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Ricardo Tay Lee, un doctor para el espíritu y el cuerpo

Ricardo Tay Lee, un doctor para el espíritu y el cuerpo
Foto: William Orellana / El Telégrafo
10 de marzo de 2016 - 00:00 - Redacción Fanático

Tiene 93 años y sigue vigente   como médico y profesor de artes marciales. Su primer apellido es originario de China, pero es guayaquileño de padres procedentes del país asiático. Ricardo Tay Lee Salazar es el fundador de la primera escuela de kung fu del país. En 1957 la puso en funcionamiento en el centro de la ciudad.

Tay Lee distribuye su tiempo entre la meditación y la práctica de sus entendimientos milenarios, que su tío, Lee Chi, y abuelo, Way Kuong, le proporcionaron como legado familiar, en las artes marciales, la medicina tradicional china, la acupuntura, la herbología y la traumatología.

Este modo de vida nació en el guayaquileño mientras permaneció en China. A los 3 años sus padres lo llevaron al gigante asiático. Sus destrezas fueron engrandecidas por otros maestros, como Man Kao y Lau Lung, quienes le ayudaron en el adoctrinamiento del Noi Kun, Pa Kua y la meditación, la misma que continuó practicando al retornar a Ecuador, 27 años después de su partida.

Durante su estadía en China, el  maestro sufrió por 8 años los enfrentamientos entre China y Japón, dentro del marco de la Segunda Guerra Mundial.   

La historia de cómo el doctor fundó la academia, recuerda Félix Tay Lee, uno de sus hijos, nació con un grupo de inmigrantes orientales que formaban la colonia china, que residía en la urbe porteña, y con quienes empezó la enseñanza del arte marcial.

Pasaron pocos años de esto y la fama del médico y experto, en un arte de pelea y defensa distinto a lo conocido, en ese entonces en el país fue creciendo. En gran medida esto se debió a los que adoctrinaba, y a quienes además atendía con medicina tradicional china, en su negocio de venta de calzados instalado en los años 50.

En esa época, Tay Lee no hablaba con facilidad el idioma español, pero debido a su perseverancia no se detuvo, poco a poco aprendió y se hizo entender. El médico también domina cantonés, mandarín y es calígrafo de la escritura china, con la que también ha hecho poesía.

Esta creciente fama provocó que el 17 de diciembre de 1957 naciera la primera academia de kung fu en Ecuador, la cual lleva 59 años de existencia ininterrumpida, aunque ahora funciona en el norte de la urbe.

Su esposa, Carmen Elisa Ramos, y sus hijos, Antonio, Félix, Guido, Fernando, Miguel y Susana lo han acompañado en esa labor.

En sus inicios, la escuela se ubicó en P. Icaza y Malecón, ahora se erige en la segunda etapa de La Alborada, en donde el símbolo de la institución impregnado en la puerta de metal anuncia el paso hacia un mundo distinto al cotidiano tradicionalismo.

Una sala de espera, con asientos algo bajos, paredes llenas de fotos del pasado y de reconocimientos al maestro de la escuela Siu Lam, y un angosto pasillo de seis metros de largo, es el único camino diario que recorren los alumnos para las clases que se dan de lunes a jueves, durante una hora, en horarios determinados para mujeres (18:00 a 19:00) y para varones (19:00 a 20:00 y de 20:00 a 21:00).

El salón, lleno de espejos y muestras de respeto a los ancestros y a la cultura china, es ambientado por el aroma a incienso. El maestro mira con atención a cada alumno, no se le escapa nada. En silencio se acerca, con detenimiento corrige y en muchas ocasiones mantiene a sus discípulos, 40 en total, con una determinada carga de juegos (catas) antes de proseguir con nuevas enseñanzas.

En la academia se practican juegos (catas) como Kan Kong (básico), Gofi, Machete, Hoja, Candado y Pakua. Con estos se hacen rutinas que dependerán del grado de aprendizaje que tenga cada alumno: principiante, intermedio y avanzado. A esto se suma la creación del maestro, que se denomina Juju, Tay Lee.

Asimismo, se tiene la enseñanza de la respiración con chi kung y taichi, que además sirven para meditar, pero también este último se usa para manejar la espada. El adiestramiento con el cuchillo, machete, espada, bastón y bo es para los más avanzados.

La vida golpeó al pionero guayaquileño hace 30 años: perdió casi en su totalidad su voz, tras someterse a una traqueotomía por un cáncer de laringe. Ante esto Ricardo Tay Lee se trató con sus propios conocimientos en medicina esforzándose por seguir con su vida normal, mostrando a sus alumnos que sus enseñanzas no solo eran palabras, sino prácticas reales que al final se convierten en ejemplos de vida.

A Tay Lee, caracterizado por vestir guayabera blanca, pantalón oscuro y zapatos mocasines, le recomendaron un aparato para que pudiera expresarse de mejor forma por medio del lenguaje, pero dejó de usarlo porque le resultaba incómodo. El proceso quirúrgico resultó irreversible.  Por ello se comunica moviendo sus labios y a través de Félix.

“El kung fu es arte en movimiento, todo lo que uno haga en la vida, sea un buen músico o un buen escultor, si eso lo ha perfeccionado toda una vida, está practicando kung fu. Es decir todo lo que se hace bien en la vida por la práctica diaria de la experiencia es kung fu”. Ese es uno de los pensamientos que comparte el maestro entre sus pupilos y pacientes por medio de Félix.

