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El Telégrafo
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Las investigaciones evidencian diferencias de género en este tránsito. Para los hombres el trabajo es un espacio de demostración de masculinidad, para las mujeres, uno de los ámbitos que compite con el cuidado de la casa y los hijos

La jubilación es una oportunidad para crecer

Tener un propósito de vida después de jubilarse es fundamental para los seres humanos porque permite mirar a esta etapa de la vida como una posibilidad para continuar un proceso de crecimiento y aporte a la sociedad.
Tener un propósito de vida después de jubilarse es fundamental para los seres humanos porque permite mirar a esta etapa de la vida como una posibilidad para continuar un proceso de crecimiento y aporte a la sociedad.
miguel jiménez / el telégrafo
23 de julio de 2016 - 00:00 - Kléver Paredes B.

“Cuando llegue el momento de la jubilación ya veré qué hacer. Pienso descansar o tal vez me ponga un pequeño negocio, ojalá la plata me alcance; si es posible quisiera viajar”, afirma Vilma Morales, 59 años. “Ahora que estoy jubilada la plata me falta; es otra cosa vivir esta realidad, tengo un problema en la cadera y debo operarme. Con la plata de mi jubilación compré un taxi, pero ya no estoy para ir de un lado a otro”, expresa Juana Pacheco, de 70 años.

Alrededor de 300 mil personas en Ecuador están jubiladas. Entre ellas se encuentran militares y policías. Seguramente el 99% esperó a que llegue su jubilación para decidir qué hacer con su vida, en qué invertir sus recursos económicos o conseguir algún trabajo así sea ganando menos. Este es el caso de Mario Flores, policía retirado que ganaba antes alrededor de $ 800 y hoy, como guardia de seguridad, su salario es de $ 400.

Lo que suceda con los empleados después de la jubilación no parece ser una preocupación para los patronos del sector público y privado. Los programas relacionados a la prejubilación casi están ausentes en Ecuador. Iniciativas de ONG, fundaciones o el Estado se han enfocado más bien a crear espacios de entretenimiento y participación para los adultos mayores retirados.

La jubilación es vista como una etapa de descanso y tranquilidad, pero no alejada de la inseguridad financiera, la enfermedad y un gran problema para la seguridad social por considerarse al envejecimiento poblacional como tal. El problema consiste en que, frente al aumento de la longevidad, el crecimiento demográfico de la población retirada va modificando la proporción de población jubilada en relación con la activa, planteando un creciente desequilibrio para los sistemas previsionales a medida que se profundiza esta tendencia. Se trataría de un gasto económico creciente que la sociedad no estaría preparada para afrontar.

En América Latina y el Caribe la transición demográfica determina que avancemos rápidamente hacia sociedades más envejecidas. Para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) este fenómeno está caracterizado “por una alta incidencia de pobreza, una persistente y aguda inequidad social, un escaso desarrollo institucional, una baja cobertura de la seguridad social y una probable tendencia hacia la disminución del tamaño de las fuentes de apoyo productivo de los cambios en la estructura y composición familiar”.

Si en Ecuador existen 300 mil jubilados, en los próximos años esta cantidad aumentará considerablemente mientras que la población económicamente activa disminuirá. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el porcentaje de personas mayores está creciendo en los países en desarrollo con mayor rapidez que en los industrializados. En 50 años, se estima que el 80% de los adultos mayores vivirán en estos países, sin cobertura de pensiones.

Por esta razón se insiste en que el envejecimiento es uno de los retos demográficos más importantes que enfrentan los países de la región. La Cepal considera urgente la definición de estrategias que garanticen, junto con la sostenibilidad de las finanzas públicas y la capacidad de cumplir con objetivos fundamentales de política presupuestaria, un nivel de vida digno para las personas adultas mayores que les permita verse favorecidas por el bienestar económico de sus países y participar activamente en la vida pública, social y cultural.

