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Piel del adulto mayor requiere más cuidado

Piel del adulto mayor requiere más cuidado
31 de diciembre de 2016 - 00:00 - Palabra Mayor / SEGG

Con el paso de los años la piel empieza a sufrir modificaciones. Es fundamental cuidarla y vigilarla, ya que es un órgano que puede considerarse “el espejo del cuerpo”. En la epidermis se refleja el estado de salud de nuestro organismo, tanto para lo bueno como para lo malo.

La piel es el órgano de mayor tamaño del cuerpo humano. Puede definirse como un tejido elástico y resistente que los protege de agresiones externas.

Alrededor de cinco kilos pesa la piel del cuerpo humano y ocupa una extensión de dos metros cuadrados (m2). Su espesor es de 0,5 mm en los párpados y alcanza los 4 mm en la zona del talón.

La zona está constituida por dos capas: la externa o epidermis (formada por componentes como la queratina o la melanina, que es el pigmento que nos da color) y la interna o dermis.

El envejecimiento determina cambios concretos, que tienen repercusión estética y funcional. Estos son la alteración de las fibras elásticas, lo que aumenta la laxitud de la dermis y es el origen de las arrugas; disminución del recambio de las células superficiales o epidérmicas, que tiene como consecuencia un retraso en la cicatrización de las heridas; adelgazamiento de las capas de la piel, que disminuye su efectividad como barrera y facilita la aparición de eczemas, que son alteraciones de la piel de tipo inflamatorio.

Otros cambios son el menor funcionamiento de las glándulas sudoríparas, origen de la sequedad de la piel del mayor, también llamada xerosis cutánea. También la disminución de la vascularización, con aparición de palidez y frialdad de la piel.

La alteración en la arquitectura de la epidermis favorece la formación de los tumores y la reducción del número de melanocitos (células que producen el pigmento llamado melanina), que determina el color de piel y cuya función es protegernos de la radiación solar (aumenta el riesgo de tumores inducidos por la radiación ultravioleta). 

Los principales problemas que pueden surgir en el colectivo

La exposición crónica y repetida a la luz solar u otras fuentes de radiación ultravioleta (fotoenvejecimiento) altera la estructura y la función de la piel, facilita la aparición de arrugas profundas, aspecto áspero y seco, flaccidez y manchas.

La recepción indiscriminada a la luz solar también facilita la aparición de tumores, que pueden ser benignos, premalignos o malignos.

La dermatosis infecciosa se produce por bacterias, hongos o virus. Pertenecen al grupo de dermatosis bacterianas la erisipela, celulitis, foliculitis, forúnculo y ántrax. La erisipela aparece como una placa enrojecida y caliente, dura y dolorosa al tacto, localizada en cara o extremidades; cuando la afectación es más profunda se convierte en celulitis.

La erisipela y celulitis responden a tratamiento antibiótico administrado por vía oral, aunque pueden requerir ingreso hospitalario y tratamiento intravenoso. La foliculitis es la infección superficial del folículo piloso, que se cura con antibiótico tópico. Cuando la infección del folículo piloso es profunda recibe el nombre de forúnculo o ántrax, requiriendo en este caso tratamiento antibiótico sistémico y, en ocasiones, drenaje quirúrgico de la lesión.

En casos de fragilidad del paciente o de etiología bacteriana más agresiva las infecciones de piel pueden extenderse a tejidos blandos y afectar el estado general, con riesgo para la vida del paciente a pesar del tratamiento quirúrgico y antibiótico intensivo.

Dentro de las dermatosis fúngicas está la candidiasis y la tiña. En líneas generales, la primera requiere tratamiento tópico con imidazólicos, aunque puede estar indicado el tratamiento sistémico, en caso de infecciones extendidas o graves.

Las dermatosis virales incluyen el herpes simple labial y el herpes zóster o “culebrilla”. Este último originado por el virus de la varicela, que queda acantonado en los ganglios y se reactiva posteriormente en situaciones de inmunodepresión.

Suele afectar un lado del tórax, aunque también es frecuente en la cara, y en la mitad de los casos deja como secuela un síndrome doloroso conocido como neuralgia postherpética, que puede requerir tratamiento analgésico específico durante períodos prolongados.

