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Este concepto, ideario o utopía de los pueblos ancestrales en los andes representa un paradigma alternativo
Sumak Kawsay o el Buen Vivir en la vejez
Como resultado de la crisis del paradigma antropocéntrico ha sido necesario volver la mirada a otras cosmovisiones que establecen una relación diferente de los seres humanos entre sí y con la naturaleza. En esta perspectiva, el concepto de Buen Vivir o Vida en Plenitud (Sumak Kawsay), ideario o utopía de pueblos ancestrales en los Andes suramericanos, representa un paradigma alternativo para la construcción de un nuevo orden social.
Naturaleza, Hombre, Dios. Lo natural, lo humano, lo sobrenatural, constituyen la tríada sobre la cual se construyó la cosmovisión judeo-greco-cristiana. La llamada Modernidad occidental proclama al hombre como amo y señor de la naturaleza, la cual se asocia a lo salvaje, a la barbarie.
La tarea del hombre, por tanto, es dominar esa naturaleza salvaje, domesticarla, transformarla a través de las diferentes realizaciones culturales, entre ellas la ciencia, con el fin de someterla al servicio del hombre. Esta ruptura con la naturaleza da origen a la historia e instaura el proceso civilizatorio que conduce al progreso, al desarrollo.
El calentamiento global, el agotamiento de las fuentes hídricas, la contaminación ambiental, la crisis energética, la inequidad social, por citar solo algunos de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo, han puesto en evidencia los efectos nefastos del modo de vida basado en las anteriores premisas.
Surge, entonces, la necesidad de prestar atención a otras concepciones de la vida, hasta ahora marginadas por los discursos de la Modernidad occidental. En este proceso se identifican cosmovisiones cuya pervivencia data de siglos, tal vez milenios, que demuestran la posibilidad de existencia de relaciones diferentes entre los hombres y con su entorno. Una de estas cosmovisiones está representada por el concepto de Buen Vivir (Sumak Kawsay, en kichwa) o Vivir y convivir bien (Suma qamaña, en aymara).
Sumak Kawsay, el Buen Vivir o la Plenitud de la Vida
“Es una concepción andina ancestral de la vida que se ha mantenido vigente en muchas comunidades indígenas hasta la actualidad. Sumak significa lo ideal, lo hermoso, lo bueno, la realización; y Kawsay es la vida, en referencia a una vida digna, en armonía y equilibrio con el universo y el ser humano, en síntesis, el Sumak Kawsay significa la plenitud de la vida” (Ariruma Kowii).
Sumak Kawsay propone una visión de la naturaleza como algo sagrado, por lo cual el uso de los bienes que brinda debe restringirse a tomar lo estrictamente necesario para la búsqueda del bienestar de todos.
Sumak Kawsay implica reconocer la dignidad de todos los seres, los cuales tienen derecho a seguir su propio proceso, por ejemplo, continuar evolucionando, independientemente de la voluntad del hombre. Frente a la visión monocutural propia de los paradigmas dominantes en la economía de mercado, Sumak Kawsay enfatiza en la necesidad de construir sujetos plurales dispuestos a asumir la diversidad en todos los ámbitos y abrir la sociedad al reconocimiento de las diferencias radicales existentes entre los seres humanos y en el universo.
De ahí que, para algunos autores, se trata de una especie de ética cosmológica y un cuestionamiento a las fronteras hombre-naturaleza características del discurso occidental moderno. Sumak Kawsay representa en la actualidad un componente fundamental en los planteamientos de la mayoría de organizaciones indígenas y en los discursos sobre filosofía política de autores comprometidos con la descolonización del saber, que proponen experimentar y probar concepciones de vida acuñadas más allá del legado moderno europeo, para la búsqueda de un nuevo orden social. Incluso es principio fundamental en las Constituciones políticas de países como Ecuador y Bolivia.
Sumak Kawsay es un concepto en construcción que se va enriqueciendo a través del diálogo con el pensamiento contemporáneo y, sin duda, podrá contribuir a generar lo que, en palabras de Boaventura de Souza Santos debe ser “un cambio civilizatorio”.
