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Este tema fue analizado en un congreso internacional organizado por la sociedad galega de españa

La vejez genera discriminación

Todas las edades deben ser motivo de disfrute, sin que exista discriminación, como sucede en la vejez.
Todas las edades deben ser motivo de disfrute, sin que exista discriminación, como sucede en la vejez.
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Primer caso: Confieso que me llamó la atención mirar una publicación en Facebook de una amiga de años. Decía en su muro, casi textual: Feliz porque hoy empiezo el primer día de mis 60 y piquitos.

Segundo caso: En una de las unidades del sistema de transporte Ecovía en Quito, dos mujeres entre 40 y 50 años de edad, protagonizan una discusión: “Vieja amargada”, “vieja tu abuela”, “y tú qué te crees jovencita, mírate en el espejo”.

Por qué en el primer caso llegar a los 60 años es motivo de alegría, celebración y de divulgarlo libremente, y en el segundo, la edad es motivo de insulto, denigración, rechazo.
Son dos ejemplos que se centran en cómo percibimos el envejecimiento y la vejez en un entorno cultural. Aceptar la edad y disfrutar la vida con plenitud como una opción y la otra de discriminación por la edad y más si se trata de ser mujer.

Para las mujeres surge el ‘miedo’ a expresar la edad por temor al rechazo o el ‘qué dirán’ del entorno de amigos, la misma familia y parte de la sociedad en general. Esta discriminación también está presente con cierta dosis de aparente humor al referise a la edad cuando se expresa, por ejemplo: “Se te ve bien, pero bien acabado” o “tienes 40, pero de la segunda vuelta”.

Al parecer a nadie le gusta ser viejo, pero la única certeza que tenemos los seres humanos es que todos caminamos hacia allá, de manera irreversible, a menos que la vida termine a una edad más temprana. No obstante, la discriminación por la edad también se expresa en otros campos.

Hace pocos días la Sociedade Galega de Xerontoloxía e Xeriatría (SGXX) de España celebró su XXVIII Congreso Internacional. En la ponencia sobre Perspectiva de género en los programas socio-sanitarios para personas mayores, Mónica Roqué, directora del Centro de Estudios sobre Derechos Humanos de las Personas Mayores de la Organización Iberoamericana de Seguridad Social del Cono Sur, explica que “vivimos en un mundo envejecido, donde la expectativa de vida ha aumentado significativamente en los últimos 50 años y con un crecimiento acelerado de la población mundial como fenómeno reciente”. En concreto, la población mundial supera los 7.000 millones de habitantes, de los que cerca de 1.000 millones tienen más de 60 años.

En ese contexto, “la feminización de la población de personas mayores es un hecho a nivel mundial: En todos los países, las mujeres viven más que los hombres, y en algunos de ellos con mucha diferencia de tiempo”. Por ejemplo, en 2007 había en el mundo 593 millones de personas mayores de 60 años: 265 millones de hombres frente a 328 millones de mujeres, es decir, 63 millones más.

La brecha femenina se ensancha a medida que la población envejece y presenta un proceso de envejecimiento interno, donde es mucho más acelerado el crecimiento de las mujeres mayores de 75 años que las de 60 a 75.

El envejecimiento femenino merece especial análisis por sus profundas repercusiones: la edad multiplica y agrava la discriminación en la mujer. “La desigualdad por condiciones de género debe ser un tema de reflexión para los que trabajan con políticas públicas”, manifiesta Mónica Roqué.

Teniendo en cuenta que las mujeres “se encuentran en desventaja frente a los varones”, afirma, es de esperar que en la vejez estas desventajas o se mantengan o aumenten. Y la teoría de Roqué es que aumentan, basándose, entre otros criterios, en la naturaleza y situación de los cuidados, la salud femenina, la propia situación civil que vivan, el trabajo y la jubilación que tengan y la autonomía de que puedan disponer o no. En cuanto a quién realiza los cuidados en el hogar, el informe ‘Las mujeres y la salud’, de la Organización Mundial de la Salud, revela que hasta el 80% de todos los cuidados de salud son prestados en el hogar casi siempre por mujeres. “La mayor parte de ese trabajo no recibe apoyo, no se reconoce y no es remunerado”. (I)

Faltan tratamientos para la hipertensión

Las mujeres viven más que los hombres pero enfrentan otros problemas

Mónica Roqué dice que en la actualidad la mala salud, los estereotipos negativos y los obstáculos a la participación de todos son elementos que contribuyen a marginar a las personas mayores, socavan su contribución a la sociedad e incrementan el costo del envejecimiento demográfico. “Invertir en cuidados y servicios sociosanitarios disminuye la carga de morbilidad, ayuda a prevenir el aislamiento y aporta grandes beneficios a la sociedad, pues permite mantener la independencia y la productividad de las personas mayores”, dice. “Las sociedades crean relaciones de desigualdad y las políticas pueden combatirlas o sustentarlas. Nuestro objetivo deberá generar las políticas de inclusión, igualdad y equidad de género para las mujeres mayores”.

En cuanto a salud, alega que “aunque las mujeres viven más años que los varones lo hacen con más discapacidad y mayor cantidad de patologías crónicas”. Según un estudio de María Victoria Zunzunegui, de la Universidad de Montreal, existe una relación entre el primer parto y la aparición de enfermedades crónicas en la vejez, así como también el número de hijos. El estudio dice que si una mujer pare un hijo antes de los 18 años, tiene más posibilidades de hipertensión arterial, diabetes, enfermedades crónicas respiratorias, entre otras. Igual ocurre con las que han tenido más de tres hijos.

