodistas, poetas y lingüistas indígenas que nos abrimos espacios frente a una sociedad bastante racista y clasista como la chilena. La nueva dirigencia indígena también se nutre de esa producción literaria y periodística, de modo que la lucha mapuche no se basa únicamente en la resistencia histórica por la defensa de las tierras o la oposición a megaproyectos, sino que plantea conceptos como ciudadanía, desarrollo o bienestar. Planteamos el küme felel  (buen vivir) como una utopía propia de desarrollo.  

¿Cómo calza la realidad chilena en el proceso latinoamericano donde el movimiento indígena participa en la contienda política?

Los mapuches, en particular, tenemos un déficit en la conquista del poder político y vemos con bastante envidia al resto de Latinoamérica. He conocido el proceso de Colombia, Ecuador y Bolivia y sus avances desde los años 90. El modelo chileno, heredado de la dictadura, inhibe la participación política de las minorías, entre ellas los mapuches, y eso nos lleva a estar en constante resistencia social, y el paso de la protesta a la propuesta es todavía un pendiente. En los últimos años hay dirigentes que han conquistado gobiernos locales -tenemos 9 alcaldías de más de 200- que están abriendo el camino.

En Ecuador, el movimiento indígena representado por la Conaie tiene un partido político, pero en los últimos meses hubo confrontaciones entre ambos, mientras la base social cuestiona a sus dirigentes. ¿Puede el ejercicio político debilitar la base social?

Tenemos solo un caso, en Tirúa, ya con 15 años de administración mapuche, de la cual podemos sacar lecciones. Es verdad que se produce un divorcio entre la gestión pública y la base social, tanto así que en algún momento ese alcalde mapuche perdió una elección. Eso también demanda la creatividad del movimiento indígena para sortear esas dificultades. En Ecuador he visitado a la Conaie, Pachakutik y Confeniae y hemos aprendido mucho de sus aciertos y errores. La autodeterminación de los pueblos también pasa por los errores que podamos cometer, pero ese temor no puede ser un obstáculo para participar en política. La política no la inventó Occidente, nuestros pueblos originarios ya la ejercían antes de la OEA a través de relaciones comerciales y culturales.   

El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera dice que ningún proceso político tendrá éxito ni será revolucionario si solo se amolda a la estructura de Occidente. ¿El movimiento indígena también se amolda al incursionar en la política tradicional?

La democracia liberal es un invento de Occidente y nuestros pueblos tienen paradigmas y filosofía política propias. El gran desafío de los pueblos y nacionalidades es descolonizar la acción política. ¿A qué me refiero? Mi abuelo era un jefe y siempre me decía que el jefe es quien menos poder tiene porque no puede hacer nada solo (…); tampoco creía en la democracia porque, bajo esa lógica, en un grupo de 100 personas, 51 ganan y 49 pierden, de modo que esos 49 se dedicarán por los siguientes 4 años a hacerle la vida imposible a los 51 que ganaron. En la lógica mapuche existe el consenso, es decir, nadie sale de una asamblea hasta que los 51 convenzan a esos 49 de que ese es el mejor camino para todos, así debamos conversar días y semanas. Mi abuelo también comparaba a la Constitución chilena con una casa grande donde vivimos todos, pero en la que nadie nos consultó cómo debía construirse la casa, en la que nos hacen comer en la cocina, nos sacan de ella cuando llegan visitas porque somos feos y olemos mal, y donde tampoco podemos hablar nuestra lengua. En Chile, el único idioma oficial es el castellano, tampoco se reconoce la medicina ancestral. Entonces buscamos usar las herramientas de conquista del poder político del mundo blanco y desde ahí indigenizarlas para  democratizar esas estructuras.

Usted cuestiona el paternalismo con que se valoran las demandas del movimiento indígena. En Ecuador la dirigencia indígena exige la educación intercultural bilingüe o el libre acceso a la universidad bajo el argumento de un derecho ancestral. ¿Qué opina?

Creo que el indigenismo de Estado, que se funda en los años 40 en México y luego llega a Sudamérica, nos ha hecho mucho mal. Soy un enemigo del paternalismo y el asistencialismo de Estado porque, además, en Latinoamérica va de la mano del clientelismo político para obtener votos (...). En Sudamérica lamentablemente aún estamos sacudiéndonos del paternalismo de Estado y de las ONG, que también nos han causado mucho mal tratando de conducir y manipular las luchas indígenas. Ese paternalismo ha transformado a la sociedad indígena en pedigüeña, en gente que está esperando que le den todo. Mi abuelo fue muy crítico de eso y estaba en desacuerdo con exigir al Estado la enseñanza de la lengua ancestral porque creía que aquello debía enseñarse en el ámbito familiar. Soy muy respetuoso del movimiento indígena ecuatoriano, pero puedo decir que, en general, en América Latina pueden caer en errores y en dinámicas que no son muy distintas de la política blanca. Por eso el gran desafío pasa por descolonizarnos, lo que también significa ejercer nuestros derechos sin estar constantemente exigiéndole al Estado, que también es una construcción de dominación y hegemonía militar, cultural, económica y política, resultado de las oligarquías del siglo XIX.

Usted dice que el pueblo mapuche aspira a un modelo similar al japonés, muy tradicional en sus costumbres, pero con las comodidades de la modernidad y el desarrollo. El presidente Rafael Correa ha dicho que la pobreza no es parte del folclor indígena y que pueden usarse los recursos naturales para mejorar la vida de los pueblos. ¿Cree que es así?

Para nada me adhiero a la tesis del buen salvaje, ni me gusta la imagen caricaturizada de los indígenas del paraíso terrenal donde todos los problemas estaban resueltos. Eso jamás fue así y es un argumento muy básico para el discurso indígena. Hay cierto discurso indígena que se mimetiza con el ecologismo profundo, y tampoco me adhiero a eso. Mi concepción de la relación con la naturaleza no pasa por el conservacionismo, sino por el equilibrio. En mi comunidad, si necesitábamos leña para el invierno, íbamos a cortar árboles, pero mi cultura también me exige volver a sembrar o si no, más adelante, no habrá leña. Cuando los pueblos indígenas apelan a la autodeterminación también apelan a controlar sus territorios para el desarrollo. No tenemos por qué estar ajenos al desarrollo de las sociedades, si el imperio inca o azteca no fueron sociedades pobres. Los mapuches fuimos una sociedad ganadera y comerciante en el siglo XVIII, que fuimos tomados por asalto por Chile y Argentina, y de eso da cuenta la orfebrería mapuche, que es reconocida en el mundo. Quizá no somos capitalistas ni socialistas, pero tenemos una utopía propia. Creo que la crítica del pueblo indígena al modelo de desarrollo latinoamericano tiene que ver con  el capitalismo de Estado que promueven Ecuador, Argentina y Bolivia, basado en la extracción de materias primas de la peor forma que conocemos, y dejo fuera de la ecuación a quienes son más esencialistas porque los encuentro poco serios, pero a quienes sí creen en el desarrollo sustentable, el comercio justo, la economía solidaria y el cooperativismo también ese modelo les parece atentatorio y violento. (I)

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