Si bien este es el contexto del país y de la región, frente al envejecimiento de la población, cabe preguntarse también ¿qué sucede con quienes son actores de este proceso, las personas jubiladas y aquellas que están próximas al retiro laboral obligatorio?

¿Será el descanso, la tranquilidad de la familia; resignarse a lo que la vida les depare; sobrevivir con menos recursos económicos las únicas opciones o más bien afrontar a la jubilación como una nueva etapa de la vida, llena de posibilidades y de disfrute?

A inicios de julio de 2016, llamó la atención que una de las empresas privadas más importantes en Ecuador, Corporación Favorita, decida emprender un programa de prejubilación o jubilación activa para ayudar a sus trabajadores mayores de 50 años a planificar su futuro.

Entre los objetivos están: guiar la toma de decisiones relacionadas al futuro; apoyar en la transición hacia la nueva etapa de la vida (jubilación) para que esté acorde a las expectativas personales; los nuevos caminos para potenciar el desarrollo personal, profesional y familiar.

Este nuevo enfoque de pensar en los empleados más allá del ámbito laboral, sin duda, es valioso no solo a nivel personal, sino también como responsabilidad social cuyo resultado puede aportar —en términos productivos— a la sociedad y al país. En varios foros se ha planteado que al jubilarse a los 65 años se cuenta con un cúmulo de conocimientos y experiencia que no son aprovechados y que, sin duda, pueden generar muchos réditos personales y también económicos. (I)

Proceso de acompañamiento

"Disfrutar con plenitud esta etapa de la vida"

El paso del trabajo a la jubilación supone uno de los momentos de transición más importantes de la vida y no siempre estamos preparados. En una sociedad en que la mayoría de las personas desarrolla sus ocupaciones durante más de un tercio del día, con breves respiros vacacionales y de fin de semana; durante muchas décadas de la vida —sin sumarle los años de educación—; la jubilación resulta un cambio de tales proporciones que requiere tiempo de procesamiento, aprendizajes específicos y acompañamiento para llevarlo a cabo.

Los cambios van desde los aspectos más básicos: como los trámites a realizar, el dinero del que se puede disponer; hasta la pérdida de los compañeros, los roles desempeñados y mucho más. Sin embargo, hay aspectos más invisibles en este cambio, por ello no siempre explicables para quienes transitan este momento de transición. Ciertas preguntas cuestionan ese “quiénes somos sin ese personaje que encarnamos durante tantos años” que nos hizo sentir valiosos, útiles, necesarios o hasta heroicos, sin dejar de tener en cuenta que también nos aburrió, enojó o cansó.
La organización del tiempo aparece como otro punto de reflexión, la mayoría soñamos con una vida sin despertadores y aburridas rutinas. Pero si la semana se encuentra vacía de actividades, ¿qué hacemos? El tiempo libre puede correr el riesgo de volverse ilimitado o ser una oportunidad única.

Un tema radicalmente humano se nos impone, la libertad: ¿cómo nos motivamos cuando del otro lado nadie nos pide nada tan valioso ni obligatorio como trabajar? Por ello, cuando me pregunto: “¿qué quiero?”, mil deseos aparecen ante nosotros; sin embargo, constituirlos como un proyecto que le dé sentido y continuidad a mi vida se vuelve un tema más complejo. Este pasaje, que parecería ‘obvio’, no lo es tanto. Las investigaciones evidencian diferencias de género en este tránsito. Para los varones el trabajo suele convertirse en un espacio de demostración de masculinidad que, al faltar, produciría cierto menoscabo. Para las mujeres el trabajo es uno de sus ámbitos que competía, a veces duramente, con el del cuidado de la casa y los hijos. Esto llevó a que desarrollen habilidades múltiples que les permiten proyectarse mejor por fuera del mundo laboral. Otras diferencias son: más educación, mejores condiciones de salud y económicas, buena red social y que la jubilación no rompa con los esperables sobre el cuándo y el cómo. Todos estos son elementos preciosos a la hora de jubilarse, ya que habilitan imaginar y posibilitar esta nueva etapa, disminuyendo los niveles de estrés que de otra manera pueden derivar en jubilopatías, es decir, patologías asociadas a esta etapa. (Ricardo Iacub, catedrático universitario, Argentina). (O)

