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Julio Cortez subirá otra vez al cuadrilátero el domingo en Osaka, Japón

Según Gonzalo Rueda, representante del púgil, si Cortez (derecha) gana el combate en Osaka acumulará los puntos necesarios para desafiar al campeón mundial.
Según Gonzalo Rueda, representante del púgil, si Cortez (derecha) gana el combate en Osaka acumulará los puntos necesarios para desafiar al campeón mundial.
Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
02 de junio de 2017 - 00:00 - Pablo Campaña

Julio Cortez rompió la promesa de no volver a pelear. Durante dos años trabajó aleatoriamente de albañil, de asistente de carpintero y agricultor. Parecía que el boxeo había quedado atrás, pero su madre lo notaba sin paz. En las mañanas, en el patio de su casa, Julio peleaba contra su propia sombra, sus puños sentían que golpeaban otra vez y su cuerpo recordaba el gusto del pugilato. Volvió a competir y ahora está a pocos pasos de disputar un título mundial. 

Julio Cortez -también conocido como ‘Memín’-  nació en Puerto Quito, una localidad de 3.000 habitantes, ubicada al  noroccidente de la provincia de Pichincha, de la que han salido seis seleccionados nacionales de box. El entrenador Carlos Vásquez llegó al gimnasio del pueblo excusándose por la demora. El profesor inició en el deporte a ‘Memín’ a los doce años. Según contó, Cortez ganó su primer campeonato nacional tres años más tarde. Noqueó a su rival con un gancho en la quijada que lo levantó 15 centímetros del piso, Vásquez imitó aquel golpe levantándose abruptamente de su asiento. 

Ese gancho fue el pasaporte de Julio Cortez para la selección provincial que entrenaba en Quito. Cuando entré  al gimnasio de la selección el aire silbaba por los golpes sincronizados de unos treinta chicos, dirigidos por su entrenador. Era un baile, al ritmo del box. Aún quedan las habitaciones construidas encima de los baños en las que vivían los boxeadores en el año 2003. Julio Cortez amanecía y dormía junto a un cuadrilátero, entrenaba a doble jornada, competía, solo respiraba box.

Pero con los años un malestar se comenzó a acumular. Solo recibía cuarenta dólares por entrenar, debido a los viajes a competiciones dejó de estudiar en segundo curso y se volvió más temperamental. Una tarde estaba concentrado con otros deportistas para una competencia en el Coliseo Rumiñahui viendo televisión. Un pesista cambió el canal que todos veían, Julio Cortez le reclamó y recibió un empujón. ‘Memín’ se regresó con un ‘quiño’ que le voló un diente. Tenía 19 años, los dirigentes deportivos lo reprendieron, él se resintió y regresó a vivir a Puerto Quito, dejó el deporte.

La niña María Padilla desembarcó en las playas del río Caoni en 1950. Su familia fue una de las primeras en poblar el bosque espeso que luego se llamó Puerto Quito. Solo se llegaba en canoa, se comían peces del río y carne de monte, se curaba con las hierbas del lugar. Ahora la señora María -una negra maciza de pelo blanco- vive en una casa de bloques rodeada de un patio de tierra en el que cultiva plantas medicinales. Ninguna hierba sirvió para curar la depresión de su hijo Julio cuando dejó el box. Tuvo que llevarlo a un curandero en Tumbes, al norte del Perú. Ese sacudón hizo que Julio volviera a entrenar.

Semanas más tarde hubo un campeonato nacional que Julio volvió a ganar. A finales del año 2011 representó a Ecuador en los Juegos Panamericanos de Guadalajara. Cuando llegó la Navidad María Padilla quería agradecer la recuperación de su hijo, pero esa noche no llegó.