Por eso se puede pensar que la salud de las mujeres mayores es consecuencia también de las escasas o malas políticas de sexualidad responsable y de la prevención del embarazo precoz. Hoy en los países en desarrollo dan a luz a diario unas 20.000 niñas menores de 18 años. La tasa media de fecundidad adolescente en el mundo se estima en 49,7 por mil. “Una cifra preocupante” indica Roqué, “porque estas niñas, al ser madres, pierden oportunidades de estudiar en casi todos los casos, corren más riesgo de pobreza y de sufrir enfermedades de parto y puerperio, de trasmisión sexual y muertes maternas. Por ello resultan fundamentales las campañas y acciones de anticoncepción y de educación sexual en las mujeres jóvenes para evitar los efectos nocivos del embarazo adolescente en la salud durante toda la vida”.

En concreto, las enfermedades crónicas, en especial las cardiovasculares y la EPOC, son la causa del 45 por ciento de las muertes de mujeres de 60 años o más. Otro 15 por ciento de esas muertes se debe al cáncer, sobre todo de mama, pulmón y colon. La mayoría de los problemas de salud de las mujeres de edad avanzada están relacionados con factores de riesgo que aparecen en la adolescencia y la edad adulta, como el consumo de tabaco, el sedentarismo y las dietas inadecuadas.

Otras patologías que presentan son la artritis, la depresión y la demencia. “A pesar de que las patologías cardiovasculares son la principal causa de muerte y que están relacionadas con la hipertensión arterial”, añade la doctora, “según la OMS, solo el 4 por ciento de las personas adultas y el 14 por ciento de las personas mayores reciben tratamiento antihipertensivo eficaz en los países de ingresos bajos y medianos”.

El estado civil también influye en la calidad de envejecimiento de las mujeres, según Roqué, que argumenta que estas “tienen más probabilidades de quedarse viudas en la vejez que los varones dada su mayor esperanza de vida. De hecho, muchas esperan la viudez como una parte normal de su vida adulta”. En promedio, prosigue, “pueden esperar pasar 5-15 años como viudas. Así pues, pasan muchos años de vida solas. Al estar solas en la vejez ya sea por estar divorciada, soltera o viuda, entran en situación de vulnerabilidad”. A la hora de tener que cuidar por cuestiones de discapacidad o fragilidad a una persona mayor, la principal fuente de cuidados es la familia y el primero en cuidar es el cónyuge, sea este varón o mujer. (I)

Las viviendas se adecuan

Ancianos pueden permanecer en su entorno

La edad no significa que han perdido su derecho a decidir, en especial donde desean permanecer su vejez. Envejecer en el propio hogar y mantener una vida independiente son deseos compartidos por la mayoría de las personas, puesto que la vivienda no solo es un bien material sino que también tiene un fuerte componente emocional ya que representa un lugar de recuerdos y memorias, de vivencias propias y compartidas, un lugar donde se ha visto crecer a los hijos y despedido a seres queridos.

Sin embargo, el cuidado familiar tradicional se ha vuelto cada vez más insostenible debido, sobre todo, a la incorporación de la mujer al mercado laboral, en la que tradicionalmente ha recaído el peso del cuidado, y al gran aumento de la esperanza de vida fruto de las mejoras sociales y sanitarias.

Es por ello que las instituciones y los agentes sociales encargados de velar por el bienestar de los mayores deberían dirigir sus esfuerzos en promocionar la autonomía y la independencia de las personas para que, si así lo desean, puedan envejecer en su entorno, ayudando a que sus viviendas estén lo más adaptadas posibles a sus condiciones, proporcionando ayuda domiciliaria y/o teleasistencia, habilitando unidades terapéuticas próximas a sus domicilios donde puedan recibir una atención más especializada y adaptada a sus necesidades tanto físicas, como psicológicas, funcionales y sociales, además de promover un planeamiento comunitario de Envejecimiento Activo que tenga a la persona como la auténtica protagonista de su envejecimiento y por lo tanto de su vida, promocione su calidad de vida y ayude a prevenir la dependencia.

Además de lo dicho, debemos comentar que en la actualidad están surgiendo nuevos modelos de convivencia muy interesantes alternativos al envejecimiento en el propio hogar y que tratan de romper con el «antiguo» pero aún predominante modelo de residencia como son el housing y el cohousing.

Estos modelos, relativamente nuevos en nuestro medio, consisten en pequeñas unidades de alojamiento independientes dentro de un mismo centro residencial donde conviven un grupo reducido de personas, y en el que el espacio físico se parece al de una casa, con un ritmo y ambiente propios de un hogar. La atención en estos centros se organiza en función de las necesidades y preferencias de las personas, que además pueden participar, si así lo desean, en las actividades domésticas y cotidianas.

En definitiva, con independencia del lugar donde la persona decida envejecer lo que siempre debe primar es el respeto a la dignidad, el ejercicio de sus derechos como personas y ciudadanos, la promoción de un estilo de vida autónomo e independiente, así como el derecho a desarrollar su propio proyecto de vida. (I)

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