El doctor Tay Lee también  ha tenido sus recompensas sociales. “En 1993 la Asociación de la Colonia China le declaró elemento destacado de la colectividad chino-ecuatoriana, un año después le entregaron una mención de gratitud por su aporte cívico en la formación de jóvenes marciales y en el 95 por sus servicios a la sociedad ecuatoriana”, recuerda Rodolfo Pérez Pimentel.

En 2007 también fue reconocido por el Gobierno Nacional con la Orden Nacional al Mérito en Grado de Gran Caballero, por sus aportes a la medicina y enseñanza de artes marciales.

Católico con creencias budistas, el maestro practica antes de dormir, a las 00:00, y al despertar, a las 05:00. Más tarde ingresa a su consultorio, el Centro Biomédico Tay Lee, que abrió sus puertas en 1972 y en donde lo acompañan su hijo Félix y Guido, quienes al igual que su padre han seguido el camino del kung fu y de la medicina.

En este local, el hombre de 93 años, se erige como la esperanza de aquellos que buscan en la medicina alternativa, ahora denominada complementaria, una forma de curar sus dolencias o males.

Si alguien sabe de eso, es Carlos Rodríguez, de 61 años, quien a más de ser un seguidor fiel de sus enseñanzas es paciente del doctor, lo que comparte con su esposa e hijos, quienes han pasado por los cuidados milenarios. El doctor tiene la habilidad de diagnosticar a través del pulso.

Un lunes de febrero, Rodríguez acude al consultorio de Tay Lee. Se acuesta en una camilla y el médico lo revisa detenidamente con la mirada, luego hace unos movimientos con sus manos y el paciente asiente, más por la cotidianidad de seguir sus consejos que por las señas que le hace.

Rodríguez prefiere el don del maestro, y sus medicinas a base de hierbas, que la atención tradicional occidental a la que también en su momento ha acudido, pero siempre regresa a las sapiencias milenarias, que desde hace 22 años, también por fe, son suyas.

La confianza en el maestro, de parte de algunos alumnos, se puede explicar con números. Por ejemplo, Mercy Quiroz Chang, de 51 años, no se ha retirado de la academia desde hace 19 años. Cuenta que gracias a los ejercicios que le enseña su profesor, ha logrado superar problemas de espalda (desviación de la columna vertebral). Cuatro de las cinco personas que forman su familia han sido alumnos de él.  

“Siento que a más de enseñar, el maestro Tay Lee me ayudó a mejorar mi salud, a tener mayor agilidad, tranquilidad, paciencia y, sobre todo, equilibrio espiritual y emocional ante situaciones difíciles, tanto en lo personal como en lo laboral”.

Esta opinión es compartida por Jhonny Nieto, quien trabaja como miembro de seguridad de Petroecuador, y desde 1982 practica kung fu con el maestro, al que describe como un verdadero ejemplo de vida, un mentor que sin palabras enseña sin restricciones a todo aquel que esté interesado en aprender un arte para el resto de sus días.

“El kung fu es un arte, no es solo por lo físico o lo deportivo sino por ser una filosofía, una forma de vida, que conjuga lo corporal, mental y espiritual”, dice Nieto.

Javier Macías Molina, jefe de seguridad del hospital Luis Vernaza y quien ha pasado 29 de sus 48 años junto al maestro Ricardo Tay Lee, lo describe como “un hombre de indiscutible fortaleza, que enseña sin palabras”.

Macías aprendió, sobre todo, a ser paciente. Cuenta que el maestro lo mantuvo un año con los mismos juegos (nivel o catas) sin enseñarle algo nuevo, lo que lo llevó a desesperarse, pero al mismo tiempo a analizar lo que pasaba. Y sacó como conclusión que el error radicaba en él. Cuando lo comprendió el maestro le mostró un nuevo juego.

“El maestro nos ha inculcado para nuestras vidas disciplina y constancia, de esta manera las cosas se dan progresivamente, es tal como profesa en la academia. Entrenar kung fu es como remar contra corriente: si lo dejas de hacer regresas a la orilla”.

El maestro con su silencio enseña que este arte para toda la vida tiene que volverse un reflejo, un movimiento natural. Tay Lee muestra un sendero, para que el alumno lo recorra solo.

Dicen sus pupilos que él enseña la cuarta parte de lo que significa el kung fu, que las otras tres cuartas partes las deben descubrir ellos mismos, sin ayuda del profesor.

Félix Tay Lee, que trabaja con su padre impartiendo clases y en el centro Biomédico, señala que los conceptos que inculcan son los mismos que se dan en el afamado Monasterio de Shaolin,  templo budista donde nació el kung fu, y que está ubicado en la provincia china de Henan. Este es famoso por su relación con el budismo y las artes marciales.

Para Tay Lee, el kung fu es un arte que no tiene tiempo. Su aprendizaje dura toda la vida a nivel físico y espiritual. El maestro tiene 93 años y no deja de trabajar ni enseñar. Siempre está dispuesto a compartir sus conocimientos.

Ha elaborado un estilo propio, el Tay-Lee, que consta de 40 movimientos básicos. Leer novelas chinas y el cultivo de bonsái complementan su vida. (I)  

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