Publicidad
Dejar todo a cambio de nada
Trabajo, jubilación y masculinidad
El trabajo es uno de los espacios donde la masculinidad se pone en juego y por ello la jubilación puede ser vista como la pérdida de un recurso que permite alcanzar metas atribuidas a lo masculino y de parámetros para orientarse en la realidad.
El trabajo, así como tempranamente el deporte, respalda un sentido de masculinidad porque crea múltiples oportunidades para que un hombre se vea poderoso, seguro de sí mismo, competente y cumplir ‘el sueño del pibe’.
La mayoría de los hombres se identifican antes que nada con su trabajo y depositan una gran inversión emocional en el mismo. Usan su rol laboral para negociar identidades de familia, amigos, ocio y comunidad. Como señala Connell, en el trabajo se realiza su ‘proyecto de género’.
En este sentido, jubilarse implica perder el escenario principal de logros, competencia agresiva, búsqueda de estatus y poder, confianza en sí mismos, oportunidades de sentirse independientes y capaces en un escenario de riesgo y realización e ingresos monetarios.
El más estricto sistema de metas y recompensas que conforma una organización laboral promueve que la percepción de eficacia y lo que esta promueve de buena imagen y autoestima, resulten más evidentes en este espacio que en otros, como en lo familiar.
Los hombres suelen percibir la jubilación como el ingreso al territorio femenino de la familia y el hogar, y la pérdida del propio, pudiendo dudar sobre la conducta masculina apropiada. Temen ser criticados por sus esposas una vez que sean observados más de cerca, y se ven a sí mismos ‘ayudando’ a sus esposas en esas tareas domésticas.
Otra de las referencias que suelen emerger es la desubicación ante los nuevos escenarios post jubilatorios, lo cual deviene de la pérdida de blasones identitarios y de la función orientadora del relato (ser un trabajador) que lleva a que el sujeto no sepa hacia donde conducirse ni de qué manera.
En este sentido el trabajo imbuye al sujeto en un universo masculino que organiza los niveles de incertidumbre propios de todo sujeto, así como favorece un mejor autoconcepto. McMullin y Cairney señalan que la pérdida de autoestima en varones viejos no es fruto de la pérdida de un rol sino del poder que alcanzaron con dicho rol y del control que este les permitía.