Era capaz de todo, pero no lo sabía. Un día, por hacerle un favor a su amigo Mauricio Albornoz, lo acompañó en la carrera Ruta de las Iglesias... se sorprendió a sí misma, mientras otros participantes no podían ni con su alma, ella cubrió los 10 kilómetros del certamen sin mayor dificultad. A los 22 años, Sandra Jaramillo Miño ingresó en el mundo del atletismo de largo aliento.

De aquello han pasado 11 años, calendarios que amplían de manera interminable un collage de momentos de todo tipo, resaltando entre los últimos la alegría que sintió al saberse dentro de la selección que representará a Ecuador en el Mundial de Trail Running, a escenificarse este sábado en España.

Será el primer mundial en el que un elenco “tricolor” participe con el aval de la Federación Ecuatoriana de Atletismo (FEA); Sandra es una de los 10 convocados.

El llamado al elenco nacional lo toma como un premio a su trayectoria, a ser una de las primeras mujeres ecuatorianas que incursionan en el ultrafondo.

Los recuerdos se le agolpan y pugnan por escapar. Sandra retrocede varias páginas a la historia de su vida hasta llegar al capítulo donde, luego de comprarse la casa, sin dinero ni auto para salir a farrear -y tras su primera experiencia en la Ruta de las Iglesias- encontró un “vicio” del que no puede curarse: el atletismo.

Todos los días madrugaba a trotar en el parque La Carolina y su presencia era infaltable los domingos de pruebas pedestres, sean de 5, 10 o 15 kilómetros.

Con un tono de “culpable inocencia” revela que a su padre, Alonso Jaramillo (65 años) lo inscribía en los torneos con la intención de que la acompañara a las contiendas; sobre todo para tener un vehículo para desplazarse.

Eso fue acrecentando en don Alonso el gusto por el atletismo y los deportes de aventura, incluso se compró una bicicleta montañera. Otros a los que contagió su pasión por el ejercicio al aire libre son su esposo, Franco Dirani; y su mamá, María de Lourdes Miño.

A sus 63 años, doña María no corre, pero apoya a su hija en todos los eventos nacionales, llevando consigo alimentos y bebidas que comparte con el resto de ultramaratonistas.

Hablando de montañas, Sandra pasa a la página donde se marcó su inicio en las bregas de aventura y las ultramaratones. Después de cinco años de quemar el asfalto, conoció a Karl Egloff y a Martín Sáenz, dos de los grandes referentes ecuatorianos de las actividades extremas.

Con Egloff se la pasó acampando en las cordilleras durante seis meses, estrechando su vínculo con la naturaleza. Allí aprendió a llenar la inmensidad de un nevado, de un lago o de la selva con su sola presencia, a valorar la libertad en medio de los animales, los árboles y el entorno.

En su lista de expediciones constan el reto multidisciplinario Huairasinchi, ultras internacionales, como The North Face, de San Francisco; Mont Blanc (Francia), Patagonia Run (Argentina) y los nacionales más importantes. 

Su filosofía le enseñó que el resultado va más allá de una medalla, como en 2016 durante los 170 kilómetros del Mont Blanc, cuando en medio de la tormenta, el fango y el frío, decidió esperar a su compatriota, Henry Andrade, y reanimarlo para que no abandonara la ruta.

Con esa sabiduría, acumulada desde que vio la luz del sol por primera vez el 17 de agosto de 1983, espera aportar a lo largo de la contienda mundial, donde también portarán la bandera nacional María Pila, Daniela Lasso, Verónica Rojas, Martín Sáenz, Carlos Arias, Gustavo Jiménez, Joselito Torres, Daniel Galarza y Jorge Martínez.

Según la Asociación Internacional de Trail Running (ITRA), el desafío tendrá lugar en la montaña de Peñagolosa, provincia de Castellón, donde María Pila, ecuatoriana residente en España, es una de las favoritas. Allí, en ese marco, Sandra hará lo imposible para brindarle una satisfacción al país. (I)