Adultos mayores siguen activos

Participación económica en la vejez

De acuerdo con el estudio Población, Envejecimiento y Desarrollo publicado por la Cepal, las condiciones de seguridad económica en América Latina y el Caribe son deficientes, desiguales y poco equitativas. Tanto en las áreas urbanas como en las rurales, más de un tercio de las personas de 65 años y más, no dispone de ingresos ni de pensiones o jubilaciones ni de un trabajo remunerado. Dos de cada cinco personas mayores disponen de ingresos provenientes de la seguridad social en el área urbana y en las zonas rurales apenas uno de cada 5. Es por ello que el trabajo constituye la primera fuente de ingreso en el área rural.

Estas cifras son muy distintas de un país a otro. En las áreas urbanas, en 8 de los 16 países para los que se cuenta con información, la mitad o más de la población de 60 años y más no cuenta con ningún tipo de ingreso. En las áreas rurales el panorama no es sensiblemente distinto, ya que las personas continúan trabajando y recibiendo algunos ingresos por esta participación.

En el Caribe, una proporción considerable de personas mayores no está siendo cubierta por los sistemas de seguridad social, y las que están cubiertas no perciben beneficios suficientes para solventar plenamente sus necesidades. Por esta razón, otras fuentes de ingresos como las remesas, aunque su flujo sea lento e irregular, y la propia participación económica, aunque sea en el mercado informal, son vitales para asegurar un ingreso suficiente en la vejez.

Sin embargo, factores tales como la ruptura de las familias debido a la migración y las consecuentes responsabilidades de cuidado que recaen en la población mayor, la introducción de edades obligatorias de jubilación, lo que supone anticipar y planificar el retiro de la vida laboral, y los cambios en los estilos de vida como consecuencia de la globalización, disminuyen las oportunidades de las personas mayores de participar en el mercado laboral y, por ende, limitan su capacidad de generar ingresos.

Una proporción significativa de los adultos mayores de la región es económicamente activa, contrariamente a lo que acontece en países desarrollados. En 1999, los Estados Unidos registraban solo 17% de hombres y 9% de mujeres mayores de 65 años que seguían activos; en cambio, en México, los datos del censo del 2000 arrojaron tasas de actividad de 67% en los hombres mayores de 60 años y de 43% en los mayores de 65 años. En las mujeres, la actividad económica decrece a medida que avanza la edad y solo el 10% de las mujeres de 65 años y más permanecen activas. Las tasas de actividad son sistemáticamente mayores en las áreas rurales; en el caso de Bolivia, alcanzan valores superiores a 60% de la población de 60 años y más, mientras en el área urbana es de 38%.

Durante la segunda mitad del siglo XX, se producen 2 fenómenos. En una primera etapa (hasta 1990), las tasas de participación de las personas mayores disminuyeron sostenidamente. Durante la década de los noventa, las tasas han aumentado en un gran número de países de América Latina. De un grupo de 11, en la mayoría se experimentó un aumento de las tasas de participación de las personas de 60 a 64 años y de 65 años y más. Esta tendencia se explicaría por la conjunción de una serie de factores relacionados con las reformas realizadas en los sistemas de pensiones y, más específicamente con el aumento de la edad legal al momento de la jubilación y con la exigencia de una mayor cantidad de años de cotización para acceder a la pensión. Además, existen razones que llevan a las personas a permanecer en la actividad económica mientras puedan, porque el monto de las pensiones es muy modesto, porque no tienen acceso a una pensión por no haber aportado las cotizaciones correspondientes a la seguridad social o como una necesidad de compensar ingresos familiares durante las crisis. (O)

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