La psoriasis es una enfermedad crónica inflamatoria que cursa con placas descamativas y para la que no se conoce tratamiento definitivo. Las lesiones mejoran con la exposición al sol, y el tratamiento tópico más utilizado son las cremas de corticoides.

El penfigoide ampolloso es una enfermedad autoinmune que cursa con aparición de vesículas tensas pruriginosas que se tratan con corticoides sistémicos.

El prurito es bastante frecuente en las personas de más de 75 años, relacionado con la sequedad cutánea. Por este motivo, es importante la hidratación adecuada de la piel.

El síntoma predominante del eczema es el picor. El más frecuente en las personas mayores es el xerótico, facilitado por la sequedad de piel, y suele afectar las piernas. Los de contacto pueden ser de tipo irritativo o alérgico.

El eczema de estasis es secundario  y también afecta preferentemente las piernas. Se trata con pomadas de corticoides o con inhibidores de la calmodulina, más costosos, pero con menos efectos secundarios.

Las toxicodermias medicamentosas son reacciones cutáneas a la toma de fármacos, especialmente frecuentes en las personas mayores. Los medicamentos que más se asocian a este tipo de respuesta cutánea son los diuréticos, aunque también aparecen con antibióticos, antiepilépticos y con medicamentos contra el ácido úrico, entre otros de uso frecuente.

La forma más habitual de toxicodermia es el exantema morbiliforme, con aparición de puntos enrojecidos en el tronco, pero puede cursar como erupción fotosensible, urticaria, vasculitis e incluso con reacciones sistémicas graves como la eritrodermia o el síndrome de Stevens-Johnson, en el que la afectación va más allá de la piel.

Enfermedades sistémicas: casi una tercera parte de los diabéticos tienen manifestaciones cutáneas de su enfermedad, como la dermopatía diabética, que consiste en la aparición de placas marronáceas en la cara anterior de las piernas, o la acantosis nigricans, que cursa con hiperpigmentación y aparición de fibromas en zonas de flexión, como las axilas.    

El tratamiento consiste en el control de los niveles de glucosa y del peso corporal.

Los pacientes con enfermedades del hígado que cursan con aumento de los niveles de bilirrubina presentan coloración amarillenta de la piel e intenso prurito generalizado, además de enrojecimiento de las palpas de las manos y arañas vasculares en los pómulos.

Los pacientes con insuficiencia renal crónica también sufren prurito generalizado, que en este caso es especialmente intenso y su tratamiento muy riguroso. (I)

Los médicos hacen cinco sugerencias 

Los especialistas explican que para evitar daños a la piel se requiere cuidarse en cinco aspectos.

Hidratación: el principal problema en las personas adultas mayores es la sequedad cutánea o xerosis, que afecta al 80% de este grupo de más de 75 años y que se combate con una ingesta de líquidos y la aplicación de cremas hidratantes por toda la superficie corporal diariamente.

Alimentación: el consumo equilibrado, con especial atención a la ingesta de líquidos, frutas y verduras, se refleja en la piel, que es ‘espejo’ del estado de salud del cuerpo, en todas las edades de la vida.

Higiene: aseo frecuente de la piel, cuidando los pliegues cutáneos, que se secan con toques suaves de toalla, evitando aplicar lociones alcohólicas como colonias, o sustancias secantes como los polvos de talco. Todos los días se debe limpiar para que se mantenga sana y evitar así la presencia de hongos.  

Evitar la exposición al sol: disminuirá la xerosis cutánea, y minimizaremos el riesgo de tumores provocados por el daño que la radiación ultravioleta ejerce sobre el ADN de nuestras células cutáneas. Si se exponen al sol, hay que aplicar previamente cremas con factor de protección solar elevado.

Mirarse al espejo: no es cuestión solo de coquetería (que tampoco está de más), se debe vigilar la aparición de manchas o de cambios, pues ya se conoce que esto es fundamental para la detección precoz de lesiones que, en general, tienen tratamiento exitoso.

Para vigilar aquellos sitios a los que no llegamos, como la espalda, no sobra pedir ayuda a los familiares e, incluso, al médico de confianza. (I)

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