Cambio civilizatorio que establezca una forma diferente de relacionarse con la naturaleza y con la sociedad y permita a las actuales y futuras generaciones vivir-envejecer bien, reconociendo la dignidad de todos los seres humanos y demás que viven en la Tierra. Texto del Centro de Psicología Gerontológica. Para más información ingrese a www.cepsiger.org. (I)
Punto de vista
Vivir-envejecer con la naturaleza
Silvio Aristizábal Giraldo
Centro de Psicología Gerontológica
www.cepsiger.org
El hombre como ser superior, situado por encima de los demás seres de la naturaleza, ha sido el paradigma dominante en la cultura judeo-greco-cristiana. El cambio de este paradigma y la consecuente visión del hombre como parte de la naturaleza y un ‘ser-junto-a-los-otros-seres’ (no por encima de ellos) plantean la necesidad de nuevos estilos de vida, nuevas formas de vivir-envejecer que reconozcan y respeten los derechos de la naturaleza.
La concepción del hombre como dominador de los otros seres encontró plena justificación en el mandato de Jehová a Adán: “Creced, multiplicaos y dominad la Tierra…”. Posteriormente, durante la llamada Modernidad occidental, con el desarrollo del método científico experimental y la exaltación de la razón como árbitro supremo, la visión teocéntrica fue desplazada por un nuevo paradigma: el hombre como centro del universo, por encima de los demás seres. Más que de antropocentrismo podría, incluso, hablarse de androcentrismo y patriarcalismo: dominación del varón.
Si bien es cierto que a lo largo de la historia numerosos pensadores cuestionaron el antropocentrismo, fue solo hasta mediados del siglo XX cuando la crisis de este paradigma empezó a sentirse con mayor intensidad, como consecuencia de los cuestionamientos a la capacidad del hombre para resolver los problemas de la humanidad mediante la aplicación de la ciencia y los principios de la razón. Acontecimientos como las dos guerras mundiales y el Holocausto judío contribuyeron a aumentar el desencanto sobre la utilidad de la ciencia y la razón para fines no contemplados en el ideario de la Modernidad.
A partir de entonces empieza a surgir un nuevo paradigma que propone una cosmovisión en la que el hombre no es el centro del universo, el dueño de la naturaleza y de los demás seres. Poco a poco se va abriendo paso una manera diferente de entender al hombre, no como el dominador, sino como uno entre pares y, lo que tal vez es más importante, la convicción de que la naturaleza tiene derechos y, por tanto, no puede ser mirada simplemente como un recurso a explotar para beneficio del ser humano.
Es lo que han sostenido durante miles de años pueblos indígenas de diferentes partes del mundo, para quienes la dicotomía naturaleza-sociedad carece de sentido y, en consecuencia, la relación humanos-naturaleza se da en términos personales de sujeto a sujeto y no de sujeto a objeto.[1] En la perspectiva de estos pueblos, algunas especies animales y vegetales, así como montañas, selvas y ríos están revestidos de personalidad propia y otros seres vivos son agentes morales análogos a los humanos.
En los últimos cuarenta años, muchos estudiosos de los ecosistemas y las relaciones que se establecen entre sus distintos componentes han llegado a conclusiones similares y concuerdan en que “toda forma de vida merece ser respetada, independientemente de su valor para el ser humano”.[2] De esta manera el antropocentrismo y sus derivados (androcentrismo y patriarcalismo) van siendo desplazados por un nuevo paradigma: el biocentrismo: la vida, como valor en sí mismo, que debe ser respetado.
La perspectiva del biocentrismo exige aprender otras formas diferentes de vivir-envejecer. Para ello se requieren procesos de socialización y educación que posibiliten construir nuevos sujetos humanos. Sujetos que se sientan parte de una totalidad compleja en la que hay una interacción constante entre la comunidad humana viviente y otras comunidades; interacción que genera distintos tipos de relaciones que demuestran la multiplicidad y la diversidad, pero también la singularidad. (O)