“Ese día dejó en el piso a seis manes”, dijo un chico recostado en un poste, que como muchos en Puerto Quito dice ser amigo de ‘Memín’. El pleito ocurrió en una discoteca la noche del 24 de diciembre de 2011. Julio Cortez se metió en una trifulca para dizque defender a su primo. La policía se llevó a ambos detenidos. El día de la audiencia tenía cuatro abogados: uno de la familia, uno de la Federación Ecuatoriana de Boxeo y dos del Ministerio del Deporte. Igual fue preso 11 días.

El mal trago le hizo bautizarse en enero del 2012 en una iglesia de boxeadores. La Iglesia de Dios es un culto de origen coreano al que asisten seis púgiles que han sido seleccionados nacionales de box. Para este credo hay un dios padre y un dios madre que Cortez invoca antes de subir al cuadrilátero. 

Entré a las oficinas de la compañía de taxis Ruedataxi en Quito. Me hicieron pasar al fondo para encontrar a Gonzalo Rueda, representante de la promotora de boxeo Promebox. Le pregunté por qué creó su empresa, se arrimó en su sillón y para contestarme reseñó la historia del boxeo ecuatoriano. Repasó cada pelea por el título mundial que perdieron: Clay Bolaños, Alberto Herrera, Jaime Balladares y Segundo Mercado. En el año 2014 su organización decidió respaldar la carrera de un boxeador del país para que pelee un campeonato mundial, “como en los toros, no hay quinto malo”. Cuando conocieron de Julio Cortez y de sus 16 campeonatos nacionales le propusieron hacerse profesional.

En el boxeo profesional se ofrenda el cuerpo. Mientras en el amateur se pelea tres rounds con protectores para el rostro, en el profesionalismo las peleas duran hasta doce, sin protección. Hay más violencia, luego la televisión y el público están dispuestos a pagar más.

Julio Cortez me explicó por qué aceptó la propuesta mientras tomábamos un batido en las calles de Puerto Quito. Lo bueno del boxeo profesional -me explicaba- es que si disputas un título mundial ganas cientos de miles de dólares, luego te retiras, te pones un negocio y ya está. Desde que se hizo profesional, en el año 2014, ha ganado las 13 peleas que ha disputado, 11 de ellas por nocaut. Una señora de pelo cano nos interrumpió, tomó la mano de Julio diciéndole: ‘Ya solo lo veo por televisión, le deseo felicidad’. Cortez sonrió feliz y bembón.

En las ruedas de prensa ‘Memín’ suelta frases como: “Yo no hablo con palabras, hablo con puños”. La imagen del boxeador como un destructor. Pero fuera de cámaras, Julio considera a todos los peleadores sus hermanos, como dice su pastor. A sus veintiocho años está seguro de su técnica, el boxeo se resume ahora a un desafío mental. Ganar depende de tener una agresividad calma, saber esperar el momento justo para gatillar, como en la pelea que ganó el título sudamericano de box.

Fue el 4 de junio de 2016 cuando se enfrentó al boxeador venezolano Ernesto Gomes. Una pelea pareja hasta el sexto round, cuando Gomes lanzó ocho golpes que se perdieron en el aire. Cortez los evitó bamboleando su tronco, deslizándose como un cisne negro sobre el cuadrilátero. Cuando sonó de nuevo la campana ‘Memín’ puso a su contrincante contra una esquina y le hizo mirar al cielo con sucesivos ganchos. La lona se ensangrentó, el juez paró la pelea y levantó el brazo de Cortez como el nuevo campeón. Hoy está clasificado en el puesto 15 de la categoría pluma del Asociación Mundial de Boxeo.

Desde hace dos meses Julio Cortez se prepara en ciudad de México para pelear contra el boxeador japonés Hiroshige Osawa este 4 de junio. Según su representante, Gonzalo Rueda, si gana el combate en Osaka acumulará los puntos necesarios para desafiar al campeón mundial. ‘Memín’ será visitante y estará rodeado de miradas extrañas. El combate no se transmitirá en Ecuador ni por radio ni por televisión. Todo dependerá de su técnica, su potencia y de que su cuerpo recuerde la pulsión que le hizo regresar al box. (I) 

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